Archivo de la categoría: Poesía amorosa

Loca

Giro en la rotonda,

que tu amor no me interesa.

¡A la redonda, a la redonda!

Que no te lo crees ni tú,

que el alma me hiela

un martillo

de golpe frío y azul.

Giro en la rotonda,

que tu amor ya no me llama.

¡A la redonda, a la redonda!

Que no me lo creo ni yo,

que el silencio de esta casa

me susurra

con trampa y sin cartón.

Giro en la rotonda,

que tu amor solo son brasas.

¡A la redonda, a la redonda!

Que no se lo cree ni él,

el amante de mi insomnio

que toca

tangos lentos sin cuartel.

¡A la redonda a la redonda!

De tus labios me alimento,

venme ya a buscar,

que soy uva sin racimo,

inútil sin vendimiar.

Giro y giro…

¡A la redonda, a la redonda!

Que quiero ser vino en tu boca,

bébeme ya,

que el deseo de una loca

no hagas más esperar.

¡A la redonda, a la redonda,

ya no dejo de girar!

Dolors Fernández

A Pablo Milanés

No sé cuándo fue
pero escuchaba a Pablo Milanés.
Anochecía en la cocina
mientras ungía guisos
bajo palio -la campana extractora-.
La encimera me prestaba su calor.

Ya no recuerdo
colores, aromas,
el sabor de posibles humedales.
En cambio, sé
que el tiempo
hervía en ollas a fuego lento.

Pablo Milanés cantaba
a Yolanda, aquella mujer,
y era el momento
quien mecía
mi mano adulterada
por una cuchara de madera.

Sí, recuerdo que Pablo
amaba a Yolanda
y que ella le colmaba.
Aún guardo su tacto
grave, cálido
entre mis dedos.

Hoy mi mano
desea regresar con Pablo
a la epifanía de su voz.

Globos de helio

arte-peruano

Cuando la devastación del sueño
aligere los contrapesos
será más fácil contar
los “me gusta” o los “te quiero”
de los que en una pantalla
te llaman compañero de viaje.

Hasta entonces eres un iconoclasta
enfebrecido de imágenes
y la última copa en otro bar
te volverá un poco más ciego,
más lerdo, más lento.

Tu realidad se ha vaciado
como un globo de helio.
Ha caído sin ligereza sobre tus hombros,
ha cargado contra tu espalda
y tu perfil se ha vuelto mucho más convexo.

El tintineo del hielo adelgaza
su propia materia
y en última instancia deja de ser.
Pero tú bebes,
aunque no compartas con nadie
el elixir de tu charco noctámbulo.

Porque eres un orfebre
que apura la copa.
Temeroso del cristal
relames la última gota
so pena de recitar
la declinación de tu deseo:
luna, lunae; luna, lunera.

Se derretirán palacios tras la mirada
de una rubia pretenciosa
o de una morena
sin clavel para tu ojal.
Así, sin más, se acabará
y la sustancia de la noche
será un bumerán que siempre regresa.

Notas un frío de fósil húmedo,
reblandecido,
de arenque sin sal.
Solo un reclamo de voces
avisa que es la hora.
Claudicáis tú, el garito y el alcohol.
Tan lejos la casa,
el salvoconducto de la cerradura,
el nudo de la sábana
contra el colchón.

Luna lunae, no te mueras,
eres, sola tú en la noche,
-hermosa, menguante-
la que muerde con saña,
con rabia, con pasión.
El resentimiento se ha vestido de sed
en las copas afiladas
que revelan la fotografía de un instante.
Él aún espera un “me gustas”,
un abrazo urgente,
la ubicuidad de alguien
aunque jamás pronuncie “te quiero”.

A pesar de la nieve

NevadaA pesar de la nieve,
lenta almohada de la tarde,
mi amor de contrabando
amanece en su blancura.
Aún estás por llegar
y nadie sabe a ciencia cierta
la espesura que a tu paso
bate el aire.
El horizonte deslumbra
y en el suelo solo cabe un residuo,
la huella sucia de los pies.
Diminutas pisadas
que desbrozan el sendero,
interminables pasos a la fuga,
tan absurdos como
la nieve que cae,
lenta, durante esta tarde.

Y se hizo la luz

amanecer-dali

Y en un principio fue la luz
y la luz se hizo verbo
y el verbo se encarnó en tu cuerpo.
Dos brazos y dos piernas;
un torso coronado
por tu cabeza serena;
el sexo subyugante,
aguardando el momento preciso,
el instante.

Y entonces llegué yo,
una sombra de vuelo cernido,
repleta de besos
mojados sin labios
que se ha convertido
en tu pan y tu vino,
en el verbo de tu garganta,
en un reflejo oblicuo
de esta luz pura y descalza.

Nueces verdes

NUECESTe vi partiendo nueces
a la sombra de aquel
enorme árbol.
Era un día de verano
pero las hojas te cubrían
como un manto.

Eras solo un niño,
intentabas averiguar
qué escondía aquel fruto
de piel empecinada,
por qué se manchaban
de verdín tus manos.

Acuclillado, buscabas
piedras romas con peso
que te sirvieran de mazo.
Tenías que ahuyentar
un aburrimiento de cántaro
y tardes de siesta.

Aún no habías encontrado
en lo profundo de tus ojos
el deseo licuado de tu sexo,
de nuevo el latido
de unos pechos entre los labios.

Presagios

PresagioCuando la noche desdibuje
su letargo adormecido
y el cuenco de la mañana
vierta su luz de espada,
yo estaré esperando la hora
feliz del presagio oscuro,
un aleteo de manos,
las caricias que las sombras
no condenan al olvido.