Mátame,
lentamente y con usura,
con la calma que atardece
desde que el mundo es una nuez resquebrajada.
En el sudario de la vida
la lejanía de tu voz
se mantiene indiferente
al monótono rosario del olvido.
Es tu potestad y me desangro a manos llenas
sin plan de huida,
mientras la cáscara cede
a la presión de la muerte.
Mátame,
que extramuros el frío corta los labios
y un granizo de nueces rotas
astillan mi alma.
A lo lejos, tan solo el río canta…
Dolors Fernández Guerrero