Cuando lees La perla de John Steinbeck tienes la sensación de estar descubriendo un tesoro, porque esta novela corta contiene “la perla del mundo”. Escrita en 1947, pocas veces un título es un reflejo tan fiel del contenido.
Esta novela breve es incisiva pero hermosa, contundente pero mítica, fatalista pero humana. Desde el principio es fácil barruntar el final, como si se tratara de una fábula cuya moralina no nos va a gustar, pero que aun así debemos seguir leyendo. No diremos: “Aparta de mí ese cáliz.” Por el contrario, paladearemos su ambiente preciso y espeso, nos anticiparemos a su final desgraciado y, no obstante, no habremos podido dejar de leer.
Lo que sucede con La perla es que su acento mítico impregna de principio a fin el desarrollo de la historia y a los propios personajes. Un poblado en el Golfo (un lugar indeterminado de Centroamérica) es el escenario. Es esta misma imprecisión la que otorga a su geografía una categoría universal. Una historia parecida podría ocurrir en cualquier lugar del mundo. Sobre las descripciones costumbristas o el pintoresquismo, el espacio se define en función de los estados de ánimo, como si fuera un personaje más, mimetizado con el devenir de los acontecimientos.
Los protagonistas están muy bien perfilados. Pese a ello, su misma profundidad psicológica los convierte en arquetipos de su sociedad. Kino, su mujer Juana y su hijo Coyotito no solo funcionan arquetípicamente de modo individual, sino que el resto de la familia y del poblado constituyen un arquetipo más amplio que engloba a los de su clase. Todos ellos representan en bloque a un grupo social desfavorecido y marginado por la sociedad. Son indígenas que malviven en la miseria pero que aún conservan el orgullo de su origen, su conciencia de personas dignas de respeto.
En el lado opuesto, la sociedad organizada por unos cuantos, los invasores que llegaron al Golfo para apropiarse de sus riquezas. En su afán depredador, aíslan y someten a sus pobladores nativos. Se sirven de todos los instrumentos que pone a su disposición una sociedad avanzada, rendida al poder del dinero. Una vez sometido, el pueblo oriundo ve cómo su pobreza se perpetúa sin que puedan oponerle resistencia. Estos personajes, el médico y los compradores de perlas, forman en la novela otro arquetipo, en contraposición con el anterior: el del poder corrupto, la injusticia y la imposición del interés económico, mezquino, que pisotea sin piedad a las personas.
Nos hallamos, pues, ante dos bloques arquetípicos que conviven pacíficamente –en apariencia− y que crean el mundo mítico del Golfo. En este punto es cuando entra en juego un elemento perturbador, “la perla del mundo”. Es cuando el orden, inmutable, se tambalea.
Kino encuentra una perla magnífica, de tamaño extraordinario, y esto le hace distorsionar la realidad. Porque desde la visión fatalista de la novela las ilusiones de Kino no dejan de ser una transgresión al orden establecido. Su visión alterada no le permite valorar sus posibilidades reales. Se ilusiona con la idea de comprar un rifle, de poder casarse por la Iglesia con Juana, de darle una buena educación a Coyotito. La aldea entera vibra con él como si fueran un solo cuerpo. Al fin, uno de ellos desafía su miserable destino.
Pero a la vez, la perla también se convierte en una amenaza. Su valor intrínseco la vuelve deseable, despierta los instintos más bajos de muchos y Kino se vuelve neurótico. Es infeliz porque olvida lo importante. Juana lo ve claro y en su lenguaje ancestral dice que la perla está maldita. Ella representa el conformismo, la prudencia, el amor incondicional, por encima de las dificultades o las privaciones
En este ambiente tenso, densamente quieto, el lector percibe la maldad y no se extraña que al acudir a la ciudad para vender la perla, Kino se sienta acorralado. Encuentra un sistema corrupto contra el que nada puede. Bajo ningún concepto los compradores de perlas están dispuestos a pagar el valor real de “la perla del mundo”. Como un animal herido, Kino se defiende y decide ir a la capital para que se le haga justicia, para encontrar un comprador honesto.
Y ya hemos llegado al detonante de la historia. A partir de aquí se precipitan los acontecimientos a gran velocidad hasta llegar al desenlace. La resolución del conflicto es la única posible en el mundo mítico de La perla. Otra sería una suplantación y supondría jugar con cartas trucadas. Estamos ante una fábula que parte de unas premisas y unos condicionantes. No es el momento de cambiarlos ahora. Sería darle un vuelco inverosímil a la historia y convertirla en una película de happy end absurdo.
En una obra así no hay cabida para la esperanza. Ahí radica su grandeza. Al enfrentar al hombre real con su destino, con su propia voluntad, lo convierte en un héroe. La visión que aporta Steinbeck, recurriendo a la fábula, al pensamiento mítico del pueblo del Golfo, sufre un cataclismo al encontrar uno de ellos –Kino en concreto− una perla magnífica, la “perla del mundo”. Esta perla extraordinaria se convierte en el elemento perturbador de la historia. Kino empieza a abrigar esperanzas, y eso debe tener castigo.
La fábula de La perla es tan implacable como humana, tan hermosa como el mar del Golfo. Nadie como Steinbeck ha sabido sintetizarla mejor. Atención al preámbulo del libro, una joya en miniatura:
«En la ciudad se relata la historia de la gran perla, cómo fue hallada y cómo volvió a perderse. Hablan de Kino el pescador, de su esposa Juana y del pequeño Coyotito. Y como la historia se ha relatado tantas veces, ha echado raíces en la memoria de todos. En ella, como en todos los relatos eternos que viven en los corazones del pueblo, sólo hay cosas buenas y malas, blancas y negras, santas y perversas, sin que se hallen jamás medias tintas.
»Si esta historia es una parábola, acaso cada uno sepa darle la interpretación que le hace falta para leer en ella su propia vida. Sea como sea, cuentan en la ciudad que…»
Steinback, John: La perla, Ediciones Orbis, S.A. y Editorial Origen, S.A. Barcelona, 1982