Las Reinas te salven, Lilith, en tu oscura huida, la noche es contigo y maldita tú eres entre todas las mujeres y maldito es el fruto de tu vientre, Belcebú.
Lilith, renegada y fugitiva, madre sin dios, odia por nosotras, ahora y en la hora final de la gran deflagración. Amén.
(Poema incluido en la novela en proceso, Barcelona, el solsiticio, de Dolors Fernández Guerrero)
¡Oh, Señor de cuerpos y almas!, escucha hoy a Tus Hijas que urden la telaraña y reivindican la dicha de Tu beso sin mañana, pues saciadas de esta vida, su mentira nos inflama.
¡Oh, tú, gran Bestia negra!, maestro del viernes trece, haz correr la sangre fresca! Que los paganos rebeldes bajo Tu puñal perezcan y el rastro rojo indeleble muestre Tu horrible belleza.
(Poema incluido en la novela en proceso, Barcelona, el solsticio, de Dolors Fernández Guerrero)
El Aula Magna de la Universidad de Barcelona acogió el pasado viernes, 3 de febrero, un homenaje a Cervantes, de la mano del hispanista y cervantista francés, Jean Canavaggio, y el Director de la RAE (Real Academia Española) y Presidente de la Asociación de Academias de la Lengua Española, Santiago Muñoz Machado. La presentación corrió a cargo de Ricardo García Cárcel, Catedrático de Historia Moderna de la UAB (Universidad Autónoma de Barcelona) y Álex Ramos, Vicepresidente de Sociedad Civil Catalana (SCC).
El Aula, con su aforo al completo, acogió las explicaciones que Canavaggio dio sobre la vinculación del Quijote con la ciudad de Barcelona, a través de una grabación de vídeo. A continuación, Muñoz Machado dictó una interesantísima conferencia acerca de la biografía de Miguel de Cervantes, una incógnita en muchos aspectos, que con prolijidad de detalles y ambición de saber, nos desvela en su reciente publicación, Cervantes(Editorial Crítica, 2022). La ocasión para adentrarse en la obra cervantina, no solo en el Quijote, la pintan calva. En los próximos meses me pondré a ello. Tengo garantizadas muchas horas de diversión y el pretexto perfecto para adentrarme en la bibliografía del ilustre Don Miguel de Cervantes Saavedra, nuestro autor más internacional y, paradójicamente, uno de los más desconocidos.
Orgullosa de ver a mi hijo -díscolo y lenguaraz-, tan tan bien colocado él, luciendo palmito en la sección de “Libros” del prestigioso diario La Vanguardia. Es que un tigre blanco siempre es raro de ver y exquisito de degustar… Permitidme que parafrasee a Rubén Blades: “La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida, ay, Dios.”
En los anaqueles del olvido los libros se asoman al vacío en la imprecisa geometría de las palabras. A duras penas se malgastan los verbos, se desplazan los nombres, se malversan los adjetivos. Los conceptos son galgos que escapan a través de enjambres de redes y las hilanderas de lo invisible, las que disponen los números a pie de página, giran la rueca, la giran, y mientras la giran cantan y se calzan espuelas de oro y a toda prisa imponen su ley, que nos despoja de palabras. Después desayunan tranquilas tostadas con mantequilla y mermelada roja, ácida, recluida en el vidrio de un frasco, enroscado a una tapa dura como tapa de alcantarilla. Es la memoria la que inquiere, sin índice ni portada, la que persigue a la luciérnaga, la que devora la fruta agusanada. Si la mano en el pomo de la espada derroca a la hoja en blanco, triunfará en medio de la noche la lechuza de ojos atávicos. Si los pasadizos del miedo enmudecen las palabras, la mentira y la verdad se ovillarán como hermanas y las letras que mancillan, los libros mancillados, se desplomarán ágrafos. Espuma de cadáver exquisito, putrefacción con retrogusto, la oscuridad del tanino esferificada en perlas de estulticia. Mientras las rebanadas del pan de cada día son finas como papel, como las páginas de los libros olvidados.
El espíritu de la Navidad anda malherido, denostado y en manos de los nuevos community mercachifles; vilipendiado por unos, ridiculizado por otros, pero ahí, dándolo todo a pesar de los pesares, haciéndonos proclamar los mejores deseos de salud, amor, prosperidad y felicidad, vamos, todo lo inaccesible y utópico que se nos pueda pasar por la cabeza durante estos últimos días de diciembre. Y es que nos guía la absurda esperanza de conjurar la mala suerte y esquivar la realidad, esa que, de puro impertinente, tanto nos agobia y nos estresa. Parece que de ilusión también se vive, como en los eslóganes publicitarios, al menos en Navidad. Un respiro al realismo agorero que nos invade viene a pintar durante estos días una sonrisa beatífica en nuestras caras, en nuestros correos y wasaps, y eso –¿por qué no?– de vez en cuando es un disparo de optimismo que libera endorfinas. ¿A quién le amarga un dulce? Aunque su exceso nos dispare el azúcar, diabéticos, sí, pero satisfechos y felices. El espíritu actual de la Navidad, como superviviente de tiempos tan aciagos, es hoy por hoy un exhibicionista vestido de rojo, que se cala un simpático gorrito de dormir (tan parecido a la barretina, hasta la languidez de su caída tiene) y se dedica a recorrer el mundo entero a lomos de un trineo volador, tirado por unos hermosísimos y poderosos renos (¿hablaríamos aquí de maltrato animal?). Lo nórdico elevado a categoría mítica. Fantasía al poder, magnificada en la talla XXL. Y es que casi a punto de segregar cualquier cariz religioso de las fiestas navideñas, no podemos negar que se ha incrustado en el imaginario colectivo el mofletudo Papá Noel, con su extravagancia campechana y su desenfado colorista. Por el camino, olvidamos la sobriedad del pesebre como icono de humildad, al recién nacido en pañales llamado Jesús, a sus progenitores, José y María, a los pastorcillos leales, y hasta al buey y la mula, insuflando calor a los desharrapados de Nazaret. Que si nacer pobremente en Belén (aunque sea de parto natural), que si expiar culpas, que si el cordero de Dios que quita el pecado del mundo, que si sacrificarse por la humanidad… Todo eso está de más: tiene un sesgo precario e inculpatorio. Y si a ello añadimos lo de los tres Reyes Magos, monarcas de Oriente, pero monarcas al fin y al cabo, que se atreven a ofrendar oro, incienso y mirra a Jesús, un niño de teta, mal vamos y con el estilismo trasnochado . Entre oropeles y faustos impropios del nuevo milenio, sus Majestades deben repartir regalos al estilo retro, en plan elitista, por intermediación de sus pajes –que no están ellos para doblar el espinazo–. Y deben hacerlo al final de las fiestas, el 6 de enero, de modo residual, una vez que Papá Noel ha iniciado su regreso a Laponia, llevándose con él cualquier rastro de felicidad. Y el colegio, a la vuelta de la esquina. Así las cosas, convendremos que por sentido práctico y por egotismo puro, es mucho más acorde con nuestros tiempos un Papá Noel venido del norte, con su hedonismo consumista, su triunfalismo populachero y su pletórica faz. Y si hay que darle una pátina oenegera al asunto, sin problemas, que si es menester, con cada regalo, unos céntimos se destinan a paliar la pobreza del tercer mundo, y de ese modo, con las conciencias bien tranquilas, las toneladas de papel de regalo y las guirnaldas de colores alrededor del arbolito de plástico made in China no pierden ni un ápice de su brillo. El gordinflón Papá Noel, como salido de la cama para repartir regalos en llamativo pijama rojo, modelo antiventiscas, no se estremecerá con el frío de la Nochebuena. Su venerable barba blanca y su tripa ufana lo protegen, de manera que siempre derrocha buen humor, y eso vende y vende mucho. En la era con más aspirantes a la felicidad de nuestra historia, cala con absoluta naturalidad la imagen dulcificada del abuelo de rojo y su regocijo (ho, ho ho) sencillo, directo, visual, tan acorde con los tiempos que corren, donde el impacto es eficacia, y los likes el mayor logro de la red de redes, internet. Conque ahí estamos de nuevo, un año más, divulgando y consolidando la estampa navideña más famosa, la del obeso Papá Noel repartiendo felicidad en forma de regalos. Él, que con su opulencia, a duras penas podría bajar por ninguna chimenea, paradójicamente es el encargado de aterrizar en nuestros hogares –si es que los tenemos–, según marca el canon navideño. Sea como fuere, por si acaso, Dios nos libre de imponderables que dañen nuestra Navidad, tan de cartón piedra como la pureza de nuestros corazones. Y, si lo hubiere, Amazon, a lomos de la era digital, junto a sus precarios pajes-mensajeros, montados en destartaladas furgonetas con exceso de velocidad, lo resolverá con un clic. La gigantesca compañía jamás tendrá problemas de talla, por minúscula que sea la chimenea. De eso ya se encargará su presidente, Jeff Bezos, menos simpático y rubicundo que Papá Noel , pero más delgado y clarividente, y, sobre todo, leal sucesor del rey de la Navidad.
Dos poemas de mi autoría aparecen en el número de noviembre de la revista de creación Nagari, con sede en Miami. Son Labios sin banderas y Herrumbre. Poetizar es una tarea hermosa, aunque sea para hablar de la guerra y la miseria moral. Ofrecer perspectivas inéditas en temas candentes que nos conciernen es uno de los deberes de la literatura. La poesía vista, no como una esfera de cristal en la que se estrellan y difuminan los meteoritos de la realidad, sino como atajo o catalejo que nos permite mirar mejor y más allá, es una poderosa herramienta. A partir de ahí, como seres comprometidos con su tiempo que somos, intentamos comprender, asimilar y buscar alternativas a todo aquello que nos hiere, nos duele y, en definitiva, nos rodea a nuestro pesar.
Hoy, 22 de noviembre, se nos va el artista cubano Pablo Milanés, con su voz, su guitarra y su poesía, a lugares ignotos, donde la belleza no tiene fecha de caducidad ni parámetros obsolescentes. Seguro que descansará en paz. Algún día me gustaría que nos reencontráramos, maestro, que este mundo, esta “vida loca” como diría tu compatriota Francisco Céspedes, a veces me viene grande. Mientras tanto, permíteme este poema, humilde pero sincero.
A Pablo Milanés
No sé cuándo fue pero escuchaba a Pablo Milanés. Anochecía en la cocina mientras ungía guisos bajo el palio de la campana extractora. La encimera me prestaba su calor.
Ya no recuerdo colores, aromas, el sabor de posibles humedales. En cambio, sé que el tiempo hervía en ollas a fuego lento.
Pablo Milanés cantaba a Yolanda, aquella mujer, y era el momento quien mecía mi mano adulterada por una cuchara de madera.
Sí, recuerdo que Pablo amaba a Yolanda y que ella le colmaba. Aún guardo su tacto grave, cálido entre mis dedos.
Hoy mi mano desea regresar con Pablo a la epifanía de su voz.
“A Pablo milanés”, poema extraído de “mi corazón mordido por tus labios”, de Dolors fernández guerrero