Hay tanta belleza en el desierto como desolación. Cambia el ocaso y el lente que contempla el paisaje de dunas. Todo se reduce a un temblor.
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Lo primero que vio, a través de la puerta entreabierta, fueron los pliegues de la cortina, que comenzaron a ondear con una voluptuosa cadencia. La ventana estaba abierta y la brisa de la noche penetraba en el cuarto. Oyó un gimoteo.
Recordaba a la perfección la escena: su madre con los brazos abiertos en cruz sobre la cama; su padre, a horcajadas sobre ella, el camisón blanco empapado en sangre. Veinte años después, noche tras noche, el desorden de las sábanas arrugadas, las almohadas y cojines dispersos por el suelo del dormitorio, regresaban a él. En aquella atmósfera densa, casi irrespirable, el cuchillo se hundió en el cuerpo de su madre nueve veces, uno por cada cumpleaños.
Jamás olvidaría el puño en alto, armado, la sangre que resbalaba desde su hoja y chorreaba entre las manos de su padre. Ni la cara de monstruo cuando su madre dejó de convulsionarse y, al advertir su presencia al otro lado, en la penumbra, fue a por él. Hasta que el ángel del miedo lo conminó a huir. La imagen quedó grabada en su cerebro como una instantánea.
En el centro psiquiátrico un hombre joven permanece a la espera en la sala de visitas. Solo el imperceptible taconeo del pie derecho delata su ansiedad.
El hombre joven se levanta cuando ve llegar a un anciano. El taconeo cesa.
-Padre −siempre comienza igual.
−¿Quién eres? ¿Por qué has venido? −repone el progenitor con un hilo de voz, pero a continuación pierde el interés y su mirada se fija en un punto hipotético, exclusivamente a su alcance.
El anciano se sienta muy despacio con ayuda del celador y posa sus pulcras manos encima de la mesa. El joven las mira y luego con los ojos vidriosos pregunta, como viene haciendo desde hace veinte años:
−¿Por qué, padre?
Dolors Fernández Guerrero
Nagari, la importante revista de creación que se edita digitalmente desde Miami, publica en su número de febrero mis Variaciones COVIDfónicas (Adagio andantissimo).
Cuando el monstruo asoma sus tentáculos, no queda otra que fantasear, imaginar, crear un exorcismo.