“El gatopardo”, el zarpazo irónico de Lampedusa

El-gatopardo-ahorrador-LampedusaSupongo que apellidarse Lampedusa y haberse criado en Sicilia durante la primera mitad del siglo XX debe dejar una impronta indeleble. Seguro que, de estar entre nosotros, Giuseppe Tomasi di Lampedusa tendría algo que decir al respecto. No podrá ser, ya que murió en 1957, tras acabar de escribir su novela, El gatopardo. No obstante, su “gatopardo” habla por él de un modo tan elocuente y auténtico, que desde entonces el nombre de Lampedusa ha quedado asociado a esta magnífica obra.
Pero Lampedusa es, además, una diminuta isla al sur de Italia, próxima a Túnez, que cedió su denominación a la familia del escritor. A Sicilia se vincula el aristocrático linaje de los príncipes de Lampedusa, los antepasados de nuestro autor.  Desde los príncipes de Salina, protagonistas de El gatopardo, y Lampedusa median casi 100 años. De 1860, el año en que transcurre la narración, hasta 1954, cuando el autor comenzó la novela. Las similitudes son evidentes entre ambas genealogías. Cuando El gatopardo vio la luz se creó un puente hacia el pasado y los  dos siglos quedaron conectados en una suerte de sucesión temporal ininterrumpida. En el universo lampedusiano cabe pensar que la decadencia de las familias aristócratas se inicia en El gatopardo y tiene su máximo exponente en vida del propio Lampedusa. Él mismo, con su carácter introvertido, huraño, recluido en su mundo interior y en sus libros, está en el otro extremo de ese eje temporal. Es un resto anacrónico de las antiguas familias sicilianas aristócratas. Por tanto, el nexo entre ambos es  la pertenencia del autor y de su personaje de ficción a una misma clase condenada. Al menos eso es lo que yo interpreto después de leer su novela.
¿Quién mejor que él para describir a la familia del príncipe Salina a veces con indulgencia, otras con tono displicente? Y siempre recurriendo a una voz narrativa propia, irónica y  profundamente escéptica El resultado es que la novela está dotada de una sutil perspicacia, capaz de ahondar con la misma brillantez en la psicología oculta de los personajes como en el entramado sociopolítico y económico del momento.
El gatopardo es la única novela publicada por el autor, de carácter póstumo. El resto de su obra consiste en tres colecciones de cuentos y en una recopilación de estudios sobre Stendhal y Shakespeare. Como puede apreciarse, es una exigua producción, por lo que no dejo de pensar, ¿por qué un autor de su talla solo escribió una novela, extraordinaria, cierto, pero solo una?
Lo que empujó a Lampedusa a escribir El gatopardo, a buen seguro, tiene una relación directa con sus orígenes, con su propia esencia. Con la novela alumbra justo el período de decadencia de la aristocracia siciliana y muestra el advenimiento de una clase emergente: la burguesía. Como ocurre siempre, el burgués enriquecido llega ansioso de poder y de protagonismo social. En ese cruce de caminos tiene lugar la acción. Y en esas circunstancias, en ese ambiente hostil para los terratenientes sicilianos sitúa Lampedusa a su protagonista, Fabrizio Salina. Tal vez con esta novela Lampedusa dijo lo que tenía que decir y no sintió la necesidad de hacer otro tipo de fabulaciones en forma de novela.
El personaje que detenta el título de príncipe en El gatopardo es dueño de inmensas propiedades y haciendas en Sicilia, y aunque la fortuna de la familia ya empieza a declinar, en su actitud, orgullo y fiereza Fabrizio Salina todavía es un digno representante del gatopardo,  el animal escogido por sus antepasados para el escudo de la familia. El mismo animal que  da título a la novela y que con sus cualidades felinas representa a la perfección a su protagonista.
El alcalde Calogero Sedàra es el personaje que encarna a la clase adinerada de reciente cuño: tosco, maleducado, inculto, pero sagaz, práctico y cicatero. Deseoso de emular a la aristocracia, de la que se aprovecha en su infortunio, acaba convirtiéndose en una persona eminente de la sociedad. Y ello a pesar de los escrúpulos iniciales de Fabrizio Salina, quien lo menosprecia y ridiculiza en su fuero interno.
Ambos, Fabrizio y Sedàra,  son presentados como dos contendientes en un cuadrilátero. No obstante, la pugna se disuelve con pocas algaradas y acaban aliándose porque ambos se necesitan. Cada uno de ellos tiene algo que interesa al otro. La realidad se impone a las pretensiones y al sueño de un pasado glorioso y aristocrático.  El príncipe Salina sabe comprenderlo a tiempo. Aprovecha las circunstancias y los vientos que corren para que su casa y sus negocios no sean fagocitados por los nuevos tiempos. Gracias a su sobrino Tancredi es capaz de darse cuenta y adaptarse a los nuevos imperativos económicos y sociales. Siempre hasta un cierto punto, ya que su orgullo de clase determina sus acciones y le limita, cómo no. Sin embargo, a pesar de poseer muchos de los vicios y defectos de la aristocracia -es arrogante, temperamental, descuidado con las cuestiones materiales y mujeriego-, presenta también grandes diferencias respecto al resto de los de su clase. Fabrizio es generoso, inteligente y  tiene un acusado espíritu científico del que se enorgullece. En este sentido es un apasionado de la astronomía, un buen matemático, condecorado por la Sorbona de París,  y apreciado por sus colegas astrónomos.
Sin embargo, la decadencia es imparable. En el retrato de esta situación, Lampedusa no tiene más remedio que  mirar hacia atrás para recrear los palacios de su niñez, los modales y la educación que él mismo recibió. Esa puede ser una razón más por la cual sus descripciones, las impresiones y la conciencia de los aristócratas de El gatopardo son tan vívidos y sinceros. Para Lampedusa son recuerdos familiares que no quiere echar en olvido, hasta el punto de decidir que su protagonista lleve el nombre de su abuelo Fabrizio.
Visto así, El gatopardo se convierte en un legado literario del autor. Decadente, sí, pero sin asomo de tragedia o sentimentalismo. Por el contrario, Lampedusa tiñe su novela de pellizcos  de nostalgia y tolerancia, vislumbrados tras el tamiz de la ironía, la inteligencia y la hondura psicológica. Y lo hace con maestría.
El Antiguo Régimen se desmorona y Lampedusa lo recrea con mirada crítica, a ratos divertida. La burguesía empuja despiadadamente a la aristocracia, quien en su apatía y desvalimiento ve cómo sus haciendas menguan y, por ende, su modus vivendi pierde razón de ser. Pero no es el fin,  la sociedad solo requiere una transformación, un relevo de poderes. En este sentido, la novela deja en el lector un mensaje de esperanza algo cínico, pero esperanza al fin y al cabo.
El momento que se refleja en El gatopardo, los aristócratas se han vuelto obsoletos e improductivos, pese a conservar todavía buena parte de su poder. Un férreo orden universal sostenido por las inercias sociales y por el clero los protege. La obra también pone de manifiesto cómo esos vínculos ancestrales perpetúan en Sicilia una sociedad anquilosada e inmovilista, desconfiada respecto a la posibilidad de mejorar, con una terca reticencia a cualquier tipo de cambio.
Pero la nobleza no sabe rentabilizar sus propiedades ni está dispuesta a hacerlo porque esa no es su misión. Ese tradicionalismo a ultranza será su propia perdición.
Una muestra de lo anterior es el diálogo que el padre Pirrone, el sacerdote de la familia Salina, mantiene con don Pietrino, herbolario y amigo suyo desde la niñez:

“-Los «señores» no son así. Viven de cosas ya manipuladas. Nosotros los eclesiásticos les servimos para tranquilizarlos sobre la vida eterna, como ustedes los herbolarios para procurarles emolientes o excitantes. (…) Acaso nos parezcan tan extraños porque han llegado a una etapa hacia la cual caminan todos aquellos que no son santos, la del desinterés por los bienes terrenos mediante la habituación. (…) Ellos tienen otros temores que nosotros ignoramos. He visto a don Fabrizio ponerse furioso, él, hombre serio y prudente, por el cuello mal planchado de una camisa. Y sé positivamente que el príncipe de Làscari no pudo dormir de furor toda una noche porque en un banquete en la Lugartenencia le dieron un puesto equivocado. ¿No te parece que el tipo de humanidad que se preocupa sólo por las camisas y el protocolo es un tipo feliz, y por lo tanto superior?”

La unificación de Italia en 1860, con el desembarco de Garibaldi en Palermo el mismo año, marca el inicio del declive de la suntuosa grandeza de los Salina, pero anuncia una nueva era: Angelica, la bella hija de Sedàra, se casa con Tancredi, el sobrino arruinado de Fabrizio Salina.
Lo material, los intereses de una clase a la deriva, se une con lo sensual en la figura de la joven Angelica. Ella representa uno de esos raros ejemplares de belleza que el pueblo ofrece como señuelo. A través de ella Sedàra, representante de la nueva clase, se encumbra, conquista sus sueños de gloria. Ella representa el futuro.

“Era alta y bien formada, teniendo en cuenta generosos criterios; su piel debía poseer el sabor de la crema fresca a la que parecía, y la boca infantil de las fresas. Bajo la masa de los cabellos del color de la noche, llenos de suaves ondulaciones, los ojos verdes resplandecían inmóviles como los de las estatuas y, como ellos, un poco crueles. (…)”

Como sucede y ha sucedido tantas veces, El gatopardo no se editó al primer intento.  Un contrasentido que se explica porque en pleno neorrealismo italiano, con la izquierda acaparando el panorama intelectual europeo, la temática del  Antiguo Régimen no fue bien recibida. Se tildó a la novela de reaccionaria, pasando por alto el incisivo análisis de la sociedad decimonónica que Lampedusa realiza con genialidad. Se ignoró la sagacidad latente en su fina ironía y, en definitiva, su indudable valor literario. De hecho, no fue hasta después de la  muerte del escritor que la novela  no fue publicada, de la mano del editor Giangiacomo Feltrinelli. El éxito no se hizo esperar. Al poco tiempo se convirtió en un récord de ventas y la crítica la aclamó como una de las cimas literarias del siglo XX en Italia, destacando el exquisito estilo del autor, su perspicacia y la impecable construcción de la historia.
Estilísticamente podríamos considerarla una novela realista. En 1959 obtuvo el Premio Strega y en 1963 Visconti la llevó a la gran pantalla en su versión cinematográfica del mismo título: El gatopardo.
Algunas de las frases memorables de la novela han dado lugar en política al término “gatopardismo”. Este vocablo señala la actitud de cambiar todo para que las cosas sigan igual. Es decir, cómo pactar con un enemigo tradicional en un momento político y/o económico delicado, con el propósito de que nada afecte a las partes implicadas:

“-Estás loco, hijo mío. ¡Ir a mezclarse con esa gente! Son todos unos hampones y unos tramposos. Un Falconeri debe estar a nuestro lado, por el rey.
Los ojos volvieron a sonreír.
-Por el rey, es verdad, pero ¿por qué rey?
El muchacho tuvo uno de esos accesos de seriedad que lo hacían impenetrable y querido.
-Si allí no estamos también nosotros -añadió−, esos te endilgan la república. Si queremos que todo siga como está es preciso que todo cambie. ¿Me explico? “

Quizás Giuseppe Tomasi di Lampedusa no escribió El gatopardo hasta que no llegó su momento. Hubo de esperar para ello muchos años. La pena es que no le diera tiempo o no quisiera deslumbrarnos con una obra más extensa.
Seguro que hoy se hubiera sentido muy satisfecho del reconocimiento y admiración que su cachorro, El gatopardo, despierta en todo el mundo

De Lampedusa, Giuseppe Tomasi: El gatopardo, Ediciones Orbis, S.A. y RBA Proyectos Editoriales, S.A. Barcelona 1982.