Arrasados los ojos por el rímel y el sueño, se dirigió cansinamente a su dormitorio. Convertir en celebración cualquier circunstancia era una de sus ¿escasas? cualidades. Aquella noche él, ella, todos habían celebrado su marcha a Hamburgo, su nuevo puesto de ingeniera. El vino anega los rastrojos que te pinchan hasta convertirte en erizo. Un brindis y adiós, amor mío.
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Uva madura
Tal vez fue el ocaso, que arrasa las luces y el día. Acaso fue el “Bolero” de Ravel. Lo único cierto, el destello de cristal en tus ojos de uva madura que, cual vino tinto, me bebí.
Desde entonces, duendecillos felices me apuntan en tu pupila, y por mi resquebrajada corteza me invaden hasta la raíz.
No me digas que fue un sueño
No me digas que fue un sueño el reflejo dorado en mi copa de vino aquella mañana de sol; el sorbo rosado de una aurora sin fin; o el paladeo aterciopelado de la noche en mi garganta. Y si lo fue… déjame dormir, que hoy me abraza su aroma de nube y me hace tan feliz…
Dionisos
Mira el viñedo con cepas antiguas y vid nueva, hijo mío. Nudosos troncos arraigados a la tierra junto a savia recién nacida que bucea en su lecho armado con terrones de sol. Aquí crecerás oliendo el mosto de la uva hasta que un día pruebes su metamorfosis en vino, ese torrente de líquido maduro que brinda ufano con la vida.
Recodos y racimos
Los tragos amargos se destilan gota a gota
en olvidadas cráteras de vino.
Las uvas de la ira se pudrieron hace tiempo,
reencarnadas en dulces racimos
que escancian esta copa feliz
con la cual ahora yo brindo.
Por ti, por mí,
porque no hay recodos, sino caminos.