“Las edades de Almudena”

Almudena Grandes es una de las autoras más destacadas de la literatura contemporánea española y, además, es la autora más representativa de lo que podríamos llamar literatura femenina. Aunque me den repelús las etiquetas, hay que reconocer que en su obra se evidencia y se explica de un modo excepcional la figura de la mujer en las últimas décadas en nuestro país.

Hablar de Almudena Grandes es hablar de una escritora de convicciones claras, tanto políticas como personales, apasionada, honesta, con una energía tremenda, trabajadora y voluntariosa, y todo ello volcado en una fructífera y exitosa carrera literaria.

Fue una autora de estilo torrencial, que no tuvo el menor complejo en usar un lenguaje rico, variado, por momentos lírico, retórico y que tuvo la originalidad, además, de abordar el tema del amor y del erotismo de una forma inusual, sorprendente para la época. De ahí que irrumpiera en la escena literaria con la novela erótica Las edades de Lulú (premio La sonrisa vertical en 1989).

Creo personalmente que su exuberancia lingüísica está relacionada con sus opiniones sobre el lenguaje. A. G. creía que el empobrecimiento del lenguaje es empobrecimiento del pensamiento, incluso de las sensaciones que somos capaces de experimentar. No podemos pensar lo que no somos capaces de expresar (eso ya lo decía el filósofo Wittgenstein), y como el ser humano es básicamente emocional, pensar acababa siendo sentir, emocionarse, que era lo que Almudena deseaba provocar, más que nada, en sus lectores.

Ella adoraba a sus lectores, decía que eran su libertad, su piel de por vida. Por tanto, quería que se emocionaran con sus libros. Como ella se había emocionado de niña con La Odisea de Homero, el Robinson Crusoe de Defoe o las aventuras de Julio Verne. Podemos rastrear la influencia de estos libros, incluso de sus títulos, en su producción novelística. Ahí están Te llamaré Viernes o El lector de Julio Verne. Más adelante llegarían autores cruciales en su formación como Cervantes, Galdós o fuera del ámbito literario, el cineasta Buñuel. Pero todos sabemos que el territorio de la infancia es una época sagrada que puede llegar a forjar vocaciones y, en su caso, lo hizo.

Almudena fue una hábil escritora, capaz de trazar psicologías femeninas, en las que toda una generación de mujeres, se ha visto reflejada, y no solo españolas, sino europeas, americanas, occidentales en definitiva. Pensemos que sus obras han sido ampliamente traducidas y difundidas en el extranjero y A. G. forma parte en antologías de autores españoles contemporáneos, sobre todo en EE.UU. Estoy pensando en Las edades de Lulú, Malena es un nombre de tango, Atlas de geografía humana, etc.

Es cierto que Almudena Grandes, por sus temas, por el enfoque, por su estilo, podrá gustar más o menos; desatar polémicas, que lo ha hecho, con algunas de sus declaraciones,  pero creo que es una autora que, tanto en lo personal como en lo literario, ha sido profundamente honesta y por eso su obra es testimono de excepción de un período tan complejo como la España de la transición, con la eclosión de la movida madrileña, que tuvo muchos excesos, pero también representó una oleada de aire fresco para la gente que lo vivió, una época de esperanzas ilimitadas y que años después añoraría, como evidencia su novela Castillos de cartón, por ejemplo.

En su primera etapa como escritora (que llega hasta 1998 con Atlas de geografía humana), sus libros tienen por escenario Madrid y señalan siempre hacia el corazón de la ciudad, en una búsqueda de humanidad y de autenticidad. De hecho, cuando describe la zona de los ministerios o los barrios de la zona alta de Madrid con sus chalés casi simétricos, impolutos, tanto en Las edades de Lulú como en Te llamaré Viernes, dice que son edificios clonados, impersonales, sin alma. Para ella, la narradora por antonomasia de Madrid, eso no es Madrid, esas casas, esos edificios no representan su ciudad.

Hay una segunda etapa, a partir de 2000, en que decide darle un giro a su narrativa. La temática anterior, situada en Madrid, protagonizada eminentemente por mujeres de su misma generación, considera que ya se ha agotado. Almudena Grandes mira a su alrededor y no le gusta lo que ve. No le gusta en qué se estaba transformando España, porque en declaraciones suyas, se estaba volviendo “un país de horteras y borricos, indiferente al sufrimiento ajeno, sumido en el espejismo del consumismo y del materialismo.” En un momento dado, hacia el final de El corazón helado (2007), su protagonista dice que no puede soportar que los ignorantes presuman de serlo, que se jacten de su ignorancia, se rían del conocimiento, de la cultura, que para ella y para cualquier persona progresista son el motor de una sociedad próspera, con futuro.

Creo que de ahí, bajo mi punto de vista, en parte, nace su búsqueda desesperada de la memoria histórica de nuestro país, un intento por sintonizar de nuevo un canal que la conecte con una propuesta de sociedad más idealista, más solidaria y, en definitiva, más humana, más digna. Que le permita identificarse con un proyecto de sociedad. Y para ello es imprescindible recuperar la memoria de nuestros mayores, de nuestra historia. Está convencida de que el diálogo con las generaciones precedentes, con nuestros abuelos (que sufrieron penalidades pero, a pesar de todo, sobrevivieron y crecieron como personas, con su dignidad intacta) puede devolvernos el sentido de la realidad y de lo que es valioso. Por ejemplo, en su novela Los besos en el pan (2015) ese diálogo entre abuelos y nietos tiene lugar y es la base de la novela.

Con los Episodios de una guerra interminable podemos decir que se inicia una tercera etapa en la obra de Almudena Grandes. Son 5 libros iniciados en 2010 con Inés y la alegría que finaliza  en 2020 con La madre de Frankenstein. La muerte interrumpe la escritura de la 6ª y última novela de los Episodios,  Mariano en el Bidasoa.

Realmente los Episodios de una guerra interminable suponen casi la mitad de su producción novelística y, desde luego, la más ambiciosa. Todos ellos están situados en la época de la Guerra Civil española, abarcando a veces el período inmediatamente anterior, y llegan hasta finales de los años 70.

En ellos, Almudena busca nuestras raíces como pueblo sacudido, atacado, arrasado, casi echado a perder por una guerra injusta, por un régimen dictatorial que arruinó vidas y conciencias. Al mismo tiempo, Almudena Grandes desea mostranos otra visión de ese período histórico, lo que sería la intrahistoria de la Guerra Civil y de la posguerra con todas sus víctimas y también con sus héroes. Porque, para ella, las historias de la Guerra Civil, esas que nadie ha contado, que nuestros abuelos silenciaron, son un filón narrativo increíble, lleno de villanos y de héroes.

Por cierto, en la novela Inés y la alegría (la 1ª de la serie de los Episodios de una guerra interminable) aparece Bossòst, cuando trata la fallida invasión del Valle de Arán por parte de los republicanos en 1944. Cuando la protagonista llega a Bossòst, abre un restaurante que se llama “Casa Inés, la cocina de Bossòst”.

A pesar de todo, de su denuncia contra la dictadura franquista y su reivindicación de la memoria como elemento indispensable de futuro, Almudena Grandes era esencialmente optimista, de modo que los protagonistas de sus Episodios de una guerra interminable siempre sobreviven al conflicto, a la persecución y a la miseria. Así lo decide ella, la autora, porque nos quiere brindar a todos sus lectores un horizonte de esperanza.

Ejes temáticos

Creo que al abordar la obra de A. G., desde el punto de vista temático, nos encontramos con tres ejes fundamentales, que son:

-La mujer y sus circunstancias: su galería de personajes femeninos es una de las más extensas, diría yo, dentro del panorama de nuestras letras, así como los diferentes modelos de mujer que Almudena plantea (esto último, los modelos de mujer, dan precisamente título a una colección de cuentos: Modelos de mujer).

También es recurrente el tema de la relación entre mujeres (hablaríamos de sororidad) y, muy especialmente, la relaciones conflictivas entre madres e hijas, quizás como reflejo de su propia situación personal, ya que ella no tenía una buena relación con su madre. Es patente en: Las edades de Lulú, Malena es un nombre de tango, Atlas de geografía humana, etc.

-La memoria histórica: con su defensa de la memoria de los pueblos como modo de asimilar lo que somos y lo que queremos ser, hacia dónde nos queremos encaminar.

Es, asimismo, para Almudena, una reivindicación de la Segunda República española, constituida democráticamente y que tuvo la duración que el franquismo le permitió, de 1931 a 1939, cuando la Guerra Civil española llegó a su fin y Francisco Franco inició la dictadura nacionalcatólica. En este sentido, Almudena repetirá las palabras de Antonio Machado como punto y final de El corazón helado:

Para los políticos, para los historiadores todo estará claro: hemos perdido la guerra. Pero humanamente no estoy tan seguro. Quizás la hemos ganado.

A.G. considerará que las víctimas de la guerra fueron muchas más que los caídos en batalla o incluso los ejecutados por el régimen durante la cruenta posguerra. Hubo muchas vidas truncadas y sus secuelas se dejaron notar durante muchos años. Muchas vidas malogradas, muchas esperanzas perdidas, muchos sueños imposibles de realizar en la triste España de Franco. Esta es la visión que Almudena Grandes nos muestra en sus novelas y muy particularmente en la serie de sus Episodios de una guerra interminable, una serie de 5 novelas en las que a partir de historias comunes, de héroes del día a día, de hombres y mujeres cuyas vidas y andanzas nunca serán recogidos en un libro de historia, nos permite descubrir qué pasó con la ciudadanía, con el país, con las vidas de los que padecieron el antes, durante y después de la Guerra Civil española.

Los Episodios de una guerra interminable, por desgracia, quedaron inacabados, pues desde el principio A.G. se planteó la escritura de 6 novelas. La 6ª, titulada, Mariano en el Bidasoa, no llegó a acabarla, a causa de su temprana muerte.

-Para mí el tercer eje fundamental en la obra de A.G. es el amor en su vertiente más apasionada y sensual: como motor de la vida y de las personas, porque nada purifica y dignifica más que la mirada del que ama. Los personajes de A. G. aman con el alma y con el cuerpo, de un modo muy intenso, cósmico, como ella misma describe en algún fragmento de El corazón helado, una de sus obras más ambiciosas (previa a los Episodios).

En una entrevista, A. G. llegó a decir que el amor es una de las cosas más grandes, si no la más grande que le puede suceder a un ser humano.

Por esa razón, en todas, en absolutamente todas sus obras, el amor irradia una fuerza sobrehumana sobre la historia que narra y, por supuesto, sobre sus personajes, que se ven sometidos, en un momento u otro, a su poder. Veamos un ejemplo, extraído de El corazón helado:

Raquel Fernández Perea abría los ojos, exponía su cualidad densa y brillante a la entregada voluntad de mis ojos, y todos los péndulos del mundo emprendían a la vez un movimiento armónico que detenía el tiempo y anulaba el espacio, y estremecía mi corazón, el corazón de la Tierra. Raquel Fernández Perea cerraba los ojos, y sus párpados acariciaban los ojos del planeta como dedos armónicos, perfumados, balsámicos, para que todos los péndulos del mundo invirtieran a la vez su recorrido, llevándose la realidad con ellos a un universo fresco y tierno, recién nacido.   

El poder de la mirada del amante al amado es una constante en la obra de Almudena. Se aprecia en diferentes novelas: El corazón helado habla, por ejemplo, de esa manera de mirar que tiene Álvaro Carrión (el protagonista masculino) cuando contempla a Raquel Fernández, la protagonista femenina. O en el cuento “Los ojos rotos” de la recopilación de cuentos, Modelos de mujer, donde Miguela, con síndrome de Down, se enamora profundamente del fantasma de un guerrillero muerto y ese amor cambia su manera de verse a sí misma, de tal manera que cuando el fantasma desaparece Miguela cae en una depresión y decide cortarse los párpados, para no verse en toda su fealdad. Es un relato atípico en la producción de A. G., una “Historia de aparecidos”, tal y como está subtitulado.

Para mí esta estos tres temas constituyen la esencia de la obra de A. G. Y como escenario fundamental, indudablemente, la ciudad de Madrid. Almudena es la escritora de Madrid y a describir sus calles, sus establecimientos, sus olores típicos, su colorido, sus barrios dedica muchas páginas. Así nos habla del mercado de Barceló, de la glorieta de Bilbao, de la calle Jorge Juan en el barrio de Salamanca, en la zona alta de la ciudad. Pero la autora siente predilección por ese Madrid castizo que la autora describe con delectación, con los cinco sentidos, donde siempre huele a garbanzos y donde la gente grita en los patios.

Transversalidad de los personajes

Algunos de los pesonajes de los Episodios de una guerra interminable aparecen en varias novelas. En Inés y la alegría aparece Rafael Cuesta (falsa identidad de Guillermo García, de Los pacientes del doctor García) y en Los pacientes del doctor García, hacia el final de la novela,  aparece el restaurante de Inés en Bossòst.

Redes de evasión de nazis

Odessa no existió. Fue una organización creada por Frederic Forsyth en su novela El archivo Odessa. En la novela se trataba de una red de evasión de miembros de la SS, creada por los nazis.

Die Spinne, ‘La araña’, red que facilitaba la huida de nazis hasta Italia. El Vaticano colaboraba.

Spanien oder Tod, ‘España o muerte’.

Red de Clara Stauffer, evadía criminales de guerra nazis alemanes a Argentina, pasando por Madrid. Fue muy eficaz hasta 1955, cuando el golpe de estado derrocó a Perón, en quien tenían un aliado.

Clarita Stauffer (como la llamaban y le gustaba que la llamaran) fue una deportista de élite y fundadora de la sección femenina de Falange Española, junto a Pilar Primo de Rivera y Marichu de la Mora. Como denota su apellido, pertenecía a una familia de industriales alemanes, afincada en Madrid.

Legión Carlos V, creada por Skorzeny, un militar austríaco. Fue un intento de formar un ejército fascista de españoles y nazis, listo para actuar en cuanto estallara la Tercera Guerra Mundial. El intento fue fallido.

Sobre Skorzeny se ha hablado mucho y hay libros basados en su figura. También se ha fantaseado mucho, incluso se le ha atribuido el asesinato de Tesla, la salvación de Hitler y su sustitución por un doble en el búnker de Berlín, habiendo sobrevivido este hasta 1999, después de haber vivido como carpintero en EE.UU.

Mensur

Disciplina deportiva que practicaban en Alemania, Austria y en Suiza (en Bélgica y en el Báltico, menos), sobre todo entre la segunda mitad del s. XIX y la primera mitad del XX. Consiste en un combate de esgrima con reglas estrictas entre miembros de una asociación con armas de filo y a cabeza descubierta. Como resultado, las cicatrices son frecuentes (schmiss) y son consideradas una señal de honor.

Aparece un personaje austríaco, Skorzeny, en Los pacientes del doctor García, que lucía su schmiss, una herida que le cruzaba la cara y la boca.

Aspectos formales

Después, en el aspecto estilístico, A. G. es una narradora vocacional, que defiende la restauración del relato, de la historia como elemento indisociable de la novela, algo que con tendencias como el nouveau roman francés y otras corrientes experimentales había quedado diluido en un fluir del pensamiento que descuidaba las tramas, el argumento a favor de la digresión, de la introspección, incluso de lo autorreferencial. Pienso en novelas como La insoportable levedad del ser de Milan Kundera, por ejemplo, o incluso algunos momentos de La trilogía de Nueva York de Paul Auster. Son muy palpables las diferencias entre este tipo de narraciones y la obra de A. G.

De hecho, la recuperación del argumento en las novelas, es una tendencia que se generaliza a partir de los años 90, y tenemos una buena cantidad de novelistas mujeres que siguen este modelo: María Dueñas, Julia Navarro, Matilde Asensi, Alicia Giménez Bartlett, etc.

En lo fundamental, por tanto, sigue el esquema de planteamiento, nudo y desenlace, aunque los saltos cronológicos sean continuos. A. G. se revela una gran narradora, con una capacidad de construir y crear historias que emocionen, arquitectónicamente complejas, perfectamente delimitadas en el tiempo y con una voluntad historicista muy clara.

De ahí que se diga con frecuencia que a partir de Los aires difíciles (2002), las novelas de A. G. tienen un aire decimonónico, un aliento galdosiano.

No obstante, la introspección típica de la novela del siglo XX es un rasgo que también ha arraigado profundamente en las obras de A. G., pero sin que ello vaya en detrimento de la historia, sin que nos desviemos en ningún momento de lo que para ella es realmente importante: explicarnos con un estilo propio, muy marcado (torrencial, sensorial) una historia repleta de pasiones, de emociones, de seres que luchan por sobrevivir, en la que necesariamente, a diferencia de otros autores que siembran la duda existencial como única referencia verdadera, vamos a tener que posicionarnos.

Porque para A.G. decir la verdad no es adoctrinar.

Porque para A. G. narrar es emocionar, y así lo ha declarado en numerosas entrevistas.

Sonia Hernández y Santos Sanz Villanueva:

Almudena Grandes demuestra una innata capacidad para contar historias y la ha cultivado sin tapujos, cada vez con más énfasis, a despecho de la concepción modernista de la novela que tiene en poco el arte de construir argumentos sólidos.

El estilo de Almudena Grandes

¿Y cómo es ese estilo tan personal de A. G.? Pues si tuviera que escoger una palabra diría que es torrencial. A. G. es una persona generosa, optimista, apasionada y eso se refleja en su lenguaje, en la elección de las palabras. No será nunca cicatera con los recursos que la lengua le brinda, de modo que hará un uso prolífico de los adjetivos y de las cláusulas sintácticas, es decir, de la  amplitud de las oraciones, usará con desparpajo el registro culto, poético y lo mezclará en ocasiones con el más vulgar, para lograr un texto con una expresividad máxima:

Y yo estaba encoñado, y aparte de encoñado, gilipollas, lo estaba pero no lo era, nunca lo había sido, por esa sabía, supe desde el principio…

Y con esa mezcla de registros reproducirá el habla coloquial y su discurso, en 1ª persona con frecuencia, siempre se acercará al pensamiento del personaje que describa, a la situación que explique. En línea con el estilo indirecto libre, muy utilizado en la novela del s. XX.

En ella no se cumple lo de menos es más, un contrasentido que A. G. combate con furor a lo largo de toda su obra. Su lenguaje es brillante, tumultuoso por momentos, envolvente, sinestésico diría yo, porque es rico en recursos lingüísticos: usa metáforas inusuales, símiles, anáforas, iteraciones; incrustadas, sorprendentemente, muy a menudo dentro de un tono introspectivo solemne y al mismo tiempo, sonoro. Algo así como “la soledad sonora” que diría Juan Ramón Jiménez.

Pensemos que A. G. era hija de un poeta, estuvo casada durante 25 años con otro gran poeta, Luis García Montero, y, aunque siempre se declaró novelista (jamás poeta), ni siquiera cuentista, el elemento lírico está muy presente en su obra.

Si no, veamos la referencia metaliteraria a Miguel Hernández, basada en su Elegía a Ramón Sijé, que utiliza como leitmotiv a lo largo de El corazón helado, donde explica cómo fue una cena con la mujer que luego se convertirá en su amante, Raquel, y la amiga de esta, Berta. Así relata A. G. lo que siente Álvaro Carrión al hablarles de la historia de su abuela, Teresa González, de la que él acaba de enterarse porque era un secreto de familia:

Aquella noche hablé yo. Hablé y hablé durante mucho tiempo, todo el que hizo falta para escarbar la tierra con los dientes, para apartar la tierra parte a parte, para minar la tierra hasta encontrar a Teresa González Puerto, y besarla en su noble calavera, y desamordazarla, y regresarla desde el fondo del hoyo en el que su hijo la había enterrado.

Añadiría, por último, que la obra de A. G. no es esencialmente experimental, aunque utilice algunos de los recursos que caracterizan el posmodernismo (introspección, fluir de la conciencia, alteración de la cronología).

Es una autora muy disciplinada, trabajadora, que apela a la fuerza de voluntad a la hora de desempeñar su trabajo, que ella se tomaba muy en serio. Por esa razón, estructuraba muy bien sus novelas antes de empezar a escribir y algunas de ellas son portentosas por dimensión, construcción, acopio de datos históricos y galería de personajes. En esta línea podríamos nombrar El corazón helado, Los aires difíciles o Los pacientes del doctor García, esta última la 4ª dentro de la serie de Episodios de una guerra interminable.

¿Novela histórica?

A.G. tiene un apego muy claro por la novela galdosiana, más evidente en Episodios de una guerra interminable, pero que ya apunta maneras en Los aires difíciles y El corazón helado, donde el tema de la memoria histórica es un componente esencial de ambas novelas. Esta fuerza de la naturaleza que fue Galdós (46 novelas históricas escritas entre 1872-1912), es fundamental para la autora. Admira al autor canario sobremanera y lo homenajea hasta con el título que escoge para su propia aportación personal a la historia de España.

Sin embargo, a pesar de la devoción que profesa a Galdós, A. G. no llega a escribir novela histórica, como ella reconoce. Utiliza el contexto histórico, le sirve de trasfondo a sus novelas, pero no son en puridad novelas históricas.

Así vemos que en El corazón helado los datos históricos tienen un peso específico muy destacado y que la autora mima y respeta los datos, para ser sumamente escrupulosa con la información que aporta al lector.

De hecho, las investigaciones sobre las milicias en la Guerra Civil y la posguerra, llevadas a cabo para su novela El corazón helado, despertarán su interés por el tema y le servirán para sus siguientes novelas. En los Episodios las utilizará con profusión. Galán, el marido de Inés en Inés y la alegría es miliciano, por ejemplo, y ella misma lo fue durante un tiempo.

La circunstancia histórica condiciona las vidas de sus personajes y forma parte de la memoria de cada uno de ellos. Por eso, hay un verdadero afán expositivo −incluso didáctico por momentos−, que queda patente en Episodios de una guerra interminable. No obstante, las peripecias de sus personajes siempre son pura ficción, ya que no se resigna a poner freno a su fértil imaginación en aras de la verdad histórica. Ella busca la verosimilitud de los hechos, aunque algunos de sus personajes estén realmente inspirados en personas de carne y hueso. No obstante, los protagonistas de sus novelas siempre son de ficción y sobre sus andanzas, personalidad y desenlace A. G. se reserva la libertad absoluta.

En numerosas entrevistas ha dejado claro que lo que le interesa no es la narración de grandes gestas históricas, sino la descripción y ensalzamiento de la gente normal, la intrahistoria que diría Unamuno. Para ella −y para otros muchos− ahí radica la verdadera historia, la que detenta la verdad del pueblo. Este propósito es el que ha guiado sus pasos en Episodios de una guerra interminable, la serie de 6 novelas que, desgraciadamente, no le dio tiempo a culminar. A medias se ha quedado su 6ª historia, Mariano en el Bidasoa.  

Su concepto de memoria histórica es el que la guía en su afán por restituir el orgullo perdido de los vencidos en la Guerra Civil española. En opinión de A.G., los republicanos que lucharon hasta la extenuación, aun después de haber perdido la guerra (como milicianos o en la resistencia francesa), fueron héroes que tuvieron que combatir en las condiciones más adversas, sin apoyo material ni moral, sin esperanzas. Lo hicieron por sus ideales, por causas legítimas, para defender a su país, sin que se les haya reconocido como merecen. Para ella fue una gesta que ha quedado sepultada en el olvido y su misión ha consistido en resucitar a esos héroes cotidianos.

Por el contrario, las corrientes de opinión actuales han pretendido arrebatarles esa grandeza. A. G. habla del relato creado a partir de la transición acerca de la Guerra Civil española, equidistante, que ha intentado no culpabilizar al franquismo y a sus adeptos. Esa renuncia a no abordar la historia desde la perspectiva de  “buenos” y “malos” considera que es errónea, que falsea la memoria histórica y que no tiene parangón en ningún otro país de nuestro entorno. A su juicio, debería suceder como con la Segunda Guerra Mundial, donde impera el relato de los países aliados como “buenos” y el eje de los nazis representa a los “malos”.

La búsqueda de esta restitución heroica de la memoria de tantos republicanos, milicianos y exiliados españoles, está en el punto de mira de A. G. Su referente, claramente, es Galdós y sus Episodios Nacionales, a los que homenajea, así como a su autor, al seguir un propósito parecido, eso sí, extrapolado en el tiempo. Por vocación, incluso por la elección del título, podemos decir que la segunda parte de la obra de Almudena Grandes, a partir de El corazón helado (este inclusive) es una revisión galdosiana y actualizada de la historia de la España contemporánea.

Es de vital importancia en Episodios de una guerra interminable, si bien ya está presente como trasfondo determinante a partir de Los aires difíciles (2002).

Teniendo esto en cuenta, el tratamiento de los elementos históricos, se aborda desde dos perspectivas complementarias:

  1. Fidelidad al hecho histórico: detalles prolijos sobre fechas, acontecimientos y pesonajes implicados.
  2. Intrahistoria: “el filón argumental” del que A. G. habla en muchas entrevistas, incluso en el prólogo de alguna de sus obras, que -le sirve para dar voz a aquellos personajes que  jamás aparecerían en un libro de historia, pero que acercan los acontecimientos históricos y sus circunstancias al lector de hoy en día, los hacen comprensibles, conectan con las emociones y permiten la empatía en el lector de hoy en día.

Con la intrahistoria A. G. logra “emocionar”, que es la finalidad primordial de su escritura, como en numerosas ocasiones ha reconocido.

No olvidemos que, como gran creadora de novelas que es, sobre los personajes recae el peso de las obras de A. G. El armazón narrativo de sus obras se sustenta en los personajes y sus vicisitudes y en este sentido la obra de A. G. es humanista, se aleja de corrientes más experimentales y netamente intelectuales, como el nouveau roman (surgido en los años 50). Sin embargo, sí que hereda de esta tendencia el gusto por los flujos de conciencia y la simultaneidad de algunas descripciones.

A. G. defendía, porque así lo creía, que una novela, una historia, debe tocar nuestras emociones. Eso la aleja de intelectualismos que olvidan el argumento como eje constructor de la novela y lo relegan a pretexto para insertar en el texto numerosísimas digresiones, elucubraciones y escenas de corte simbolista.

Por el contrario, A. G. recupera las novelas argumentales, como la serie de Episodios de una guerra interminable, en clara concomitancia con los Episodios Nacionales de Galdós. Novelas argumentales serán también las novelas realistas, de aventuras y ciencia ficción, con autores tan admirados por la autora como Stevenson, Julio Verne, etc. Sin olvidar la obra que marcó su infancia: la Odisea de Homero con su inefable Ulises, el héroe del retorno, el hombre que se sobrepone a todo a pesar de cualquier vicisitud, aunque pretendan impedírselo hombres o dioses.

Y en cierta manera, así son los pesonajes de A. G., seres en tránsito, cuyas historias de finales abiertos, dejan siempre la estela de los viajes en sus libros.

El heroísmo en Almudena Grandes

Sin embargo, Almudena rompe una lanza por la dignidad y por el heroísmo: recupera el relato de acción y a personajes con talante heroico. Aunque personajes como Benito y Manuela, en Te llamaré Viernes, sean antihéroes paradigmáticos. Es un rasgo, el de la búsqueda de una épica de izquierdas en la historia de España, que se acentúa en Episodios de una guerra iterminable.

La época actual le parece deleznable a A. G., llena de “horteras y borricos”. Creo que esa opinión la empuja más si cabe hacia la recuperación de un pasado que le parece más heroico. Va a la busca de referentes que dignifiquen nuestras vidas, que sirvan de ejemplo de lealtad y solidaridad entre las personas, en concomitancia con su pensamiento de izquierdas.

A.G. hace caso omiso a la novela desprovista prácticamente de argumento, del nouveau roman, de la ficción autorreflexiva, incluso metaliteraria, y recupera el aliento de los autores que marcaron su niñez y sus gustos literarios: Homero, Stevenson, Verne y, por supuesto, complementa esta vocación con el ingrediente fundamental de su obra “adulta”: Galdós.

Para ello sitúa a sus personajes en el ojo del huracán, en conflicto, para que la dialéctica con la realidad nos legue, no solo una novela interesante, sino un modo de conocer mejor el mundo y a nosotros mismos, rememorando el pasado, discurriendo por el presente. Y lo hace captando la esencia de sus personalidades, bajo aquella consigna de Ortega y Gasset tan conocida que dice: que el ser humano es él y su propia circunstancia. Por eso es absolutamente relevante para la autora determinar cuáles son las “circunstancias” que marcan a sus protagonistas, sin tener la tentación de olvidar injustamente, y en eso es precisa y metódica.

En ese sentido sí que es historicista.

Recorrido histórico hasta ‘Las edades de Lulú’

El tremendismo da excelentes resultados en la tradición literaria española durante los años 50 (La familia de Pascual Duarte de Cela, Tiempo de silencio de Martín Santos). Eran otros tiempos y la sombra de la guerra, la posguerra y tantas calamidades debían por fuerza enturbiar la voz del discurso narrativo.

Los años 70 quedan atrás y Almudena se estrena con Las edades de Lulú en 1989, una novela erótica que fulminó las expectativas que existían hasta ese momento en el género. Lulú completa en esta novela breve un proceso de formación, con escenas de iniciación, crudas, con momentos cruciales, con sexo explícito y un lenguaje fértil, rico, creativo e innovador que abordaba el sexo con alegría y desinhibición.

Los personajes de A. G., con sus vidas al límite, en medio de dilemas existenciales y morales, nos seducirán, porque la pasión es uno de los motores de las novelas de A. G. y entre todas las pasiones, desde luego, el amor es la más poderosa de todas. A. G. decía que enamorarse es lo más grande que le puede pasar a una persona y sus descripciones de los estados amorosos, con su componente sensual, son de una belleza espectacular.

Raquel Fernández Perea respiraba y la respiración tensaba con un hilo imaginario el balcón inmaculado de su pecho, y yo me quería morir,

−Álvaro…

quería morirma allí, acabar en aquel instante de plenitud memorable, renunciar a acumular experienciales triviales, indignas de un hombre que habría podido escoger la abrumadora belleza de aquella muerte vivísima.

Pese al éxito de Las edades de Lulú, A. G. se negará a repetir la fórmula. En sus libros habrá mucha sensualidad, pero no volverá a llegar al nivelexplícito, detallado y libertino de su primera novela. Seguramente, deseosa de desmarcarse de una etiqueta que podía encasillarla en un género poco convencional sobre el que recaían importantes prejuicios, prefirió decantarse por otro tipo de literatura que cumpliera con sus propias exigencias y ambiciones literarias.

Eso dice mucho de su talante personal, de su integridad y de su visión no mercantilista de la literatura. Pese a todo, fue una autora de éxito, de mucho éxito, con 6 novelas versionadas al cine.

‘Te llamaré Viernes’: un fracaso comercial

El discurso de A. G. hace un uso profuso del estilo indirecto libre y del monólogo interior, que se combinan con el ritmo ágil del narrador omnisciente. Así ambienta y desarrolla la acción de un modo eficaz, para luego, cuando la autora lo decide, introducirnos en la mente de sus personajes, seres pletóricos en ocasiones, desgraciados, hundidos, miserables, pero siempre con una punta de orgullo imperecedero, con una resiliencia y capacidad de lucha que los dignifica y les aporta la dimensión heroica que, por contraste, la novela moderna ha perdido.

No obstante, Te llamaré Viernes (1991), de voluntad disruptiva frente a Las edades de Lulú, nos presenta a dos antihéroes antológicos: Benito y Manuela. Aquí la categoría heroica que apreciaremos en novelas posteriores se nos escapa. Son seres al margen a causa de su propia mediocridad, marcados por un físico desafortunado, carentes de ambición y de esperanzas (lo más parecido a la alegría) unidos por el azar en una gran ciudad como Madrid. Como náufragos en una isla se encuentran y de ahí el título, pero la coraza de su propio agravio impide que Benito pueda llegar a ser feliz con Manuela. Su vida está malversada por la rabia contenida, por la frustración, por la represión, por el dolor del abandono de su madre siendo niño, por la autocompasión.

Y ella empezó a comportarse como él esperaba que lo hiciera, era una chica lista al fin y al cabo, y no tenía ninguna otra posibilidad, por eso, porque lo sabía, se dejó caer de rodillas en el suelo, y aunque su propia actitud le repugnaba, se mantuvo allí, inmóvil, y él sintió un placer casi definitivo cuando notó su abrazo, cerró los ojos para concentrarse en las manos que se rozaban sobre el dorso de sus propios muslos y advirtió la caricia de su mejilla, el pómulo que resbalaba sobre la tela de su pantalón, y abrió los ojos, y la descubrió allí abajo, a sus pies, y la miró, y ella le devolvió la mirada, el labio herido, los ojos llorosos, la piel incomprensiblemente macilenta, la expresión embrutecida y sublimada a un tiempo por una luz misteriosa y cruel, la desesperación irresoluble de quien acaba de descubrirse y no se acepta, y alargó la mano para acariciar su pelo, y ya no tuvo fuerzas para nada más.

-Y… ¿por qué me has traído aquí?

Luego se sintió mezquino y miserable, un pobre hombre, como siempre.

El ejercicio de introspección que realiza A. G. es tan complicado en esta obra que, a pesar del éxito precedente de Las edades de Lulú, la novela fue un fracaso comercial. Es un libro difícil de  leer para un lector medio. Sin embargo, a mí me asombra por la hondura y el deslumbrante uso del lenguaje y por momentos me trae a la memoria al Ulises de Joyce, con sus protagonistas deambulando en este caso por Madrid, perdidos en sus propios pensamientos. Dublín, tan hostil como Madrid en esta obra. Incluso el cierre de la novela de A. G. corre a cargo de Manuela (como sucede en el Ulises con Molly). Un largo monólogo interior ilumina algunos puntos oscuros de Te llamaré Viernes y nos ofrece como colofón una visión femenina de la historia.

En una historia narrada con voz masculina, el broche final lo pone una mujer: Manuela. Creo que A. G. no pudo resistirse a la tentación.

Hay que tener en cuenta que el gran libro de A. G., el que marcó su infancia, el que representa el triunfo del héroe por excelencia es la Odisea de Homero (se lo regaló su abuelo cuando hizo la primera comunión) y el Ulises de Joyce es una recreación moderna del héroe griego, la forja de un antihéroe legendario. Ambos, A. G. y Joyce pivotan sobre algunos aspectos de un mismo héroe, presente en el imaginario colectivo desde hace, en 2022 exactamente, 100 años, desde su publicación en París, en 1922.

El deambular sin rumbo de Leopold Bloom, la desolación de Dublín, que en A. G. bien puede extrapolarse a Madrid, las vidas sin amor, la niñez perdida, rota, marca sus existencias y en ese sentido los equipara a ambos, Bloom y Benito, antihéroes paradigmáticos. También en la magnitud de sus pensamientos obscenos, procaces. Bloom se masturbará ante la visión de una jovencita columpiándose a la que se le ve la ropa interior y Benito fantasea con comportamientos sadomasoquistas ante la visión de su vecina, Conchi, una adolescente de 15 años.

La novela posmoderna, carente de héroes, revisionista y relativista, entroniza al antihéroe con sus valores difusos, con su desarraigo, su escepticismo, bajo la égida del existencialismo. Quizás por todo eso, supone un inicio de disolución y acaba por retroceder en gran medida, quedando relegada,  dando paso a los nuevos narradores, que vuelven a tomarle el pulso a las historias tradiciones, que construyen argumentos coherentes y se dedican de nuevo a “contar”.

La voz femenina

Otro rasgo diferencial de A. G. es su atención a las figuras femeninas, desprovistas del sesgo sentimentaloide y pasivo, incluso victimario, al que otros autores las han condenado. Siguiendo la estela de Ana Mª Mature, Carmen Laforet, Mercè Rodoreda primero; en línea con Lucía Etxebarría y las nuevas narradoras después, plantea personajes femeninos sólidos, capaces de tomar las riendas de sus vidas. Claro que se equivocan, fracasan, se hunden, pero siguen luchando e intentándolo, hasta configurar una imagen de lo femenino que representa muy bien el espíritu de la mujer española de la segunda mitad del s. XX y hasta el día de hoy.

Hay personajes femeninos autoritarios y arrogantes como Aurora (La madre de Frankenstein); egoístas y sibilinos como Amparo (Los pacientes del doctor García); infantilizados e irresponsables como Lulú (Las edades de Lulú); apasionados y luchadores como Inés (Inés y la alegría); desubicados y solos como Malena (Malena es un nombre de tango); sometidos como Marisa (Atlas de geografía humana); leales y justicieras como Raquel (El corazón helado); etc.

Veamos un ejemplo de cómo trata A. G. el maltrato femenino en Los pacientes del doctor García:

En su vigesimoctavo cumpleaños, su marido le ofreció como regalo el anuncio de que nunca volvería a poner un pie en Buenos Aires. Ella correspondió con una promesa secreta. No cumpliría treinta años en Fortín Tiburcio, no lo haría aunque tuviera que suicidarse para impedirlo. En el instante en que fue capaz de pensarlo, de imaginar la cólera de Renato ante su cadáver, volvió a ser ella misma. (…) La contrapartida fue descubrir que no quería morir, aunque durante mucho tiempo creyó que nunca encontraría la salida del laberinto.

Esta visión de la mujer emancipada (o en proceso de emancipación) y autosuficiente “que pisa con sus tacones la acera como si fuera a romperla” (El corazón helado, 2007) es innegable que la convierte en una autora icónica que empatiza con la población femenina. Sin embargo, no es una autora “feminista”, en el sentido de que no hay adoctrinamiento ni teorizaciones que interrumpan el relato. Los personajes de A. G. hablan por sí mismos y demuestran lo que son a través de sus acciones, sus elecciones y sus diálogos. Ella siempre renegó de lo panfletario, pese a que tampoco ocultó nunca cuáles eran sus opiniones y su filiación política de izquierdas.

La verdaderra revolución de la novela femenina se inicia con Jane Austen y Emily Brönte.

Simone de Beauvoir (1949) fue una precursora al reivindicar a la mujer, su posición en el mundo. Empieza por afirmar, como punto de partida, que “soy una mujer”.

A.G. exalta lo femenino. Es algo muy visible en todas sus novelas.

Las novelas de A. G. con frecuencia son repertorios históricos que profundizan en la evolución femenina.

Jane Austen declaró:

Los hombres han tenido sobre nosotras la gran ventaja de contar su propia historia. La educación ha sido suya en un grado mucho mayor; la pluma ha estado en sus manos.

Personalidad arrolladora: una manera de escribir y de estar en el mundo

Amante del fútbol (aquí tampoco ocultó su fervor por el Atleti), de los toros y de la cocina siempre quiso ser escritora, desde niña, cuando escribía cuentos en la cocina durante 90 m, la duración del partido de fútbol que cada domingo veían su padre y su abuelo en la casa de este último. Mientras, su primo dibujaba y pintaba. Ella nunca supo y quizás la desventaja la llevó, con la arrogancia que la caracterizaba (y que ella reconocía) a escribir, a escribir mucho y a hacerlo cada vez mejor.

Su estilo es ampuloso, rico en adjetivación, frecuenta la cláusula sintáctica amplia, con numerosas coordinaciones y subordinaciones que intentan explicar la realidad del modo más completo posible. Su complejidad no escatima recursos lingüísticos, comparaciones, metáforas, hasta adueñarse de la visión, la capacidad sensorial y emocional del lector, que se sentirá atrapado por las historias de A. G.

Ejemplo:

Domingo de Ramos, al que no estrena se le caen las manos. Después de dos años de sequía, tantos radiantes días de sol en cielos tan azules como recién pintados, la mañana prometía más tristeza. Hacía frío. Los niños que habían cumplido con la tradición caminaban encogidos, tiritando en sus primaverales calcetines de hilo, faldas livianas y pantalones cortos que parecían desgajarlos del invierno por el que transitaban los adultos, gabardinas, sombreros, guantes a los que se aferraban las manos desnudas de los niños vestidos de verano. Para equilibrar su desgracia, en la otra mano llevaban palmas labradas con flores, moñas y cintas de colores, el modelo que había inspirado la miniatura que Benigna me había encajado en el bolsillo de la americana. Niños más desgraciados, mejor abrigados porque no tenían nada que estrenar, las miraban con envidia.

(Inicio de Los pacientes del doctor García)

Algo novedoso dentro de su estilo y que a mí me admira, es el manejo simultáneo de distintas voces en el discurso. A menudo mezcla la voz del narrador en 3ª persona con la 1ª persona, que asume en este caso la conciencia del protagonista. Para ayudar al lector, marca tipográficamente con cursiva el discurso en 1ª persona, reflejado como un flujo de conciencia. De esta manera, como si se tratara de un canon musical, deja patentes los diferentes niveles de realidad y de conciencia en determinadas situaciones críticas. Estos recursos son muy frecuentes, especialmente en Te llamaré Viernes, obra compleja (como ya he comentado) donde el fluir de la conciencia salpica toda la narración, basada en la psicología enrevesada e inconfesable de su protagonista, Benito, un antihéroe por antonomasia.

Llegaría a aprenderse al pie de la letra aquel eterno prólogo, un pobre puñado de palabras que crecería monstruosamente en su memoria para revestirse de la irresoluble apariencia de una encrucijada, tengo 32 años pero supongo que aparento algunos menos, y aun negándose a sí mismo desde el principio la voluntad de querer y, de querer creer, no pudo dejar de repetirse que había algo distinto en esa carta, soy bastante mona y me cuido mucho, voy a un gimnasio y a una masajista, él nunca llegó a dudar de la honestidad de su breve alarde publicitario, me hago una limpieza de cutis cada quince días, ella debía de ser una mujer hermosa pero eso no bastaba, nunca había bastado, no es que me preocupe mucho el físico, tampoco en eso era la primera, es más bien que no tengo otra cosa que hacer, otras antes que ella se habían parapetado tras el torpe escudo de la sinceridad, la verdad es que no he trabajado nunca (…)

La personalidad arrolladora de la autora se deja notar en su escritura y, lejos de las consignas del lenguaje aséptico y periodístico, que con tanta clarividencia  observó el crítico irlandés Ciril Connolly como estandarte del nuevo estilo literario, hace gala de su papel de narradora literaria, sin inhibirse, sin escatimar imágenes, colores, sabores a sus lectores. De hecho, sus descripciones son sinestésicas, totales, envolventes, rozando por momentos un concepto casi mágico de la existencia.

                Ejemplo: crujiente como un bizcocho, felicidad sonrosada, etc.

Motivos literarios y referencias metaliterarias

En El corazón helado aparece una referencia metaliteraria poética, que actúa como motivo literario (leitmotiv) extraído de  Miguel Hernández y repetido varias veces a lo largo de la novela. Es un recurso habitual en la autora.

La manera de presentarlo es entremezcado con la propia narración, en el momento en que Álvaro Carrión explica a Raquel Fernández (su amante) y a Berta, amiga de Raquel, quién era su abuela Teresa:

Aquella noche hablé yo. Hablé y hablé durante mucho tiempo, todo lo que hizo falta para escarbar la tierra con los dientes, para apartar la tierra parte a parte, para minar la tierra hasta encontrar a Teresa González Puerto, y besarla en su noble calavera, y desamordazarla, y regresarla desde el fondo del hoyo en el que su hijo la había enterrado.

Motivo literario, alegórico, que funciona como discurso anafórico de El corazón helado:

                Porque las manos no son más rápidas que la vista, y la óptica es una ciencia paradójica.

Y se mezclan registros de lenguaje muy distintos, el poético y el coloquial:

Yo amaba a esa mujer. La amaba tanto que, algunas veces, mi amor por ella me aturdía, me desbordaba, se hacía más grande que yo….

Fluir con una sonrosada placidez…

Del mismo modo que funciona en Los pacientes del doctor García:

                Manuel Arroyo Benítez siempre había tenido muy mala y mucha suerte.

Elementos que funcionan como fetiches: los caramelos Saci (el relato La buena hija, Te llamaré Viernes), la leche condensada (el relato Malena, una vida hervida y en Te llamaré Viernes, donde Manuela toma la leche condensada metiendo los dedos en el bote, a petición de Benito).

Sobre la escritura

Porque escribir es mirar el mundo y destilar esa mirada en el alambique de la propia memoria.

La memoria es la palabra principal, la más importante de todas las palabras que pueda pronunciar un novelista cuando habla de su trabajo.

La pretensión de un novelista es crear estados de ánimo en el lector.

A.G. cree en la voluntad como motor guiado por la soberbia. Como diría Cela:

            En literatura lo importante es resistir.

Según Miguel Ángel García, estudioso de la obra de Almudena Grandes y profesor de la Universidad de Granada:

Almudena Grandes escribe sobre la Guerra Civil atendiendo a la normalidad cotidiana y a su dimensión privada.

En su narrativa la memoria se encarga de esa privatización. Algo parecido sucedía (aunque no tan acusado) con Azorín y Baroja.

Y eso se logra con voluntad.

El recurso a la memoria es muy habitual en otras novelistas, como Ana Mª Matute, Ángeles Caso, Mercè Rodoreda, Rosa Montero.

Para A. G. las víctimas de la Guerra Civil alcanzan mucho más allá del propio conflicto, ya que, como Sara, la protagonista de Los aires difíciles, en algunos personajes, como consecuencia del desajuste de mentalidades, se produce una “inadaptación perpetua”.

Se mataron muchas más cosas que el millón de víctimas que perecieron durante el conflicto, sangriento, feroz. Después de la transición se optó por pasar página y eso impidió contar las historias que a A. G. le interesaban. Por eso lo hace ella.

Contrapone la “elegancia” de la actitud adoptada por una mayoría de la sociedad a la brutalidad, nada romántica o heroica, de las historias que ella deseaba contar:

En esas historias se puede entender por qué la izquierda renunció a la República, por qué hay límites a la libertad de expresión o por qué no se podía cuestionar a la monarquía.

Entrevistas

-Cuando se le preguntaba por qué escribió 5 novelas (el propósito eran 6 y así se lo notificó a su editor, pero la 6ª se quedó inacabada) bajo el epígrafe de Episodios de una guerra interminable, todas ellas con el trasfondo de la Guerra Civil española y la posguerra, ella siempre contestaba:

Los españoles vivimos encima de un filón, una serie inagotable de historias con héroes, con villanos, etc.

-Sus personajes favoritos son los supervivientes. Para ella no hay nada más digno.

-Su 6º libro llevaba por título: Mariano en el Bidasoa. Cuando previó la serie ya había pensado en los títulos.

Cánones de belleza

En su literatura es una constante la oposición al canon de belleza femenino establecido, de modo que en el físico de sus protagonistas reivindica otras complexiones alejadas de la delgadez, otro cabello que no sea el rubio, ojos oscuros, etc.

Por ejemplo, Raquel Fernández, la protagonista de El corazón helado tiene las caderas algo desproporcionadas, ligeramente más anchas de lo que le correspondería a su cintura. Esta caracterización también funciona como motivo recurrente, descriptivo, que repite a lo largo de la novela. En la misma obra, al inicio, su protagonista masculino, Álvaro Carrión, casi lamenta no ser tan rubio y de ojos claros como sus hermanos, como su madre, porque él es el único parecido al padre, más bajo y recio que sus hermanos, y moreno, lo cual hace que él mismo se perciba como una anomalía.

O en Te llamaré Viernes, donde las descripciones son mucho más detalladas, puesto que sus protagonistas, Benito (cara picada de viruela, ojos pequeños) y Manuela (gorda, con estrías, pechos caídos) son declaradamente feos.

Llama la atención la descripción que de sí misma nos ha dejado A. G.:

Aspecto de anuncio antiguo de aceite de oliva, la voz grave, 1,80 con tacones, hombros anchos, pelo y ojos muy negros, aspecto de española mandona e imponente, pero que, sin embargo, se rompe enseguida. Con carácter, terca, obstinada, con fuerza de voluntad, pero con un lado muy vulnerable.

De las mujeres amas de casa, A. G. dirá que pasaban directamente:

                (…) del esplendor al derrumbe, a la piel estriada, a la carne descolgada (…)

Y añadirá que comían por pura ansiedad, como hacen muchas de sus protagonistas: Lulú, Manuela, Malena, etc.

En una entrevista, A. G. declaró que le gustaría tener un metabolismo hiperactivo de mujer flaca, ya que le encantaba comer. Es algo que se refleja en sus novelas, la pasión por la comida, sobre todo en sus personajes femeninos, que son mayoría.

Reflexiones sobre el cuento en España

El cuento oral fue el primer instrumento que tuvo el hombre para ordenar e identificar la realidad. La ficción es nuestra primera sabiduría, usada con fines religiosos, históricos, nunca literarios.

El lector español no está educado para el cuento.

Cada vez están más presentes en la narrativa las fórmulas breves próximas a la publicidad, al cortometraje, a los SMS, a los breves de prensa. Debido al reducido espacio que ocupan son muy aptos por la falta de tiempo actual.

El cuento se ve afectado por los problemas editoriales actuales: inflación de publicaciones, proliferación de autores que no aportan una poética nueva o distintiva, la falta de lectores críticos.

Los cuentos (Modelos de mujer, Estaciones de paso) son una inflexión en la carrera literaria de A. G.

José Mª Merino defiende la enseñanza del cuento en el sistema educativo. Opina que la Inquisición intentó socavar el prestigio de la literatura, a la que consideraba peligrosa, sospechosa de herejía. Buena parte del éxito del Qujote en su momento se debe a que era una novela contra las novelas.

Con la escritura de cuentos, a la que A. G. acude de vez en cuando, salda cuentas con aquella niña que se adentró en la literatura escribiendo un cuento durante 90 m, lo que duraba el partido de fútbol que su padre y su abuelo veían en casa. Su primo pintaba y ella, que no sabía pintar, escribía.

La obra de Almudean Grandes, muy cinematográfica

Hoy en día cualquier escritor se sentiría muy afortunado por tener una versión cinematográfica de una de sus novelas. A. G. tuvo esta suerte 7 veces. Indudablemente es un premio al éxito de su obra, que se ve aún más reforzado por la industria del cine.

LA RELACIÓN DE ALMUDENA GRANDES CON LA LITERATURA OCCIDENTAL: REINO UNIDO, EE.UU., FRANCIA Y BÉLGICA

‘El diario de Bridget Jones’, de Helen Fielding

La historia de Bridget Jones nació en una columna periodística jocosa pero acabó convirtiéndose en un fenómeno social. El éxito del libro radica en el punto cómico, el sarcasmo y la parodia que permiten contar algo de verdad.

Bridget Jones es una antiheroína, como muchas de las protagonistas de Almudena Grandes, junto a la corriente de personajes de la literatura anglosajona.

Espido Freire dirá que es torpe, egoísta, insegura, superficial, glotona, irresponsable. Una treintañera independiente que desea cazar a un hombre y que está enamorada de su jefe.

Tampoco encaja en el arquetipo de las malvadas. Es una mujer que intenta adelgazar e inicia un diario para relatar su día a día.

Se pregunta por qué Bridget Jones era un reflejo para muchas mujeres. Frente a la dignidad tranquila de Jane Austen, nos encontramos a personajes como Bridget Jones o Ally McBeal.

La mujer actual, más emancipada y culta que nunca, parece que sigue necesitando la guía de médicos, pediatras, psicólogos, sexólogos, revistas y consejeros varios, como si echara de menos el lastre de la autoridad ajena.

Bridget Jones representaba los miedos enquistados: ridículo, fealdad, soledad.

Advierte sobre el retroceso de ideas feministas y el regreso de ideas tradicionales: imagen hipersexualizada, extensión de la idea de que todos los logros ya han sido conseguidos, que hay pocos hombres disponibles.

Se aprecia una corriente de misoginia en la sociedad.

Freud destacó que los mitos y los cuentos de hada suelen expresar e imponer los axiomas de la cultura con gran precisión.

Recepción de Almudena Grandes en Reino Unido

Sin duda, la obra más internacional de Almudena Grandes es Las edades de Lulú.

Fue nombrada entre otros 4 autores españoles en Economist como una autora urbana, autodidacta. La literatura de Reino Unido siempre ha tenido un peso importantes, y la de mujeres también.

La gran autora de la modernidad fue Virgina Woolf con Una habitación propia y Tres guineas, sobre la discriminación sexual de la mujer. Demanda la independencia de la mujer para tener su propio espacio.

Literatura inglesa del siglo XX

Se inicia con el Modernismo y presenta las siguientes características:

            -Manipulación del tiempo

            -Monólogo interior en Virginia Woolf, James Joyce, William Faulkner

            -Distintos narradores

En el caso de V. Woolf contaba con el apoyo del Bloomsbury Group.

Joanna Trollope: incluye en su narrativa a personajes de la clase media del centro del Reino Unido, rasgo compartido por Almudena Grandes. Muestra un gran interés por las mujeres y por reflejar, como ella, los sentimientos más comunes de la vida cotidiana.

Margaret Forster: trata temas femeninos con gran intimismo. El conflicto estriba entre la vida familiar y la dedicación laboral. El tema de la maternidad vuelve a aparecer.

Esther Freud es una de las mejores narradoras británcias: capta muy bien las relaciones familiares y el tema de la infancia, y lo hace con un trasfondo histórico, como Almudena Grandes.

Recepción en EE.UU.

Tuvo mucha más repercusión. En EE.UU. Allí se estudian sus obras, junto a las de otros autores españoles.

En EE.UU. Almudena Grandes es considerada como ejemplo de narrativa hispana contemporánea y ha sido elegida para muchas recopilaciones y tesis relacionada con la literatura posfranquista.

Recepción en Francia

En Francia se han traducido varios de sus libros, Las edades de Lulú entre ellos.

El hito de la Revolución Francesa de 1789 marca el curso de la hitoria y las ideas en este país. Su eco se deja sonar incluso en el siglo XX.

Después, la Primera y Segunda Guerra Mundiales marcan el pensamiento, con planteamientos existencialistas que se preguntan acerca del destino del hombre, el sentido de la vida y la muerte, así como de la civilización humana.

Muy importante es la influencia de Simone de Beauvoir, ya que con su libro El segundo sexo (1949) revolucionó las teorías feministas al reivindicar la literatura de la mujer.

Nouveau Roman

El nouveau roman supone la renovación de la novela tradicional:

            -Ausencia de persoajes

            -Destrucción de las estructuras

            -Preocupación técnica y formal

Algunas de sus representantes femeninas fueron Natalie Serraute, Marguerite Yourcenar y Marguerite Duras (El amante, Hiroshima mon amour).

Aunque Almudena Grandes no comparta los rasgos experimentales del nouveau roman, sí que se aproxima en la introspección de los personajes y el intimismo de las narraciones de Marguerite Duras.

Se acerca a Marguerite Yourcenar en su interés histórico, basado en una enorme documentación.

Hay poca crítica literaria en Francia por parte del sector feminista, ya que este se ha orientado hacia la crítica textual, lingüística y semiótica, o hacia la escritura de textos donde poesía y teoría se mezclan.

Autoras francófonas

Amélie Nothombe utiliza el refugio de la infancia, temática que también aborda Almudena Grandes.