Archivo de la categoría: Reseñas

‘COSTA DEL SILENCIO’,

UN IMPERATIVO HUMANO CONTRA EL RUIDO Y LA DEFLAGRACIÓN

DE JULIO HARDISSON GUIMERÀ

Mi reseña sobre una obra tan singular e inclasificable como Costa del Silencio inicia su andadura por la red en la revista Vallejo & Company. Animo a los lectores de paladar exquisito a leerla y meditar. La belleza y el sentido de todas las cosas está a nuestro alrededor y en nuestro paisaje interior.

La catarsis poética de Víctor del Árbol en ‘Zenda’

Algunos escriben y otros (como yo) a veces osamos escudriñar la escritura ajena, interpretar obras publicadas y, en alguna medida, apropiarnos de ellas.
Algo así es lo que ha sucedido con el primer poemario de un novelista consagrado como Víctor del Árbol, Mientras el mundo dice no, una obra extraordinaria, inusual en el panorama poético actual.
La revista digital Zenda recoge mi reseña, una aproximación personal a una poesía potente y desinhibida. Si he acertado o no el tiempo lo dirá.

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‘Nadie en esta tierra’, el arañazo del lobo

ARGUMENTO DESGLOSADO Y COMENTADO

Prólogo y Epílogo

La novela se inicia con el soliloquio de un personaje anónimo durante un día de lluvia:

No soy yo quien debería contar esta historia. Pero soy el que puede contarla. (pág. 11)

A partir de este planteamiento paradójico, el personaje, que se declara sin “nombre que vosotros podáis conocer”, interpela directamente al lector. Niega que sea un monstruo, solo que “sencillamente, las personas como yo existen”, afirma. Se trata de un sicario que se cruza en la vida de Julián Leal, el inspector de policía protagonista de la novela. Reconoce que Julián cambió el curso de los acontecimientos, tal y como debían haberse producido, puesto que “antes de conocerle, yo era quien era, lo aceptaba y no pretendía ser otra cosa”.
El personaje se siente, con el paso de los años, más débil, padece insomnio y siente inquietud ante su propio futuro.

A fin de cuentas, yo solo quería un velero, una casita en el islote de Margarita, la música de Bob Marley y el rostro de Clara sobre mi pecho, susurrándome que podemos cambiar. (pág. 14)

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‘La víspera de casi todo’, en la frontera del aullido

En La víspera de casi todo, de Víctor del Árbol, lo único que se garantiza es el dolor de sus protagonistas, atormentados por un fatum que vuelve sus vidas de cristal quebradizo.
Veamos cómo y por qué.

Exordio

Citas de Jean-Paul Sartre, de A puerta cerrada: “El infierno son los otros”; y de Chesterton, en Ortodoxia: “Loco es el hombre que ha perdido todo menos la razón”.

Dedicatoria

A Lola: “Porque solo ella me mira para verme. Y eso también es amar.” (Creo que es la perra.)

Resumen

Inicio in media res, durante el verano de 2007, en Málaga. Se presenta al inspector Germinal Ibarra, a punto de ejecutar al “hombrecillo” (no se le da otro nombre a este personaje en toda la novela y todos aluden a él así), fuera de la ley, por haber violado y asesinado a una niña de diez años, Amanda. Se menciona al diario personal del hombrecillo, donde se evidencia su profunda psicopatía y la contradicción en la que vive, al considerar el mundo como un lugar miserable y jactarse de su crimen en aras de un concepto patológico de la belleza. La investigación del inspector es descrita como un desafío y, en cierto modo, espera que lo capture para aliviar su conciencia y para que cesen sus crímenes.
A continuación, el cronotopo en el relato se traslada y ya es otro: La Coruña, 2010. Se presenta al inspector Ibarra como un ser desgraciado y sumido en una profunda depresión, con ideas suicidas, que está en el hospital, velando a una mujer desconocida a la que han llevado medio muerta, después de haber recibido una paliza bestial al hospital de La Coruña. Más adelante se descubrirá que la paciente es Eva Malher, madre de Amanda, la niña fallecida tres años atrás.
Ese acontecimiento ha marcado la vida del inspector. Aunque profesionalmente le concedieron una medalla, él sabe que fue un asesinato, merecido, pero un asesinato. Su móvil para llevar a cabo aquella ejecución no había sido únicamente un deseo de justicia, sino el sentimiento de venganza. Cuando el inspector tenía diez años, un demente lo sodomizó en un camino desierto, cuando volvía a casa, después de haber ido a visitar a su padre, ingresado en un sanatorio mental. El trauma todavía le persigue, sumado ahora al sentimiento de culpa por la acción cometida en su edad adulta, un acto de brutalidad que mancha su conciencia.
La sospecha de ciertos grupos, incluso vecinos, de que el asesinato fue premeditado, de que se falsearon pruebas y de que el hombrecillo, con su aspecto inofensivo, no era culpable, sino una víctima inocente, promueven la animadversión de muchos, que le dirigen continuos insultos y provocaciones en las redes sociales. Lo que más le duele a Ibarra es que el acoso llega hasta su hijo Samuel, de dieciséis años, aquejado de una enfermedad incurable y rara, el síndrome de Williams. Esta patología confiere a la fisonomía del muchacho un aspecto extraño, objeto de burlas. De un modo implícito, se muestra cómo la presión exterior y su problemática personal lo han abocado a la bebida y a frecuentar los burdeles, en busca de evasión.


Ese es el planteamiento previo, a partir del cual Víctor del Árbol irá desarrollando el argumento de La víspera de casi todo.
De este modo, retrocedemos de nuevo en el tiempo. En junio de 2010 llega al pequeño pueblo de Punta Caliente, en La Coruña, una mujer en un llamativo descapotable. Es Eva Malher, aunque se identifica como Paola. Huye de una vida de disipación, entre las drogas, el sexo y el alcohol, que mitigan la herida profunda que la pérdida de su hija le ha provocado. Casualmente acaba por alojarse en el hotel rural de Dolores, una portuguesa que llegó al pueblo años atrás con su hija, escapando de su pasado y de un divorcio complicado. Allí ejerció durante años de maestra. Ahora se muestra como una mujer huraña y escéptica, ya que carga a las espaldas un pasado trágico. Hace diez que perdió a su hija Martina y no ha vuelto a saber de ella. Secretamente espera volver a verla algún día. Es una mujer solitaria que bebe bastante, lee mucho y fuma marihuana. Dolores es amiga de Mauricio, un sombrerero argentino con la boca marcada por unas cicatrices como racimos, dispersas alrededor de la boca, que recaló en Punta Caliente para hacerse cargo de Daniel, su único nieto, quien perdió a toda su familia en un incendio. Al quedarse solo y a consecuencia del trauma, Daniel fue recluido en un sanatorio mental. Ahora está bastante equilibrado, aunque su abuelo, desconfiado, lo vigila y cuida constantemente. No obstante y contra los deseos de Mauricio, Daniel tiene una amiga íntima que se llama Martina, que vive en la vieja casa del farero entre bustos de arcilla que moldea con sus propias manos. Daniel y Martina son inseparables, algo que disgusta a su abuelo Mauricio profundamente.
Desde el principio, pese a la diferencia de edad, Daniel y Eva Malher se atraen y, al cabo de poco, inician una relación clandestina.
Los saltos temporales van alternándose para mostrarnos la recuperación de Eva en el hospital. En un momento dado, cuando ella es capaz de hablar, Eva lo saluda y Germinal la reconoce.
Eva, que ha desaparecido de su casa sin avisar ni a su marido Otto ni a su padre, pide al inspector que no la descubra todavía. Con la esperanza de ganar tiempo se niega a explicarle lo sucedido. Declarar su aparición es tentador para el inspector y los sanitarios del hospital, toda vez que el Sr. Malher recompensará con 100 000 € a aquel que encuentre a Eva.
La investigación de Ibarra prosigue y se explica el pasado de Mauricio. Hijo de un sombrerero argentino de ideas conservadoras de quien aprende el oficio, se casa con la Pecosa, una joven decidida de vocación artística. A instancias de la Pecosa, a la sazón escultora, junto a su amigo Oliverio, emigran a principios de los años sesenta desde Argentina a Alemania. Desean prosperar y la Pecosa sueña con desarrollar su carrera de artista plástica. Sin embargo, allí no encontrarán más que pobreza y trabajo duro. Oliverio incluso pierde una mano, en la prensa de una cadena de montaje, mientras la manejaba con demasiado alcohol en sangre. Sobre todo, la persistencia de la Pecosa por permanecer en Alemania es tenaz y se describen sus vínculos con el grupo Fluxus, movimiento artístico vigente en esa época. No obstante, llega un momento en que la situación es desesperada. El primero en volver es Oliverio, quien a su llegada a Argentina comenzó a trabajar en el Ministerio de Defensa, pese a su minusvalía en una mano. Luego la pareja, a instancias de Mauricio, también regresará. 
Sin entrar en pormenores, se relata cómo Oliverio se vuelve adepto a la recién inaugurada dictadura en Argentina del general Videla. No se dan detalles sobre la situación política, más allá de la consabida lucha de los regímenes totalitarios de Hispanoamérica contra el comunismo, las ideas anarquistas y cualquier otra ideología considerada hostil. La función de Oliverio en este nuevo ecosistema es la de ejercer de torturador. Debido al activismo antisistema de la Pecosa que, a su regreso a Argentina, se convierte en profesora en la Universidad de Bellas Artes y, además, pertenece al sindicato estudiantil, la policía sigue muy de cerca las actividades de la pareja y con frecuencia se personan en el negocio de sombreros propiedad de Mauricio. En una de esas ocasiones se produce un altercado, el detonante que destrozará sus vidas. La Pecosa, que se ha citado con Mauricio en la tienda, llega cuando dos policías están fisgoneando, como ya es costumbre. El problema es que ese día la Pecosa lleva en el bolso octavillas del sindicato disidente. La descubren e intentan llevársela a comisaría mientras la manosean obscenamente ante la mirada de Mauricio. Antes de que salgan por la puerta, Mauricio saca la escopeta que guarda bajo el mostrador y tirotea a los policías. La muerte de los agentes conlleva que los detengan a ambos y que a él lo condenen por asesinato. A ella la acusan de realizar actividades subversivas contra el gobierno. En prisión, su amigo Oliverio lo tortura hasta que logra que delate a la Pecosa y eso basta para firmar su sentencia de muerte. La Pecosa es ejecutada con un par de tiros en la cabeza junto a una zanja, excavada exprofeso para ella.
Tras un calvario de torturas ininterrumpidas y anulación de su propia identidad, la condena, veinte años después, llega a su fin. Mauricio sale libre pero ya su mundo, irremediablemente, ha cambiado. No sabe si su mujer sigue viva o muerta y no sabe nada de su hijo, que años atrás se ha marchado a España con su mujer. Mauricio está completamente solo y su único objetivo consistirá ahora en descubrir qué ha sido de la Pecosa y en vengarse de Oliverio.
Poco a poco se va desenmarañando la verdad de lo ocurrido en Punta Caliente, hasta el punto de que se descubre la verdad sobre Daniel, un adolescente ausente y extremadamente inteligente, un niño poco aceptado por su entorno -tanto por los compañeros de clase como por su propio padre. Se nos descubre que fue él el responsable de la desaparición de Martina, la hija de Dolores. Un invierno de fuertes nevadas, diez años atrás, Martina y Daniel jugaban en la cima de Punta Caliente, junto a un acantilado. Martina, que en medio del juego expresó su deseo de volar, cayó al precipicio, empujada por Daniel. Su hermano Julio, que lo vio antes de que le diera tiempo a llegar y detenerlo, encubrió el homicidio. Recogió el cadáver de la niña y lo enterró bajo el suelo de la casa del farero. Allí Daniel realiza sus obras de alfarería, aunque en su mente enferma las atribuye a Martina. Son bustos sin ojos, en alusión al sabio Tiresias, cuya visión y perspicacia, pese a su ceguera, son legendarias. También se ha relatado la relación entre Dolores y Julio, de la que el pequeño Daniel se entera accidentalmente, mientras los sorprende manteniendo relaciones sexuales.
Al cabo de ocho años, Julio siente el peso de la conciencia y el dolor de Dolores por la desaparición de su hija se le hace insoportable. Decide que Daniel es culpable y debe saberse. En una conversación exaltada con su hermano le explica que lo internarán en un centro psiquiátrico y lo enfrenta ante la tumba de Martina, ante sus restos, carcomidos por el tiempo. Daniel se niega a creerlo y no es capaz de asimilar que su querido hermano vaya a ingresarlo en un manicomio. Se escapa de casa durante la noche e, instigado por las voces de Martina, rocía de gasolina la casa, atranca todas las puertas y le prende fuego con su familia dentro: sus padres y su hermano. Todos perecen a consecuencia del incendio.
Sin que se precise cómo (¿la sabiduría de un ser doliente?), Mauricio sabe lo que ha pasado y advierte a Paola (en su otra vida, Eva) de que se marche de Punta Caliente e interrumpa una relación enfermiza con Daniel. La avisa de que su nieto puede ser peligroso. Después, viendo que Paola no reacciona, llama al Sr. Malher para que vaya a buscarla. Paola no cree a Mauricio, pero después de reflexionarlo mucho decide aceptar el consejo y volver para afrontar su vida. Simultáneamente, su padre va a verla y le suplica que regrese. Le da un plazo de cuatro días antes de amenazarla con desheredarla.
A Eva no le da tiempo de responder a su padre, porque Daniel, sintiéndose de nuevo traicionado, abandonado esta vez por Eva, decidirá actuar bajo el influjo de Martina. Invitará a Eva a ir a la casa del faro, con la excusa de presentarle a Martina. Paola desconoce que Martina es una alucinación de Daniel, un desdoblamiento de su personalidad. Allí Paola se dará cuenta de la enajenación del joven, de su personalidad esquizofrénica. En un momento dado, Daniel perderá el control y propinará una paliza terrible a Paola. Mauricio llegará a tiempo para rescatarla y dejarla anónimamente en el hospital.
Mientras tanto, Oliverio, que en ese momento vive en Barcelona, donde reside su hija Laura, es localizado por Mauricio a través de una ONG que ayuda a localizar a desaparecidos de la dictadura argentina de Videla. Mauricio busca venganza y logra entrevistarse varias veces con Oliverio. Le entrega un poemario de Juan Gelman, cuyo significado al final de la novela se aclarará. Poco después Oliverio muere tiroteado en pleno centro de Barcelona e Ibarra, encargado de investigar el caso, sospecha de Mauricio. Va a detenerlo a Punta Caliente. Al presentarse con una pistola y sin saber a qué atenerse, Mauricio lo agrede y lo reduce. Sin embargo, el anciano acaba por explicarle quién ha asesinado a Oliverio: Héctor, antiguo soldado que sirvió a las órdenes de Oliverio en la guerra de las Malvinas. Allí Oliverio obligó a Héctor a estrangular a un preso británico al que estaban torturando sin compasión. Ello le comportó un consejo de guerra, debido a su supuesta negligencia en la custodia del prisionero, pero Oliverio consiguió que lo exoneraran. No obstante, Héctor guardaba un hondo rencor a Oliverio por todas las atrocidades cometidas. Movido por ese odio, Héctor funda, junto a su hermana que ha perdido a un hijo, una ONG para ayudar a las familias de los desaparecidos en Argentina.
Por otro lado, la declaración de Eva en el hospital, lo conminan a ir a Punta Caliente y resolver el crimen de Amanda.
Una vez se hace público el ingreso de Eva Malher en el hospital, su padre, que la busca desesperadamente desde hace meses, va a visitarla junto a su marido. Utilizando sus influencias logra sortear la presión mediática y sacar a Eva del hospital a escondidas de las cámaras y los periodistas.
Cuando Ibarra, Mauricio, Dolores y la Guardia Civil van a detener a Daniel, culpable del asesinato de Martina y del intento de asesinato de Eva Malher, el joven se suicida, instigado por la voz de Martina, lanzándose al mismo precipicio al que diez años atrás él la había empujado.
Hay un epílogo en el que se narra la visita de Ibarra a Eva en su casa de Málaga, al lado del mar. A Germinal lo han obligado a jubilarse sus jefes, celosos de su protagonismo. Se ha retirado con su familia a un pueblo de Extremadura, donde viven tranquilamente, lejos de todo. El exinspector ha abierto un taller de restauración de muebles, en el que le ayuda su hijo Samuel. Carmen ha creado un grupo de yoga. Un día su esposa se tropieza con el diario del hombrecillo en el armario, del que Germinal todavía no se ha deshecho. Su marido lo relee y comprende que es momento de pasar página. Decide entregárselo a Eva. Ya han transcurrido dos años. Germinal la contempla, hermosa, sin rastro ya de las heridas y hematomas que le infligió Daniel en Punta Caliente.
En un inciso, se comenta que Dolores ha regresado a Portugal y se ha casado con un artista quince años más joven que ella. Ibarra se pregunta si habrá rehecho su vida. Por su parte, Mauricio, vive algunos años más hasta que una enfermedad acaba con su vida.
El desenlace nos muestra a Eva bajando las escaleras que separan la casa de la playa mientras Ibarra la observa. Envuelta en misterio, deshoja el diario y lanza las hojas al mar, en una imagen que indaga en el destino del personaje. Ella también fue una niña solitaria, cuya madre estaba aquejada por una enfermedad mental invalidante, hasta que un día los abandonó, a su padre y a ella. Al cabo de pocos meses, su cuerpo flotaba sin vida en un canal de Venecia.

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‘El hijo del padre’, una epopeya cainita

El hijo del padre, como título, es una tautología, pero también un aserto, una advocación de Jesucristo o, incluso, del “otro” hijo de Dios caído en desgracia, Lucifer.
Novela más que negra, tenebrosa, hereda del naturalismo de Zola o Maupassant el determinismo y la profundidad psicológica de sus personajes. La saga de los Martín se convierte con Víctor del Árbol en un relato cainita donde padres e hijos están marcados por el mismo trágico destino: la hostilidad del medio en el que les toca vivir y la violencia con que encaran su suerte.
Desde Extremadura, pasando por Rusia o Marruecos, la epopeya de los Martín se dirime en Barcelona, entre la precariedad y la opulencia. El espejismo, al desvanecerse, descubre el frágil equilibrio de su protagonista, Diego Martín.
Ira, violencia, venganza, pero también ternura y amor. Todos esos componentes sitúan esta novela de factura exquisita en la visceralidad más absoluta. Con un lenguaje impecable −sobrio por momentos, lírico en ciertos pasajes− y un ritmo fluido, vigoroso, su autor nos presenta una novela que fascina.  Perturbadora como los claroscuros de Caravaggio.

Víctor del Árbol: El hijo del padre │ Ediciones Destino │ Barcelona, 2021 │ 413 págs. │19,85€

‘La tristeza del samurái’, locura, abominación y muerte

Resumen

Novela policíaca situada en Barcelona, de género negro y temática tremendista, desarrollada en dos ejes temporales que se alternan de principio a fin: los años 40 de la posguerra española y el período comprendido entre 1976 y 1981.
La novela se inicia de modo abrupto, sin preámbulos, en 1981, con la protagonista, la abogada María Bengoechea, agonizando en un hospital, bajo vigilancia policial, como sospechosa de un asesinato.
Toda la novela es, por tanto, una larga analepsis que se mueve en los dos ejes temporales anteriormente descritos.
Tras la irrupción de María en sus últimos momentos de vida, se retrocede en el tiempo, hasta 1976, cuando era una abogada con escasa proyección. Se nos presenta como una mujer infeliz, casada con Lorenzo, funcionario del CESID, quien la maltrata. En un estado de alienación y apatía en el que no se profundiza, vemos que la protagonista soporta su situación, abnegada. Entonces se le presenta la oportunidad de  enfrentarse a un caso inesperado: el de un inspector de policía, César Alcalá, quien, en un alarde de brutalidad policial, deja en coma a un detenido, un soplón de la policía y miembro de los bajos fondos, llamado Ramoneda. Alcalá se ha cebado en él porque sospecha que Ramoneda ha sido el autor del secuestro de su hija Marta. A pesar de todo, no consigue sonsacarle información. Es la mujer de Ramoneda quien va al bufete en busca de justicia y quien convence a María y a su compañera Greta, mujer de gran belleza que siente una no disimulada atracción por su compañera, para que denuncien el caso. Ambas, deslumbradas por el cariz mediático que el caso les brinda, desean demostrar que España ha dejado atrás el franquismo y que la impunidad de las fuerzas de seguridad ha pasado a la historia. Tras la detención del inspector, la mujer de César Alcalá se suicida.


Paralelamente se explica que el padre de María, Gabriel Bengoechea, quien vive en una casa aislada en el Pirineo catalán, está senil y padece un cáncer terminal. Al no estar en condiciones de continuar viviendo solo, su hija lo visita para obligarlo a aceptar los cuidados de una enfermera. En la leñera de la casa, María descubre que Gabriel guarda un secreto desde hace muchos años. Se nos adelanta que la documentación que con tanto celo oculta Gabriel, ha sido la causa del suicidio de la madre de María cuando esta era niña. Más adelante, será información fundamental para la resolución del caso.
Analepsis hasta al año 1941. Se describe una escena en una estación en Mérida. Una atractiva mujer, acompañada de su hijo pequeño, Andrés, espera la llegada de un tren. Está nerviosa porque su intención es huir de su marido, un general y oligarca del régimen franquista llamado Guillermo Mola, a quien no ama y de quien recibe malos tratos. La mujer es Isabel Mola y jamás llegará a tomar ese tren porque su antiguo amante, con quien había planeado, junto a una célula comunista disidente, atentar contra su marido, en realidad es un esbirro de este, que le ha tendido una trampa. Isabel y Andrés se ven obligados a regresar a casa con él en un flamante coche. Es en ese momento, cuando, para apaciguar al niño, el hombre promete que al regresar a casa tendrá un regalo de su padre, una catana japonesa, forjada expresamente para él. Es el obsequio más preciado para el niño, aficionado a las armas, con un perfil psicopático que ya da indicios de un profundo desequilibrio desde la infancia. De hecho, Isabel teme que termine, por voluntad del padre, internado en un centro psiquiátrico.
De vuelta a los años ochenta, el juicio se salda con pena de prisión para César Alcalá, lo cual reporta a María y Greta gran celebridad. Ambas inician así una carrera de éxito como abogadas en un nuevo bufete en la zona alta de la ciudad. María deja a su marido y se va a vivir con Greta. Simultáneamente Ramoneda se recupera y, al sorprender a su mujer manteniendo relaciones sexuales con un enfermero en la misma habitación en la que él convalece, se venga matándolos allí mismo y dándose a la fuga. Nada de eso empaña la carrera ascendente de María y Greta
Al cabo de cuatro años, en 1980, el coronel Recasens del CESID, contacta con María. Le pide ayuda para desenmascarar al diputado Publio (antiguo hombre de confianza del general Mola) convertido ahora en un político corrupto y de alguna manera vinculado con César Alcalá, condenado a prisión por ella años atrás. Recasens desea que entable contacto con Alcalá para que desenmascare a Publio, de quien sospecha que tiene mucha información inculpatoria. La añagaza propuesta por Recasens para que el convicto colabore es el secuestro no resuelto de su hija Marta. A juicio de Recasens Alcalá y María tienen cosas en común y eso facilitará las cosas. Es así como María empieza a visitar a Alcalá en la cárcel. Su vida allí no es fácil y ha tenido que superar varios intentos de asesinato por parte de algunos presos.
Mientras esto sucede se empiezan a manifestar los primeros síntomas del tumor cerebral que aqueja a la abogada.
Se describe también cómo se está gestando el golpe de estado perpetrado por Tejero en el Congreso de los Diputados el día de la investidura del candidato a la presidencia del gobierno de España, Leopoldo Calvo Sotelo, y que realmente tuvo lugar el 23 de febrero de 1981. Publio mueve los hilos en una trama que incluye a parte de la plana mayor del Ejército. Se nos va aclarando cómo el vertiginoso ascenso socioeconómico de Publio, un niño nacido en el seno de una familia pobre de Extremadura, se debe a su lealtad al general Mola, quien, al desheredar a su hijo mayor Fernando, lo convierte en heredero único a él, a cambio de cuidar a Andrés, internado en un sanatorio mental de por vida. Andrés ya ha dado muestras de su psicopatía, después de asesinar a diferentes prostitutas con su catana. La enemistad de Fernando y su padre se debe a la desaprobación de los métodos paternos por parte de este, referido al maltrato del padre infligido a su madre y a otras mujeres. Se describe a Fernando como un joven con sensibilidad artística, lejos de las consignas fascistas y de la barbarie paternas, lo cual enfurece al general Mola. Opta entonces por enviarlo al frente ruso con la División Azul. Se apunta a que el sadismo desarrollado por Andrés en su juventud tiene sus raíces en la psicopatía paterna y que el internamiento desde niño en centros sanitarios con métodos aberrantes no hace más que desencadenar con posterioridad esos rasgos de su personalidad.
Para entonces el general Mola ya ha ordenado el asesinato de Isabel. Se explicita un dato de importancia: Pedro Recasens, un joven recluta de servicio en la cantera la madrugada de su ajusticiamiento, la ve llegar en coche. Se convierte, por tanto, en testigo del crimen. Cuando busquen un chivo expiatorio, el elegido será Marcelo Alcalá (padre de César Alcalá), profesor a la sazón de Andrés, el hijo menor del matrimonio Mola. Marcelo se enamorará profundamente de Isabel y se comprometerá a ayudarla a escapar a Portugal con Andrés en el caso de que el atentado a su marido fallara. No obstante, no tiene ocasión de cumplir su palabra. Con el balazo, al general solo le rompen algunas costillas y se recupera sin mayores complicaciones, pero hay que buscar culpables. La maniobra se ha organizado con el objeto de demostrar la lealtad de Mola al régimen, en vistas a su promoción. En cambio, Marcelo es acusado del asesinato de Isabel y torturado para que confiese. Coaccionarán a Recasens, de guardia en la cantera el día del asesinato, para que lo inculpe, bajo la amenaza de enviarlo al frente ruso. A pesar de todo, lo envían  al frente. Allí conoce a Fernando y traban amistad. Mola es trasladado a Barcelona, donde inicia una carrera meteórica, a partir de la cual llegará a ser ministro.
De regreso a los años ochenta, la desaparición de Marta sigue siendo un misterio, hasta que se nos aclara que César recibe unos misteriosos papelitos de Marta en los que su hija le comunica que está bien. Eso mantiene viva la esperanza del inspector y comporta su silencio. Con la documentación que posee podría imputar al diputado Publio.
Lorenzo, el exmarido de María, se entrevista con ella. En nombre del CESID le pide colaboración, aunque realmente lo que quiere es obtener información a través de ella para asegurar la impunidad de Publio, para quien trabaja realmente. En los prolegómenos del golpe de estado, lo último que quiere el diputado es que ningún contratiempo se interponga en el desarrollo y el éxito de la operación.
Recasens y Fernando, amigos desde la época de la División Azul en el frente ruso y como supervivientes del campo de prisioneros, llevan años intentando resarcirse de todos sus sufrimientos a través del responsable de su ruina: Publio. Saben, además, quién es el verdadero culpable de la muerte de Isabel. En una entrevista, Fernando se lo cuenta a María. Mientras tanto, Publio, que se siente amenazado, ordena el asesinato de Recasens a Ramoneda.
Al enterarse de la realidad y de la implicación de su padre, Gabriel Bengoechea, con los Mola y los Alcalá, María desea, en un acto de justicia, ayudar a César, a quien acecha la muerte en la cárcel. Publio ordena, por enésima vez, su asesinato. Para ello pagan a su compañero de celda, Justo Romero, cabecilla de algunos de los presos más peligrosos y de fiereza incuestionable. Lorenzo, apabullado por la situación, es conminado por Publio para que asesine a María. En lugar de eso, la avisa y le recomienda que huya. Ella no lo hace y él deberá asumir las consecuencias.
En ese punto aparece Marchán, un inspector de policía a punto de jubilarse, excompañero de César y con cargo de conciencia por no haber declarado a favor suyo durante el juicio. No obstante, lleva años intentando encontrar a Marta. Marchán se alía con María para resolver el enigma. Los ayudará, inopinadamente, Fernando, a cambio de información para destruir a Publio, en un acto de venganza demorada durante décadas y que ahora se ve espoleada por el asesinato de Recasens.  Entre todos propician que César escape del hospital donde lo han ingresado tras el ataque con machete de su compañero de celda, Justo Romero. Este se conjura con María para únicamente herirlo, de modo que sea trasladado al hospital de urgencia y no a la enfermería de la prisión. Una vez allí, pese a la vigilancia, puedan preparar su fuga.
César accede a cederles la información que guarda sobre Publio a cambio de rescatar a su hija. Ya se nos ha anticipado que Marta lleva cinco años de cautiverio en casa de Andrés Mola, en el Tibidabo, a sabiendas y con la connviencia de Publio. Oficialmente Andrés está dado por muerto, como consecuencia de un incendio ocurrido en el psiquiátrico donde estaba internado hace más de veinte años. El incendio lo provocó un celador. Sobornado por Fernando, era la estrategia de este para sacar a Andrés del centro, aprovechando el caos que se produciría. Sin embargo, el tema se le fue de las manos. El celador acabó derribado por Andrés y murió al precipitarse por la ventana de su cuarto. El incendio, descontrolado, hizo arder el edificio. Numerosos internos murieron y Andrés sufrió quemaduras graves que lo dejarían marcado de por vida. Desde entonces Publio lo mantenía encerrado en su antigua casa del Tibidabo, protegido por sus esbirros, junto a Marta, a la que mantiene  secuestrada en condiciones inhumanas. En ese momento se describe a Marta con un gran parecido a la madre de Andrés. De ahí que a la obsesión por castigar a los Alcalá, por ser la familia del asesino de su madre, se le sume, paradójicamente, la seducción que Andrés experimenta por la niña, quien evoca en él a su madre. Eso desencadena en su mente enferma comportamiento sádicos y violencia sexual. Queda en evidencia que el complejo de Edipo, el sadismo y la venganza mueven a este personaje.
Ramoneda, por su parte, recibe órdenes de Publio: debe asesinar a María y Lorenzo,  a César y Andrés. Sin embargo, es la esposa de Lorenzo quien dispara, anticipándose a Ramoneda, en el momento en que este, creyéndolo solo, va a buscarlo a su vivienda. Como María antes, la esposa de Lorenzo padece sus malos tratos. Ramoneda rematará la faena pegándole un tiro a ella también.
Ya en el desenlace de la novela, Fernando mata a Andrés con la catana que antes le perteneciera, bautizada “La tristeza del samurái”. A continuación, Fernando seguirá el ritual del seppuku, una muerte ritual especificada en el libro de los samuráis, Bushido. Cuando Ramoneda llega a la casa del Tibidabo ve a Andrés decapitado y a Fernando agonizando con los intestinos fuera. En vez de apiadarse de él y decapitarlo, prende fuego a la casa para eliminar pruebas.
Acto seguido se produce una escena de reconciliación entre Greta y María. Cenan en un restaurante del Puerto Olímpico. A pesar de todo, no llegan a restablecer los vínculos de antaño. María no le confía a Greta su enfermedad ni le explica que al día siguiente van a intervenirla. Se despiden y María decide regresar sola a casa, a pie. Ramoneda la está siguiendo. A la altura de un edificio en obras la ataca y la golpea hasta que María pierde el conocimiento. Entonces la lleva a un portal. Piensa violarla para doblegarla y anular su voluntad, y luego matarla. Por suerte para María, César la está vigilando desde hace un par de días, ya que teme la reacción de Publio. Llega en el momento oportuno y dispara a Ramoneda por la espalda. Se va sin más y a los pocos días el cadáver aparece con los pantalones bajados en un descampado de Montjuïch frecuentado por chaperos y drogadictos.
Al día siguiente operan a María en el Hospital de la Sagrada Familia. El tumor está muy extendido y no se recupera. Marchán cumple con su parte y entrega la documentación incriminatoria de César Alcalá a un juez militar amigo suyo. No obstante, el juez no considera que haya pruebas consistentes contra el diputado y exige que César se entregue y declare para incoar el proceso.
El atentado del 23 de febrero fracasa pero Publio sale indemne. Nadie lo acusa. Más de 30 militares son condenados. Sin embargo, en el epílogo se nos explica que Publio vive el resto de sus días refugiado en su casa de Mérida, la que un día fuera de la familia Mola,  atemorizado y solo.

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‘El peso de los muertos’, el fatalismo del recuerdo

PREMIO TIFLOS DE NOVELA 2006

Resumen

Se inicia la novela cuando Nahúm Márquez va a ser ejecutado en Barcelona, en el garrote vil, en el año 1945, acusado del asesinato de Amelia Quiroga, la hermosa mujer de un alto mandatario del régimen.
Luego se van dando saltos en el tiempo hasta llegar a un presente de los años 70. Franco está a punto de mirar y Lucía de Dios, la protagonista, regresa a Barcelona desde Viena, donde vive con su marido, Andrés, como refugiados políticos. Al llegar, lo primero que hace Lucía es ir a la Casa de Las Ceibas, en Siges, para dispersar allí las cenizas de su padre, fallecido en los años 40, cuando intentaba huir del comisario Ulises (apodado ‘Moro’ porque nació en Marruecos). Un amigo de la infancia, el psiquiatra Octavio Cruz, la ha llamado indicándole que Nahúm Márquez, al que ambos conocen y asistió al asesinato del padre de Lucía, está y vive recluido desde hace 30 años en un centro psiquiátrico. Ese dato activa a Lucía y su deseo de volver. Contra el consejo de su marido, organizan rápidamente el regreso, con pasaportes falsos.

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¿’El conflicto de los siglos’ con final feliz?*

Que un título tan sugerente como El conflicto de los siglos se use en un tratado religioso (apologético y casi bíblico con hojas transparentes como el papel de fumar) es un desperdicio tremendo. Al menos para los ateos y agnósticos recalcitrantes, admiradores de los títulos de rompe y rasga y, por supuesto, partidarios de la división de poderes y el estado laico. Pero que el libro en cuestión te lo regale un hombre voluntarioso en medio de un trayecto en el metro de Barcelona, mientras tú lees tranquilamente la primera novela publicada por Víctor del Árbol allá por el año 2006, una obra titulada El peso de los muertos, negra y tremendista hasta la extenuación, tiene una retranca con visos caricaturescos. Y es que el argumento esgrimido por el “regalador” fue que yo me lo merecía porque me gustaba leer. Y es cierto, me encanta, pero llegados a este extremo, cabe reflexionar que no todos los libros son del mismo pelaje ni tienen parangón entre sí, ni todo el monte es orégano ni es plan de ir rogando y con el mazo dando, cuando de lecturas se trata. Y por si esto aún fuera poco, debo añadir que en última instancia los libros, en su inmensa variabilidad temática, de intención e inteligencia, arrojan influjos muy diversos a las ondas cerebrales del lector y que a menudo estos mensajes son incompatibles entre sí. Tanto, que de ninguna manera podemos comparar el ascendente de una obra de apostolado anticatólica pero de raigambre cristiana como la que el azar puso entre mis manos, con una novela que describe la violencia de estado, a personajes psicópatas que perpetran impunemente sus crímenes y el horror generalizado de una sociedad en crisis durante la ciénaga posfranquista de la España de los años setenta, en los prolegómenos de la tan cacareada “transición”. Ni Albert Camus reencarnado podría superarlo.


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Seamos disruptivos

El parasimpático de Edgardo Dobry me ha ofrecido la oportunidad de realizar este trabajo de interpretación basado en una obra poética disruptiva, como los tiempos que vivimos.
Su publicación ha corrido a cuenta de la revista digital Pliego Suelto, a la que agradezco la confianza. Se trata de un espacio de reflexión literaria que parte de alumnos de la Facultad de Filología de la Universidad de Barcelona, hoy ya instituidos como profesores.
La poesía, como sabemos los que la amamos y nos sumergimos en ella hasta desentrañarla, puede asumir múltiples formas, a veces proteicas e inaprehensibles, pero solo en raras ocasiones nos llama para invocarnos como seres inteligentes, los Homo sapiens que en principio debiéramos ser.
De modo que seamos disruptivos y no dejemos para mañana lo que podamos leer hoy.

http://wwww.pliegosuelto.com/

‘El ruido y la furia’ de William Faulkner

Cuando la disolución de una familia se convierte en un tabú, una corazonada y un destino.

The Sound and the Fury (1929), de William Faulkner, es una novela  traducida al español de dos formas: El sonido y la furia y El ruido y la furia.
Que es una obra cumbre de la literatura norteamericana lo avalan muchas cuestiones de forma y de fondo, empezando por la técnica narrativa empleada: multiperspectivismo (cuatro narradores distintos) y el extraordinario uso del  monólogo interior.
Temáticamente, por la franqueza con que se representa el sur de EE.UU. con todas sus tensiones (pobreza, tradicionalismo, racismo) al margen de prejuicios esnobistas o pusilánimes.
Y, muy importante, por el tratamiento de los personajes, atreviéndose a ahondar en psicologías complejas, en traumas profundos, en desviaciones de la conducta, incluso penetrando en la mente de uno de ellos, Benjy, un miembro de la familia protagonista con una deficiencia psíquica importante. Todo ello con admirable destreza y sensibilidad. 
Por último, no olvidemos el premio Nobel concedido en 1949 al conjunto de la obra de Faulkner.

Cuando la sombra del marco de la ventana apareció en las cortinas eran entre las siete y las ocho y entonces me encontré de nuevo en el interior del tiempo oyendo el reloj. Era el del abuelo y cuando mi padre me lo dio (…) Te lo doy, no para que recuerdes el tiempo, sino para que consigas olvidarlo de vez en cuando durante un momento y no malgastes todo tu aliento intentando conquistarlo.