Nada alimenta más que un beso de tu boca, delicado debacle de la cercanía y a poco me sabe, sin embargo, en este refugio solitario que te invoca.
Si con ligereza rodeas mi talle, absurdo será mi deseo cuando pasee por la calle y te busque y no te vea, aunque te sienta a cada instante.
Lo sé y lo creo. Hay un tigre agazapado tras alguna esquina que espera su momento. Habré yo de asaltarlo y enseñarle las mil formas del amor que se cernirán sobre él si vuelves a besarme.
En la revista Nagari se publica hoy, 1 de marzo de 2024, la entrevista que realicé a Julia Navarro el 15 de febrero de este mismo año. Fue una charla muy interesante y reveladora. La tenacidad y su claridad de ideas, la contundencia de sus argumentos proyectan sobre esta escritora superventas una nueva perspectiva sobre su personalidad y su obra, a la que ella se niega a considerar “novela histórica”.
Nos centraremos en su última publicación, Una historia compartida. Con ellos, sin ellos, por ellos, frente a ellos (Plaza y Janés, 2023), un ensayo integrador que concilia la reivindicación feminista con lo constructivo, en una sociedad que, en palabras de Julia, debería ser de iguales, con los mismos derechos y obligaciones para todos. No podía estar más de acuerdo.
UN IMPERATIVO HUMANO CONTRA EL RUIDO Y LA DEFLAGRACIÓN
DE JULIO HARDISSON GUIMERÀ
Mi reseña sobre una obra tan singular e inclasificable como Costa del Silencio inicia su andadura por la red en la revista Vallejo & Company. Animo a los lectores de paladar exquisito a leerla y meditar. La belleza y el sentido de todas las cosas está a nuestro alrededor y en nuestro paisaje interior.
Todo marino sabe que hay navegaciones tranquilas y mares procelosos, y en la poesía pasa igual. Por mi parte, me identifico con aquella que sin ambages nos conecta con nuestra soledad, contradicciones, dudas, miedos, con ese dolor profundo −a menudo irreparable− que nos acecha. Mis versos miran en derredor y se vuelven críticos, incluso cáusticos; indagan entre la insatisfacción permanente y el deseo, en la irreconciliable pugna entre lo racional y lo irracional, entroncan con el yo más primitivo e irreverente, ese que se resiste a los cauces civilizados, necesarios y convenientes de nuestra sociedad. Construyo mi discurso con metáforas y alegorías muy diversas, donde la geografía, los elementos atmosféricos, los animales encarnan esa oscuridad intrínseca del yo poético. Sus personajes son seres que transitan por la sociedad con su carga de desazón y tristeza. Se sobreponen solo cuando son capaces y a través de su voz recreo una parte de mí, porque su mensaje es universal. Bajo estas premisas, considero que mi poesía es ciertamente nihilista porque pone el foco, el énfasis, en esos sentimientos hondos, negros, duros, desesperanzados, que constituyen el núcleo duro de mis percepciones personales, de mi raciocinio. Pero también es cierto que la expresión poética propicia y desencadena, con fuerza arrolladora, conclusiones que incluso a mí me superan. No obstante, el autor no es su obra, sino su destilación y la poesía es ficción literaria con alma. Por tanto, no cabe, como estrategia de interpretación crítica, la arqueología biográfica. Fuera de la poesía, mi visión sobre la existencia no es lastimosa ni mucho menos. Soy razonablemente optimista y sociable. No pesan sobre mí ninguna tragedia ni vileza que hayan marcado mi itinerario vital, aunque mi faceta poética colisione con cualquier optimismo a la carta. En la vida, como en la literatura, nunca hay que tomar la parte por el todo, pues supondría incurrir en una metonimia reduccionista que falsearía nuestro verdadero ser. Mi propósito en poesía es que se establezca una conexión inexpugnable entre pensamiento, emoción y sentimiento, y para ello es preciso diseccionar la realidad, contemplarla desde diferentes perspectivas, ya que nuestras percepciones son falibles y nuestra inteligencia a menudo pretenciosa. Esa simbiosis es la base de mi planteamiento dual de la existencia. Al hacerlo, en ese nudo denso, en permanente tensión entre realidad y deseo, fealdad y belleza, nacen mis poemas. Y, ¿por qué no? Las palabras, los poemas, a veces también pueden llegar a ser hostiles, escocernos, hurgar en las heridas. Vivir, para mí, es así y escribir solo es su consecuencia lógica. Ahora debes ser tú, navegante, quien decida si desea surcar este mar, si no va a sucumbir bajo su oleaje.
Hay una distancia que mis manos no abarcan, que sujetan el recuerdo al silencio, alas polvorientas que se abaten sin imán en fronteras desvaídas.
Mientras, el rocío me cala como gotas de aguanieve, con su ácido corrosivo, sin sentido, desubicado en un nosotros que al instante se vuelve hielo.
No sé por qué abracé la lluvia pues solo hallé mis miembros empapados en soledad, asidos a la ropa de un mendigo. A través de sus ojos vidriosos me miró, intrigado, y no había un cómo ni un porqué más allá de mi delirio.
Lo inconcebible de tus labios serpentea entre mis sueños, sin sentido pero sin tregua, y el deseo lacerante oxida un anillo tenaz alrededor de mi lengua.
Lo primero que vio, a través de la puerta entreabierta, fueron los pliegues de la cortina, que comenzaron a ondear con una voluptuosa cadencia. La ventana estaba abierta y la brisa de la noche penetraba en el cuarto. Oyó un gimoteo. Recordaba a la perfección la escena: su madre con los brazos abiertos en cruz sobre la cama; su padre, a horcajadas sobre ella, el camisón blanco empapado en sangre. Veinte años después, noche tras noche, el desorden de las sábanas arrugadas, las almohadas y cojines dispersos por el suelo del dormitorio, regresaban a él. En aquella atmósfera densa, casi irrespirable, el cuchillo se hundió en el cuerpo de su madre nueve veces, uno por cada cumpleaños. Jamás olvidaría el puño en alto, armado, la sangre que resbalaba desde su hoja y chorreaba entre las manos de su padre. Ni la cara de monstruo cuando su madre dejó de convulsionarse y, al advertir su presencia al otro lado, en la penumbra, fue a por él. Hasta que el ángel del miedo lo conminó a huir. La imagen quedó grabada en su cerebro como una instantánea. En el centro psiquiátrico un hombre joven permanece a la espera en la sala de visitas. Solo el imperceptible taconeo del pie derecho delata su ansiedad. El hombre joven se levanta cuando ve llegar a un anciano. El taconeo cesa. -Padre −siempre comienza igual. −¿Quién eres? ¿Por qué has venido? −repone el progenitor con un hilo de voz, pero a continuación pierde el interés y su mirada se fija en un punto hipotético, exclusivamente a su alcance. El anciano se sienta muy despacio con ayuda del celador y posa sus pulcras manos encima de la mesa. El joven las mira y luego con los ojos vidriosos pregunta, como viene haciendo desde hace veinte años: −¿Por qué, padre?
Mi sueño es el de la plácida res, −mirada conforme, bovina− que no conoce el aturdimiento de los días con sus malditas noches. Al aire libre pasta, como animal dócil, desde el minuto cero de su vida.
Ese es mi verdadero yo, vaca en un campo de bostas, que rumia, en un relámpago de lucidez, que a él, el innombrable Él, no le importo una mierda. Dicho lo cual, prácticamente ya está todo dicho. Podría dejar de escribir, y acaso tú de leer, pero la perseverancia es mi atributo −consuetudinario, ilógico− y en honor a este legado voy de la col al nabo con altivez principesca. En eso consiste ser una rancia peripatética.
Los argumentos fallan en mis cuatro estómagos y la premisa se me sale por el esófago. El silogismo, impertérrito, se desenreda entre mis rizos, se despereza, bosteza y firma con un garabato irrisorio su sentencia.
Pertinaz, como mujer-vaca en sueños, me acerco y leo la tan razonada respuesta: “No le importas una mierda” y entonces, sin dar crédito, me persigno, rumio y rezo.