Ciencia y fascinación por la alquimia

alquimiaqA lo largo de la historia la lista de científicos cautivados por la alquimia es sorprendentemente extensa. Mayor aún es la nómina de embaucadores y estafadores que, valiéndose del pretexto de poseer el secreto de la piedra filosofal, obtuvieron grandes ganancias de nobles, señores e incluso monarcas.
Muchos de ellos pusieron sus vidas en peligro y acabaron sus días en las hogueras de la inmisericorde Inquisición. Otros, tan poco afortunados como los primeros, eran torturados e incluso ahorcados por sus benefactores, furiosos tras una espera inútil que no les había reportado ni un gramo del oro prometido.
Pero no solo la transmutación de cualquier material en oro era el objetivo de la piedra filosofal. En un grado aún mayor de abstracción y espiritualidad, el sueño de la inmortalidad guiaba al alquimista en sus pesquisas y elucubraciones. Aunque esto último siguiera un camino aún más abstruso que la obtención del preciado oro. Solo unos pocos privilegiados podían aspirar a la piedra filosofal y a los bienes ilimitados que de ella se derivarían.
De hecho, riquezas e inmortalidad han sido desde siempre el desiderátum último del ser humano. Una utopía colectiva y universal a la que es difícil renunciar.
El hermetismo y la mística irradiados por la alquimia, junto a las actividades fraudulentas de tantos pseudoalquimistas, han conducido -a partir del siglo XIX aproximadamente- a la desvinculación de ciencia y alquimia.
Es patente el menosprecio que la ciencia ortodoxa de hoy día muestra por todo lo relacionado con esta disciplina, considerada como una paraciencia, tributaria del esoterismo.
Con tales antecedentes, cómo no, el desprestigio está servido.

De Paracelso a Jung
Pero no siempre fue así. El reconocido Paracelso (siglo XVI), con sus métodos innovadores en medicina, fue un gran alquimista e, incluso, anunció a bombo y platillo haber hallado la piedra filosofal. Con ella habría creado un “homúnculo” (nombre inventado por él para referise a un ser vivo creado en su laboratorio). Aunque este último hecho es muy discutible, ya que el “homúnculo” nunca fue visto por nadie más que él, a pesar de la insistencia con que se le requirió.
Dejando de lado este suceso, la homeopatía actual es deudora del alquimista, médico y astrólogo suizo de nombre Theophrastus Phillippus Aureolus Bombastus Von Hohenheim, más conocido por todos como Paracelso, nombre con el que quiso que se le conociera.
Ya en los siglos XVI-XVII Isaac Newton, el gran científico, matemático y astrónomo, durante años no cejó en sus investigaciones sobre alquimia. Solo consiguió apartarlo de este camino la grave intoxicación por inhalación de mercurio que contrajo a consecuencia de sus experimentos, y que le ocasionó durante un tiempo severas alteraciones mentales.
Otro caso llamativo es el del psicoanalista Carl Gustav Jung, alumno aventajado de Sigmund Freud. En pleno siglo XX este enamorado de la alquimia relacionó las imágenes oníricas procedentes del inconsciente con elementos alquímicos. Propugnaba que en la psique de todos los seres humanos existen lugares comunes y universales que remiten al proceso de la alquimia. Según Jung, la piedra filosofal radicaría en encontrarse a uno mismo.

La alquimia hoy día
La obtención del oro sigue siendo la piedra angular del alquimista de cualquier época. En la alquimia moderna -que aún pervive- el oro no es un fin en sí mismo sino una metáfora del largo camino de introspección que conduce al conocimiento de Dios y, por ende, a la vida eterna.
Pese a todo, la transmutación de un metal en oro no es una utopía. Gracias a los avances tecnológicos alcanzados en el último siglo, se ha podido obtener oro a partir del mercurio.
Un dispositivo tan sofisticado como el acelerador de partículas lo ha conseguido bombardeando con protones el mercurio. Esta gesta, indudablemente, es irrepetible en el laboratorio casero de un alquimista tradicional, pero se revela suficiente como para afirmar que después de tantos siglos, por fin, se ha logrado la ansiada transmutación en oro.
Sin embargo, aunque la primera utopía del alquimista se haya hecho realidad, el sueño sobre la inmortalidad aún quedaría muy lejano.
A este respecto hay dos personajes de leyenda que alcanzaron la inmortalidad. Fueron el francés Nicolás Flamel (nacido en 1330 y fallecido en 1417) y su esposa Perenelle. Aunque por las fechas presentes en su lápida (conservada en el Museo de Cluny) se pueda pensar todo lo contrario.
Quizás el transcurso de algún siglo más conceda al ser humano la llave que decide la vida y la muerte.

Ciencia versus alquimia
Desde el pragmatismo científico de nuestro siglo se podría volver a redifinir el significado de la alquimia, ya que el científico -como antaño el alquimista- debe recorrer un vía crucis de estudio, dedicación y subvenciones económicas insuficientes que dificultan enormemente sus investigaciones.
Puede que todo esto constituya el arduo camino de purificación y perfeccionamiento del espíritu que se le exige a todo buen alquimista o, en un lenguaje más actual, al verdadero hombre de ciencia.
Pero, pese a todas las dudas y susceptibilidades que crea a su alrededor; no obstante el descrédito que merece a la comunidad científica, nadie puede negar que un halo mítico sigue flotando sobre la leyenda de la alquimia y sus alquimistas.