Archivo de la categoría: Poesía amorosa

Mi casa sosegada

Quisiera yo mi casa sosegada,
aroma de limón, jazmín y olivo,
rumor que en la caricia enamorada
aviva la pasión de un dios altivo.

Se agrietan, sin embargo, las paredes
que ensamblan los cimientos y las salas,
pues ángeles de fuego lanzan redes
y atizan las hogueras con sus alas.

El humo que se esparce impuro vierte
mandrágora de sueños con usura.
Se empañan las miradas, ya se advierte

que pronto ha de llegar la hora oscura.
Decidme: ¿qué he de hacer con quien convierte
mi casa sosegada en su locura?

 

Dolors Fernández Guerrero

Advertencia

Nada alimenta más
que un beso de tu boca,
delicado debacle de la cercanía
y a poco me sabe, sin embargo,
en este refugio solitario
que te invoca.

Si con ligereza rodeas mi talle,
absurdo será mi deseo
cuando pasee por la calle
y te busque
y no te vea,
aunque te sienta
a cada instante.

Lo sé y lo creo.
Hay un tigre agazapado
tras alguna esquina
que espera su momento.
Habré yo de asaltarlo
y enseñarle las mil formas del amor
que se cernirán sobre él
si vuelves a besarme.

Dolors Fernández Guerrero

Óxido

Hay una distancia que mis manos
no abarcan,
que sujetan el recuerdo
al silencio,
alas polvorientas que se abaten
sin imán
en fronteras desvaídas.

Mientras, el rocío me cala
como gotas de aguanieve,
con su ácido corrosivo,
sin sentido,
desubicado
en un nosotros que
al instante se vuelve hielo.

No sé por qué abracé la lluvia
pues solo hallé
mis miembros empapados
en soledad,
asidos a la ropa de un mendigo.
A través de sus ojos vidriosos
me miró, intrigado,
y no había un cómo ni un porqué
más allá de mi delirio.

Lo inconcebible de tus labios
serpentea entre mis sueños,
sin sentido
pero sin tregua,
y el deseo lacerante
oxida
       un anillo
tenaz
alrededor de mi lengua.
                                         

Dolors Fernández Guerrero

Exabrupto bovino

Mi sueño es el de la plácida res,
−mirada conforme, bovina−
que no conoce el aturdimiento
de los días con sus malditas noches.
Al aire libre pasta,
como animal dócil,
desde el minuto cero de su vida.

Ese es mi verdadero yo,
vaca en un campo de bostas,
que rumia, en un relámpago de lucidez,
que a él, el innombrable Él,
no le importo una mierda.
Dicho lo cual, prácticamente
ya está todo dicho.
Podría dejar de escribir,
y acaso tú de leer,
pero la perseverancia es mi atributo
−consuetudinario, ilógico−
y en honor a este legado
voy de la col al nabo con altivez principesca.
En eso consiste ser una rancia peripatética.

Los argumentos fallan
en mis cuatro estómagos
y la premisa se me sale por el esófago.
El silogismo,
impertérrito,
se desenreda entre mis rizos,
se despereza,
bosteza
y firma con un garabato
irrisorio
su sentencia.

Pertinaz,
como mujer-vaca en sueños,
me acerco y leo
la tan razonada respuesta:
“No le importas una mierda”
y entonces, sin dar crédito,
me persigno, rumio y rezo.

Dolors Fernández Guerrero

Elegía de Penélope

En este cuarto sin nombre
deambulan elefantes violetas
y encantadoras serpientes de cascabel
esperan tu presencia,
y sé que si estuvieras,
sombra de árbol y ceniza,
harías de mi vida un rastrojo
−juguete roto,
muñeca desmembrada,
simple despojo.

Aun así, aquí estoy,
cautiva de tu ausencia,
humillada,
cincelada por la angostura
de un olvido que solo finjo
para que no caigan sobre mí
los cascotes de lo obsceno.

Laten tus ojos en mi oscuridad
y en ellos el dolor del niño,
las ansias entreveradas
que te inflaman como un fénix
despiadado.
Amas el amor de Eros,
al dios de la flecha y el carcaj
que con su capricho
inicia todas las cacerías,
y no hay amada que lo sea
porque tu corazón es un polvorín
de sangre y miedo
que desecha pronto el cuello puro que se ofrenda.

Arrasas la hierba fresca a tu paso
y sacas los corazones con tu cuchillo
como si fueran de manzanas,
podridos.
No te engañes,
la huella de lo que fuimos permanece,
es la savia que nos conforma,
la que se transforma en dragón
y te espolea sedienta, agónica.

Contemplo tu iris en mis noches,
su obsidiana dura, reluciente,
cuando la espera es una herida abierta
y el ferviente estigma de la nada
me halla desvalida, desnuda.
Como un animal me siento
y te siento, ambos sometidos
al látigo que restalla en nuestra piel,
entre ráfagas de deseo y silencios.

Amo el amor que tú desprecias,
aunque jamás quise ser Penélope
ni Circe ni Nausica.
Sé que sabes que lo sé,
que lo intuyes,
que lo ves,
porque eres un ídolo con los pies de barro
y por eso te amo,
pero anticipo el dolor de la muñeca rota,
su abandono
y en su derrota reside mi propio
                                                          absurdo,
                                                                            falso
                                                                                       desdén.

Dolors Fernández Guerrero

Contradicción

Si dices que me amas, desafías
aleve las costuras de mi alma,
destruyes convicciones y porfías,
recortas los contornos de mi calma.

Si niegas que tu voz arde en mi oído
desangras mi mañana para nada
robándole a las noches su sonido,
soñando tu verdad, que es una espada.

En busca de tus besos sin remedio
abdico entre los labios del abismo,
rendida ante tus ojos y su asedio.

Ni el cáliz de la sed ni este exorcismo
podrán ya regresar al punto medio:
amor y desamor son hoy lo mismo.

Dolors Fernández Guerrero

Rosa negra

La rosa negra de mi desvarío
atiende tu llamada y se deshoja,
decide que no es libre su albedrío,
se vuelve oscuridad y se le antoja

que solo vuela el pájaro radiante
venciendo con su canto la tristeza,
que solo corre el agua galopante
saltando entre las rocas con fiereza.

Gorjeo del jardín anochecido,
aroma que embalsama la memoria,
mi flor de luto, tú, sin el vestido

que alfombra los senderos de mi historia,
renace en tu furor enaltecido
y cubre con rubor la esquiva gloria.

El bufón en el espejo

¿Qué sentido tiene la dignidad
cuando el bufón
con su cuerpo de peonza
mira socarrón al otro lado del espejo?

Un giro, una pirueta descontrolada
convocan un duelo
sin esgrima,
gotas de acíbar entre destellos
de tierra mojada
y sus ojos como terrones marrones y secos
son el alimento de la distancia.

¿Qué sentido tiene yacer boca abajo
desdibujada en el enigma
de un boceto no resuelto?
Duele el color gris,
el tósigo corriendo por las venas,
el suspenso del ser
sin alas,
perdido el pie en cada quiebro.

¿Qué sentido tienen
todos los cascabeles de un gorro,
su apretado arcoíris,
zascandiles del tintineo,
risa loca del bufón
al otro lado del espejo?

Solo rueda
y con su cuerpo de peonza rueda,
mientras a su alrededor
−esperpento sin sombra−
un lazo invisible
en su bucle lo aprisiona.

¿Qué sentido tiene la dignidad
cuando nada valioso ni insigne
interrumpe tu perfil
al otro lado del espejo?

Dolors Fernández Guerrero

Incendios

Clama el incienso

porque prendieron la llama

y el fuego de las arbitrariedades

se ha disuelto en la trifulca

de las medianoches.

El arrebato solo alcanza

el bate de béisbol

con tornasoles de molinete.

Yace el ocaso

entre las tinieblas.

Tu nombre junto al mío

no bastan para completar

el abecedario.

Allá lo inconcluso y parirán las lechuzas

en nidos de cañas y barro

oscuros polluelos

de piar abisal.

No dejes que llegue

NADIE,

no dejes que NADIE

con su ojo de cíclope

te lastime,

una vez más.

Dolors Fernández Guerrero

Amado desamor

Del amor no tolero el desamor
de aquel al que absurdamente amo,
por más que me agasaje sin temor
con los ojos enturbiados del gamo.

No confundir la voz de su reclamo
con la vana hojarasca y su rumor
evita que me arrodille en su páramo
y que me invada voraz su tumor.

Amar sin ser amada es un dislate,
es cantar al desamor y al gemido,
hacer oídos sordos donde late

el corazón que muerde descosido.
Hoy en el desahucio que me abate
siento el gamo, el asta y mi alarido.

Dolors Fernández Guerrero