Los besos se me escapan de los labios, se me ocultan bajo la lengua y acabo tragándomelos. Son sorbos amargos que me endurecen hasta el velo del paladar, que me dejan en las encías, en el cielo de la boca, en la lengua un regusto desagradable. Es una sensación correosa que solivianta mis papilas gustativas, un roce áspero que las enardece y las vuelve hipersensibles. Dolorosamente reales.
Es el juego de la seducción lo que me atrae. Soy una falena zumbándole a una bombilla encendida. En la espera se atiza el fuego y fantaseo con el deseo creciente que despertaré en mi amante, que este despertará en mí. Siento que la voluptuosidad de mi cuerpo está hecha para sus manos y que su sabiduría de macho en celo satisfará la necesidad de toda mi piel, de todos los roces posibles. Es un momento glorioso. Hasta que llega el correo definitivo. “¿Nos vemos?” o “Deberíamos vernos”. Entonces trato de digerir estas palabras con los ojos entrecerrados. Seguir leyendo ‘Nefertiti y los zombis’: V. En mi silla giratoria