Archivo de la categoría: Microrrelatos macabros

La cortina

Lo primero que vio, a través de la puerta entreabierta, fueron los pliegues de la cortina, que comenzaron a ondear con una voluptuosa cadencia. La ventana estaba abierta y la brisa de la noche penetraba en el cuarto. Oyó un gimoteo.
Recordaba a la perfección la escena: su madre con los brazos abiertos en cruz sobre la cama; su padre, a horcajadas sobre ella, el camisón blanco empapado en sangre. Veinte años después, noche tras noche, el desorden de las sábanas arrugadas, las almohadas y cojines dispersos por el suelo del dormitorio, regresaban a él. En aquella atmósfera densa, casi irrespirable, el cuchillo se hundió en el cuerpo de su madre nueve veces, uno por cada cumpleaños.
Jamás olvidaría el puño en alto, armado, la sangre que resbalaba desde su hoja y chorreaba entre las manos de su padre. Ni la cara de monstruo cuando su madre dejó de convulsionarse y, al advertir su presencia al otro lado, en la penumbra, fue a por él. Hasta que el ángel del miedo lo conminó a huir. La imagen quedó grabada en su cerebro como una instantánea.
En el centro psiquiátrico un hombre joven permanece a la espera en la sala de visitas. Solo el imperceptible taconeo del pie derecho delata su ansiedad.
El hombre joven se levanta cuando ve llegar a un anciano. El taconeo cesa.
-Padre −siempre comienza igual.
−¿Quién eres? ¿Por qué has venido? −repone el progenitor con un hilo de voz, pero a continuación pierde el interés y su mirada se fija en un punto hipotético, exclusivamente a su alcance.
El anciano se sienta muy despacio con ayuda del celador y posa sus pulcras manos encima de la mesa. El joven las mira y luego con los ojos vidriosos pregunta, como viene haciendo desde hace veinte años:
−¿Por qué, padre?

Dolors Fernández Guerrero

Hoguera de San Juan 2.3

−Arderás en la noche más larga, en la hoguera de San Juan.
−¿No me digas? −respondió, con suspicacia, sin darse por aludida.
−Te digo, porque el verbo fue lo primero.
−No, lo primero fue la luz, la gran bombilla universal. −Y su boca abierta pareció querer alumbrar todo el orbe.
−Pues eso.
Aquella noche una vieja careta de cartón, desechada como un trasto inútil, no paró de gesticular mientras ardía durante la noche más larga. La hoguera se alzaba como la cumbre más deseada. Abajo, cientos de ojos miraban cómo crepitaba en las alturas el mundo.

El canario

tapas registroSe oyeron dos golpes más. A lo largo de la mañana había ido sucediendo a intervalos de 10 minutos más o menos. Sin embargo, el aluvión de lectores le había distraído y no le permitía concentrar su atención en la procedencia del sonido. Había vendido bastantes libros, eso significaba cientos de firmas con dedicatoria.
-Toc, toc, toc; toooc, toooc, toooc; toc, toc, toc.
Volvía a oírlos. Sin duda sonaban muy cerca. Eran tres golpes rítmicos con trasfondo metálico. Curiosa ironía. Llevaba toda la mañana en el estand con los libros de Abelardo Nosferatu, su seudónimo como escritor de novelas de terror y ahora empezaba a sentir una extraña inquietud. Seguir leyendo El canario

Un crimen perfecto

Un crimen perfecto-Dicho sea entre nosotros ese asunto hubiera habido que liquidarlo de una forma más precisa –el editor profirió estas palabras y levantó la vista del cómic-. Hay flecos sueltos –añadió.
El joven esperaba aquella cita desde hacía tiempo. Estaba seguro de su talento. Solo necesitaba una oportunidad.
-¿Por qué? –preguntó el joven, sorprendido -. Es un robo perfecto, sin testigos. Una burla a la ley y el orden.
-No creo. ¿Y el hijo minusválido? –inquirió el editor.
-Fuera, con sus padres.
-¿Seguro? Debiste liquidarlo –recalcó el editor, sombríamente.
-¿Cómo? ¡Si no estaba!
-Mira. –Y el editor señaló el último dibujo.- Avisó a la policía.
-¡Dios mío! –exclamó el dibujante al mirar fijamente la flamante casa con jardín y piscina. En ese momento advertía que un cuerpo sin vida flotaba en el agua. Era el hijo minusválido. Parecía haberse ahogado al huir mientras un coche de policía se acercaba a toda prisa al escenario del crimen.
-Ahora sí es un crimen perfecto –sentenció el editor.