Compasión

compasiónLas teorizaciones filosóficas sobre los sentimientos humanos no me parecen reales. Son constructos teóricos en los que cada objeto de análisis es una premisa que debe contribuir a la teoría final, al modelo que cada filósofo ha creado. Por ello precisamente suelen alejarse bastante del esquema mental del ser humano. Se mueven en un marco excesivamente intelectualizado en el que se prescinde de las emociones.La compasión, como otros sentimientos humanos: odio, enojo, amor existe. Que lo enaltezamos o menospreciemos dependerá de cada uno de nosotros, de nuestra personalidad, experiencias e incluso momento vital, pero no podemos negarlo. Como seres sociales que somos los sentimientos de empatía, simpatía, compasión, admiración, animadversión están presentes en el devenir de las personas.
Las religiones encumbran la compasión como sentimiento elevado, positivo y regenerador. Las distintas corrientes filosóficas discurren por caminos bien diferentes, desde la alabanza al desprecio de que hacen gala Kant, Espinoza o Nietzsche.
Y ahora hablemos de la estulticia como término que acota y especifica el valor connotativo del concepto de “compasión” -según algunos pensadores y sus acólitos- . ¿No se podría decir que la compasión per se es un sentimiento que contribuye a la convivencia y a la solidaridad humanas? ¿No se aleja por ello mismo de la estupidez (estulticia)? Al menos desde un punto de vista práctico, creo que sí. En tanto en cuanto los sentimientos nos ayuden a pervivir como especie y como individuos, sirvan de muleta a los seres humanos que conforman la sociedad, yo diría que sorteamos con fortuna ese charco cenagoso e informe que es la estupidez humana. Y cierto que a veces su naturaleza puede ser insondable.
Ahora bien, también opino que la compasión se manipula frecuentemente, se asocia al conformismo, y entonces se convierte en un mecanismo de inmovilismo y estancamiento social. El charco tiene un color indefinido, caben múltiples elementos, a primera vista opuestos entre sí. Pero no tanto cuando se profundiza en su espesa sustancia. Ahí yo también podría hablar de debilidad y estulticia, porque no se actúa para superar el problema al que acude el compasivo (sea una persona, una agrupación o toda la sociedad), sino que se obvia la raíz, la causa y, en cambio, se favorece la permanencia y enquistamiento de aquello que lo ha provocado. ¿De qué modo? Pues mediante el uso de pobres parches, que en el mejor de los casos sólo alivian por breve tiempo la situación.De esto último la Iglesia católica sabe mucho.
Desde luego que no me gustaría inspirarle compasión a nadie ni que nadie dijera de mí: “Pobre mujer…” Pero ¿y si a nuestro pesar en algún momento proyectamos una imagen digna de compasión? ¿Y si esa imagen es el fiel reflejo de un momento de precariedad del que no somos capaces de salir por nosotros mismos? Seguro que agradeceríamos que alguien fuera realmente compasivo con nosotros.
Nadie está libre de ser compadecible o compasivo, porque todos no podemos ser el superhombre de Nietzsche. Y aun siéndolo las tornas pueden cambiar.
Yo no creo en los superhombres, más bien en los ídolos con pies de barro. Entonces viene que ni al pelo aquel adagio que dice: “Más dura será la caída.”
Para mí es así de simple.