En La víspera de casi todo, de Víctor del Árbol, lo único que se garantiza es el dolor de sus protagonistas, atormentados por un fatum que vuelve sus vidas de cristal quebradizo.
Veamos cómo y por qué.
Exordio
Citas de Jean-Paul Sartre, de A puerta cerrada: “El infierno son los otros”; y de Chesterton, en Ortodoxia: “Loco es el hombre que ha perdido todo menos la razón”.
Dedicatoria
A Lola: “Porque solo ella me mira para verme. Y eso también es amar.” (Creo que es la perra.)
Resumen
Inicio in media res, durante el verano de 2007, en Málaga. Se presenta al inspector Germinal Ibarra, a punto de ejecutar al “hombrecillo” (no se le da otro nombre a este personaje en toda la novela y todos aluden a él así), fuera de la ley, por haber violado y asesinado a una niña de diez años, Amanda. Se menciona al diario personal del hombrecillo, donde se evidencia su profunda psicopatía y la contradicción en la que vive, al considerar el mundo como un lugar miserable y jactarse de su crimen en aras de un concepto patológico de la belleza. La investigación del inspector es descrita como un desafío y, en cierto modo, espera que lo capture para aliviar su conciencia y para que cesen sus crímenes.
A continuación, el cronotopo en el relato se traslada y ya es otro: La Coruña, 2010. Se presenta al inspector Ibarra como un ser desgraciado y sumido en una profunda depresión, con ideas suicidas, que está en el hospital, velando a una mujer desconocida a la que han llevado medio muerta, después de haber recibido una paliza bestial al hospital de La Coruña. Más adelante se descubrirá que la paciente es Eva Malher, madre de Amanda, la niña fallecida tres años atrás.
Ese acontecimiento ha marcado la vida del inspector. Aunque profesionalmente le concedieron una medalla, él sabe que fue un asesinato, merecido, pero un asesinato. Su móvil para llevar a cabo aquella ejecución no había sido únicamente un deseo de justicia, sino el sentimiento de venganza. Cuando el inspector tenía diez años, un demente lo sodomizó en un camino desierto, cuando volvía a casa, después de haber ido a visitar a su padre, ingresado en un sanatorio mental. El trauma todavía le persigue, sumado ahora al sentimiento de culpa por la acción cometida en su edad adulta, un acto de brutalidad que mancha su conciencia.
La sospecha de ciertos grupos, incluso vecinos, de que el asesinato fue premeditado, de que se falsearon pruebas y de que el hombrecillo, con su aspecto inofensivo, no era culpable, sino una víctima inocente, promueven la animadversión de muchos, que le dirigen continuos insultos y provocaciones en las redes sociales. Lo que más le duele a Ibarra es que el acoso llega hasta su hijo Samuel, de dieciséis años, aquejado de una enfermedad incurable y rara, el síndrome de Williams. Esta patología confiere a la fisonomía del muchacho un aspecto extraño, objeto de burlas. De un modo implícito, se muestra cómo la presión exterior y su problemática personal lo han abocado a la bebida y a frecuentar los burdeles, en busca de evasión.
Ese es el planteamiento previo, a partir del cual Víctor del Árbol irá desarrollando el argumento de La víspera de casi todo.
De este modo, retrocedemos de nuevo en el tiempo. En junio de 2010 llega al pequeño pueblo de Punta Caliente, en La Coruña, una mujer en un llamativo descapotable. Es Eva Malher, aunque se identifica como Paola. Huye de una vida de disipación, entre las drogas, el sexo y el alcohol, que mitigan la herida profunda que la pérdida de su hija le ha provocado. Casualmente acaba por alojarse en el hotel rural de Dolores, una portuguesa que llegó al pueblo años atrás con su hija, escapando de su pasado y de un divorcio complicado. Allí ejerció durante años de maestra. Ahora se muestra como una mujer huraña y escéptica, ya que carga a las espaldas un pasado trágico. Hace diez que perdió a su hija Martina y no ha vuelto a saber de ella. Secretamente espera volver a verla algún día. Es una mujer solitaria que bebe bastante, lee mucho y fuma marihuana. Dolores es amiga de Mauricio, un sombrerero argentino con la boca marcada por unas cicatrices como racimos, dispersas alrededor de la boca, que recaló en Punta Caliente para hacerse cargo de Daniel, su único nieto, quien perdió a toda su familia en un incendio. Al quedarse solo y a consecuencia del trauma, Daniel fue recluido en un sanatorio mental. Ahora está bastante equilibrado, aunque su abuelo, desconfiado, lo vigila y cuida constantemente. No obstante y contra los deseos de Mauricio, Daniel tiene una amiga íntima que se llama Martina, que vive en la vieja casa del farero entre bustos de arcilla que moldea con sus propias manos. Daniel y Martina son inseparables, algo que disgusta a su abuelo Mauricio profundamente.
Desde el principio, pese a la diferencia de edad, Daniel y Eva Malher se atraen y, al cabo de poco, inician una relación clandestina.
Los saltos temporales van alternándose para mostrarnos la recuperación de Eva en el hospital. En un momento dado, cuando ella es capaz de hablar, Eva lo saluda y Germinal la reconoce.
Eva, que ha desaparecido de su casa sin avisar ni a su marido Otto ni a su padre, pide al inspector que no la descubra todavía. Con la esperanza de ganar tiempo se niega a explicarle lo sucedido. Declarar su aparición es tentador para el inspector y los sanitarios del hospital, toda vez que el Sr. Malher recompensará con 100 000 € a aquel que encuentre a Eva.
La investigación de Ibarra prosigue y se explica el pasado de Mauricio. Hijo de un sombrerero argentino de ideas conservadoras de quien aprende el oficio, se casa con la Pecosa, una joven decidida de vocación artística. A instancias de la Pecosa, a la sazón escultora, junto a su amigo Oliverio, emigran a principios de los años sesenta desde Argentina a Alemania. Desean prosperar y la Pecosa sueña con desarrollar su carrera de artista plástica. Sin embargo, allí no encontrarán más que pobreza y trabajo duro. Oliverio incluso pierde una mano, en la prensa de una cadena de montaje, mientras la manejaba con demasiado alcohol en sangre. Sobre todo, la persistencia de la Pecosa por permanecer en Alemania es tenaz y se describen sus vínculos con el grupo Fluxus, movimiento artístico vigente en esa época. No obstante, llega un momento en que la situación es desesperada. El primero en volver es Oliverio, quien a su llegada a Argentina comenzó a trabajar en el Ministerio de Defensa, pese a su minusvalía en una mano. Luego la pareja, a instancias de Mauricio, también regresará.
Sin entrar en pormenores, se relata cómo Oliverio se vuelve adepto a la recién inaugurada dictadura en Argentina del general Videla. No se dan detalles sobre la situación política, más allá de la consabida lucha de los regímenes totalitarios de Hispanoamérica contra el comunismo, las ideas anarquistas y cualquier otra ideología considerada hostil. La función de Oliverio en este nuevo ecosistema es la de ejercer de torturador. Debido al activismo antisistema de la Pecosa que, a su regreso a Argentina, se convierte en profesora en la Universidad de Bellas Artes y, además, pertenece al sindicato estudiantil, la policía sigue muy de cerca las actividades de la pareja y con frecuencia se personan en el negocio de sombreros propiedad de Mauricio. En una de esas ocasiones se produce un altercado, el detonante que destrozará sus vidas. La Pecosa, que se ha citado con Mauricio en la tienda, llega cuando dos policías están fisgoneando, como ya es costumbre. El problema es que ese día la Pecosa lleva en el bolso octavillas del sindicato disidente. La descubren e intentan llevársela a comisaría mientras la manosean obscenamente ante la mirada de Mauricio. Antes de que salgan por la puerta, Mauricio saca la escopeta que guarda bajo el mostrador y tirotea a los policías. La muerte de los agentes conlleva que los detengan a ambos y que a él lo condenen por asesinato. A ella la acusan de realizar actividades subversivas contra el gobierno. En prisión, su amigo Oliverio lo tortura hasta que logra que delate a la Pecosa y eso basta para firmar su sentencia de muerte. La Pecosa es ejecutada con un par de tiros en la cabeza junto a una zanja, excavada exprofeso para ella.
Tras un calvario de torturas ininterrumpidas y anulación de su propia identidad, la condena, veinte años después, llega a su fin. Mauricio sale libre pero ya su mundo, irremediablemente, ha cambiado. No sabe si su mujer sigue viva o muerta y no sabe nada de su hijo, que años atrás se ha marchado a España con su mujer. Mauricio está completamente solo y su único objetivo consistirá ahora en descubrir qué ha sido de la Pecosa y en vengarse de Oliverio.
Poco a poco se va desenmarañando la verdad de lo ocurrido en Punta Caliente, hasta el punto de que se descubre la verdad sobre Daniel, un adolescente ausente y extremadamente inteligente, un niño poco aceptado por su entorno -tanto por los compañeros de clase como por su propio padre. Se nos descubre que fue él el responsable de la desaparición de Martina, la hija de Dolores. Un invierno de fuertes nevadas, diez años atrás, Martina y Daniel jugaban en la cima de Punta Caliente, junto a un acantilado. Martina, que en medio del juego expresó su deseo de volar, cayó al precipicio, empujada por Daniel. Su hermano Julio, que lo vio antes de que le diera tiempo a llegar y detenerlo, encubrió el homicidio. Recogió el cadáver de la niña y lo enterró bajo el suelo de la casa del farero. Allí Daniel realiza sus obras de alfarería, aunque en su mente enferma las atribuye a Martina. Son bustos sin ojos, en alusión al sabio Tiresias, cuya visión y perspicacia, pese a su ceguera, son legendarias. También se ha relatado la relación entre Dolores y Julio, de la que el pequeño Daniel se entera accidentalmente, mientras los sorprende manteniendo relaciones sexuales.
Al cabo de ocho años, Julio siente el peso de la conciencia y el dolor de Dolores por la desaparición de su hija se le hace insoportable. Decide que Daniel es culpable y debe saberse. En una conversación exaltada con su hermano le explica que lo internarán en un centro psiquiátrico y lo enfrenta ante la tumba de Martina, ante sus restos, carcomidos por el tiempo. Daniel se niega a creerlo y no es capaz de asimilar que su querido hermano vaya a ingresarlo en un manicomio. Se escapa de casa durante la noche e, instigado por las voces de Martina, rocía de gasolina la casa, atranca todas las puertas y le prende fuego con su familia dentro: sus padres y su hermano. Todos perecen a consecuencia del incendio.
Sin que se precise cómo (¿la sabiduría de un ser doliente?), Mauricio sabe lo que ha pasado y advierte a Paola (en su otra vida, Eva) de que se marche de Punta Caliente e interrumpa una relación enfermiza con Daniel. La avisa de que su nieto puede ser peligroso. Después, viendo que Paola no reacciona, llama al Sr. Malher para que vaya a buscarla. Paola no cree a Mauricio, pero después de reflexionarlo mucho decide aceptar el consejo y volver para afrontar su vida. Simultáneamente, su padre va a verla y le suplica que regrese. Le da un plazo de cuatro días antes de amenazarla con desheredarla.
A Eva no le da tiempo de responder a su padre, porque Daniel, sintiéndose de nuevo traicionado, abandonado esta vez por Eva, decidirá actuar bajo el influjo de Martina. Invitará a Eva a ir a la casa del faro, con la excusa de presentarle a Martina. Paola desconoce que Martina es una alucinación de Daniel, un desdoblamiento de su personalidad. Allí Paola se dará cuenta de la enajenación del joven, de su personalidad esquizofrénica. En un momento dado, Daniel perderá el control y propinará una paliza terrible a Paola. Mauricio llegará a tiempo para rescatarla y dejarla anónimamente en el hospital.
Mientras tanto, Oliverio, que en ese momento vive en Barcelona, donde reside su hija Laura, es localizado por Mauricio a través de una ONG que ayuda a localizar a desaparecidos de la dictadura argentina de Videla. Mauricio busca venganza y logra entrevistarse varias veces con Oliverio. Le entrega un poemario de Juan Gelman, cuyo significado al final de la novela se aclarará. Poco después Oliverio muere tiroteado en pleno centro de Barcelona e Ibarra, encargado de investigar el caso, sospecha de Mauricio. Va a detenerlo a Punta Caliente. Al presentarse con una pistola y sin saber a qué atenerse, Mauricio lo agrede y lo reduce. Sin embargo, el anciano acaba por explicarle quién ha asesinado a Oliverio: Héctor, antiguo soldado que sirvió a las órdenes de Oliverio en la guerra de las Malvinas. Allí Oliverio obligó a Héctor a estrangular a un preso británico al que estaban torturando sin compasión. Ello le comportó un consejo de guerra, debido a su supuesta negligencia en la custodia del prisionero, pero Oliverio consiguió que lo exoneraran. No obstante, Héctor guardaba un hondo rencor a Oliverio por todas las atrocidades cometidas. Movido por ese odio, Héctor funda, junto a su hermana que ha perdido a un hijo, una ONG para ayudar a las familias de los desaparecidos en Argentina.
Por otro lado, la declaración de Eva en el hospital, lo conminan a ir a Punta Caliente y resolver el crimen de Amanda.
Una vez se hace público el ingreso de Eva Malher en el hospital, su padre, que la busca desesperadamente desde hace meses, va a visitarla junto a su marido. Utilizando sus influencias logra sortear la presión mediática y sacar a Eva del hospital a escondidas de las cámaras y los periodistas.
Cuando Ibarra, Mauricio, Dolores y la Guardia Civil van a detener a Daniel, culpable del asesinato de Martina y del intento de asesinato de Eva Malher, el joven se suicida, instigado por la voz de Martina, lanzándose al mismo precipicio al que diez años atrás él la había empujado.
Hay un epílogo en el que se narra la visita de Ibarra a Eva en su casa de Málaga, al lado del mar. A Germinal lo han obligado a jubilarse sus jefes, celosos de su protagonismo. Se ha retirado con su familia a un pueblo de Extremadura, donde viven tranquilamente, lejos de todo. El exinspector ha abierto un taller de restauración de muebles, en el que le ayuda su hijo Samuel. Carmen ha creado un grupo de yoga. Un día su esposa se tropieza con el diario del hombrecillo en el armario, del que Germinal todavía no se ha deshecho. Su marido lo relee y comprende que es momento de pasar página. Decide entregárselo a Eva. Ya han transcurrido dos años. Germinal la contempla, hermosa, sin rastro ya de las heridas y hematomas que le infligió Daniel en Punta Caliente.
En un inciso, se comenta que Dolores ha regresado a Portugal y se ha casado con un artista quince años más joven que ella. Ibarra se pregunta si habrá rehecho su vida. Por su parte, Mauricio, vive algunos años más hasta que una enfermedad acaba con su vida.
El desenlace nos muestra a Eva bajando las escaleras que separan la casa de la playa mientras Ibarra la observa. Envuelta en misterio, deshoja el diario y lanza las hojas al mar, en una imagen que indaga en el destino del personaje. Ella también fue una niña solitaria, cuya madre estaba aquejada por una enfermedad mental invalidante, hasta que un día los abandonó, a su padre y a ella. Al cabo de pocos meses, su cuerpo flotaba sin vida en un canal de Venecia.
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