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Lúbrico Leviatán

Sobre regateos y oportunidades de última hora sabía mucho la joven del rictus, aquella que esperaba pacientemente, sentada en su mullido sofá de leopardo. Eran malos tiempos para el encuentro de los cuerpos, para degustar morbideces, para el ansia, con o sin protección. A menos de metro y medio, cualquier proximidad ponía en riesgo a los clientes y a ella misma.

Como en los castigos bíblicos, la amenaza más temible había mutado. Ya no era la reprobación social o familiar si llegaban a enterarse, o el estigma de alguna venérea. El peligro, esta vez, se había alzado con la corona de Leviatán.

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Libación

Tamara-de-Lempicka-12-668x1024Solo la tela de la mosquitera se interponía ante mi mirada. Una boca te succionaba, como en un ritual de libación.  Sentí la turbulencia de tus pezones erectos pero no pude seguir profanando tu secreto a través de la puerta entreabierta y me marché. Los jadeos que arqueaban vuestras pelvis me acompañaron por el pasillo en silencio, amartillándome. Ahora la noche ha vencido mis sombras y solo me trae los gemidos del grillo. Duermes tranquila, lejana, tan ajena a mi deseo.

El kayak

Remaron con todas sus fuerzas para asistir a aquel bote solitario. Habían visto desde cierta distancia que el kayak daba unos bandazos extraños y temieron que zozobrara. Al acercarse, unos lamentos desgarrados penetraron en sus oídos. En el silencio que se impuso todos pensaron lo peor. Se sorprendieron al ver que el joven ocupante, con la postura del misionero, alcanzaba en ese momento el orgasmo y que, bajo su peso, la muñeca hinchable se desinflaba.

La hoja de parra

-Acércate más. ¿Quién te ha dicho que no hables con desconocidos? Soy tu amigo. ¿Quieres que te dé una piruleta? No la he chupado.

-Vámonos, que llegamos tarde –gritó una madre desde un banco del parque.

-Adiós –dijo la niña, girando sobre sus talones y echando a correr.

Entonces, una hoja de parra movida por el viento improvisó un taparrabos sobre sus genitales. Decidió abrocharse la gabardina y buscar por otro sitio.

Delicias

Aquel sabor era delicioso, diferente a cualquier cosa que hubiera probado antes. Tenía un aroma profundo que parecía brotar del fondo del mar y una contundencia en boca que pedía rastrear en las profundidades de su garganta.

Cuando él exhaló su estertor de placer, ella deglutió toda su sustancia con glotonería. Después levantó la cabeza y dijo: “Ahora me toca a mí, cariño”. Y, desnuda como estaba, se estiró sobre el lecho.