4. El Augustus
-¿Una dama como yo? ¿Pero de dónde te crees tú que sales, de la filmoteca de tu tataratataratataraabuelo? ¡Vamos, lo que hay que oír!
-¿Qué difícil lo pones?
-¡Y tú, qué imbécil eres! –respondió Desiré, sorbiendo de su jarra. Después la dejó con descuido en el interior de la hornacina asignada. La tenue luz que iluminaba la bebida e intensificaba su color se apagó. Solo quedó un piloto diminuto bajo la balda, que era la señal convenida para indicar que aquel lugar estaba ocupado por alguien. Este sistema permitía que las consumiciones se mantuvieran a salvo de parroquianos oportunistas. Además, desde que la innovación empezó a aplicarse en los locales de ocio cada reposavasos se había provisto de refrigeración y dispensador de bebidas individual. Resultaba muy cómodo para el cliente pero era, también, una manera, de controlar el consumo etílico. Antes de servirse una bebida con graduación alcohólica, el cliente debía introducir su Número de Vida (NV). En esa identificación residían todos los datos sobre nombre, edad, sexo, domicilio, características físicas, historia médica y, en consecuencia, la cantidad idónea de bebida que cada cual podía tomar. Al acercarse al umbral de la ingesta máxima recomendable, la hornacina se cerraba herméticamente y el piloto se apagaba. Claro indicio de que había llegado el momento de volver a casa o, como mínimo, dejar de beber. Seguir leyendo Halogramas: “El Augustus”