“Corazón tan blanco” o el ‘dejà vu’ de Javier Marías

Corazón tan blancoHay algo circular que late en Corazón tan blanco, la novela de Javier Marías. Una idea aciaga, un presagio funesto guía al protagonista de la novela desde su primera página y reaparece a cada paso a lo largo de la narración como un dejà vu.
El argumento, con la muerte en el punto de mira, el tono entre ensayístico y lírico y la hondura de sus tesis han conseguido una rara simbiosis: convertirla en un éxito de público y crítica ya desde su publicación en 1992. Realmente algo poco común. A partir de ahí, en muy poco tiempo, ha sido traducida a más de veinte idiomas y Javier Marías se ha granjeado el reconocimiento unánime de las letras españolas.
Temáticamente el eje principal de Corazón tan blanco son las constantes referencias al Macbeth de Shakespeare. Sus alusiones suponen un ejercicio de metaliteratura que permite al novelista identificar arquetipos, diseccionarlos y refundirlos en una novela singular con vocación de ensayo. La influencia del maestro es tan determinante en Marías que un fragmento del discurso de lady Macbeth da título a la novela: “Mis manos son de tu color, pero me avergüenzo de llevar un corazón tan blanco.” Así expresa lady Macbeth el sentimiento de responsabilidad compartida ante el asesinato del esposo, pero también demuestra su inocencia ante el mundo, porque su mano no lo ha ejecutado. En “apariencia” ella no es culpable, su corazón es, pues, blanco. Sobre esta idea primigenia pivotará toda la novela y la enigmática frase será objeto de una concienzuda exégesis por parte del escritor español.
La circularidad de Corazón tan blanco se manifiesta desde el comienzo en forma de presentimiento. El protagonista, Juan, asume la voz narrativa en primera persona. Por tanto, desde su perspectiva vamos dilucidando lentamente los hechos, que en esencia son: el tabú de su familia materna en relación a Ranz –su padre− y su nueva vida de recién casado con Luisa.
Sin embargo, al lector no se le escapa que este escenario está lleno de claroscuros. Para empezar el perfil psicológico de Juan es el de un ser desconectado de su entorno, de su realidad, debido a una aguda conciencia nihilista de la existencia. Eso, en sí mismo, puede crear un cierto grado de incertidumbre, una inconcreción en aquello que se explica, puesto que ante cualquier avance argumental la historia se detiene en virtud de la inevitable introspección del protagonista. La búsqueda continua de esta interioridad acaba sobreponiéndose a la acción, de modo que esta se colapsa con frecuencia, dilatándose la percepción del tiempo interno de la novela.
Hay que tener en cuenta que el inicio de Corazón tan blanco es el viaje de novios de Juan y Luisa. De entrada no deja de sorprender la reacción apática y negativa del protagonista, con una carga de fatalismo estoico que solo entenderemos hacia el final de la historia, cuando contemos con los datos cruciales, los que sirven de leit motiv a Javier Marías. Podría decirse que sobre el mundo subjetivo de Juan pesa la terrible losa de un mal augurio.
La circularidad como estructura fundamental de la novela es evidente, no solo por las ideas que Javier Marías se esfuerza en reiterar como un mantra, sino por el lenguaje y los recursos estilísticos empleados. Se produce así una concomitancia entre forma y fondo. De principio a fin la recurrencia de frases e imágenes es continua en el texto. Un ejemplo es la descripción relativa a un mechón que cae sobre la cara de diferentes personajes pero que se describe siempre de idéntica manera: “como si fueran delgadas arrugas venidas desde el futuro a ensombrecerla un instante”. La frase no cambia un ápice aunque aparezca escrita en diferentes momentos y aluda a personajes distintos. Viene a ser uno de los topoi propios del autor. En este caso se trata de una certeza: la de la vejez que, inexorablemente, ha de llegar. El registro poético potencia la capacidad evocadora de la imagen.
Otro ejemplo es el pecho femenino al descubierto. La primera vez que se describe la blancura y la firmeza de un seno joven es al inicio de la novela, en el flashback realizado por el narrador al describir el suicidio de Teresa, la tía de Juan. En un contexto totalmente diferente, pero con una iconografía similar, nos encontramos con la mención que el autor hace cuando los recién casados se encuentran de viajes de novios en un hotel de La Habana. Es patente la carga sensual de ambas imágenes, muy clara en el primer caso por la turbación que siente el padre al ver a su hija semidesnuda; en el segundo, porque Marías nos describe a Luisa enferma, despeinada, sudorosa, con poca ropa mal colocada, tumbada en una cama revuelta. La ambigüedad deliberada de las escenas actúa como un potente catalizador de la enfermedad –en el caso de Luisa− y de la muerte –en el de Teresa−.
La circularidad, por tanto, debe entenderse en el sentido de iteración de ideas, imágenes, sensaciones, que vienen del pasado y se inyectan en el futuro, en el mundo interior del protagonista. Como en Heráclito, las aguas del río siempre son iguales pero distintas a la vez. El resultado es el desasosiego de Juan, su percepción turbia y decepcionante sobre la vida. Con ella va impregnando todas y cada una de las páginas de Corazón tan blanco.
En su lenguaje Marías parece querer seguir el fluir de la conciencia, con frases interminables y multitud de digresiones. A la vez hay un tono poético muy marcado, en el que se reconocen numerosas figuras retóricas y de dicción (anáforas, comparaciones, metáforas, antítesis, aliteraciones) algunas recurrentes, como corresponde a la circularidad de su estructura. Tanto es así que en determinados pasajes se pueden detectar efectos rítmicos, una clara musicalidad: “No se parecía al de Luisa, que es el cuerpo al que estaba entonces y estoy ahora acostumbrado, aunque me di cuenta en aquel momento de que el de Luisa no lo había observado nunca con tanto detalle, a través de una cámara, este cuerpo de Berta era como madera mojada sobre la que se clavan navajas, el de Luisa como indiscreto mármol sobre el que suenan los pasos, más joven y menos cansado, menos expresivo y más intacto.” Todo ello nos remite a un tipo de prosa lírica en armonía con la actitud contemplativa del protagonista. Con ella el novelista logra momentos de importante estatismo visual en la novela. El lector debe detener la vista y, en consecuencia, el pensamiento. La acción se ralentiza y se abre la puerta a la disquisición intelectual. De la mano de la lírica, Javier Marías nos lleva al plano del pensamiento.
Este alto en la acción hace que el protagonista permanezca anclado en el tiempo, sin avanzar por miedo a lo que pueda suceder. De ahí que los cambios que Luisa, su “recién estrenada mujer” –otro de los leit motiv que cruza las páginas del libro−, realiza en la nueva vivienda familiar, le molestan. Le hacen sentir más extraño, si cabe.
El despliegue de esas recurrencias funciona a modo de estribillo, de modo que, aunque la narración progrese pausadamente, el lector no debe olvidar la agitación interior de Juan, su convicción acerca de una especie de predestinación que condiciona sus estados de ánimo y sus actos.
El ensayo está inscrito en la novela de modo palmario, con largas digresiones acerca del amor, la vida en pareja o la libertad. Especial interés presentan las reflexiones sobre la mentira y su antónimo: la “verdad”.
De hecho, Corazón tan blanco no deja de ser una novela híbrida, a medio camino entre el ensayo y el relato de ficción. Como si se tratara de un género nuevo, Javier Marías aspira a desentrañar los aspectos teóricos del concepto “mentira”, sus implicaciones respecto a los que nos rodean queriendo llegar hasta sus últimas consecuencias. Aquí es donde debemos rescatar el pasaje de Macbeth y su “corazón tan blanco”, porque es donde cobra verdadero sentido.
Marías emplea el género ensayístico, sus procedimientos, su lógica, pero no le bastan. Entonces es cuando entran en juego las historias de Ranz y Teresa, de Ranz y Juana, de Juan y Luisa y las referencias a personajes secundarios.
¿Por qué Javier Marías precisa de la ficción, cuando un ensayo hubiera sido el vehículo idóneo para su proyecto? Pues porque el escenario que ofrece una novela es inmejorable para subrayar la dicotomía entre verdad/mentira, para desarmar esa aparente contradicción, para declarar que muchas veces la verdad excede el límite de la conveniencia y envenena los pensamientos de los implicados.
El juicio moral ante la “verdad” que se nos desvela en las últimas páginas es, por razones obvias, inexistente. El autor solo pretende cuestionar el axioma “verdad=bueno”, “mentira=malo”. Y nada mejor que la tragedia de Ranz y Teresa para dramatizarlo. Pero aún me atrevería a ir más lejos. Diría que Corazón tan blanco discurre a un nivel más profundo y que otro es el dilema que se plantea en ese plano: la aceptabilidad social de determinadas acciones. Entonces aparecería una nueva dicotomía: “apariencia vs. realidad”. La analogía está servida y puede resultar muy controvertida.
Al hilo de esta argumentación podemos analizar a Berta, la amiga de Juan que vive en Nueva York. Ella, mejor que cualquier otro personaje, representa esta dualidad. La mujer, que a resultas de un accidente de coche ha quedado coja, vive sus experiencias amorosas a través de páginas de contactos. No son más que relaciones efímeras sin futuro, pero de ese modo Berta mantiene viva la esperanza, combate su soledad. Ella prefiere vivir esa mentira ilusionante que aceptar su desesperación, sus complejos físicos, el paso del tiempo. Berta se ha acomodado a esa vida en clave de transacción sexual para llenar un hueco en su día a día. Juan siente que él no es nadie para juzgarla y no lo hace, aunque la imagen que proyecta la mujer es, inevitablemente, patética. Y de nuevo se pone de manifiesto la estructura circular de la novela al establecerse una analogía entre Berta y uno de sus amantes, Bill, y una pareja que aparece al principio de la novela: Miriam y Guillermo. El protagonista, en su obsesión, llega a preguntarse si Bill es el mismo Guillermo que él “conociera” en La Habana (aunque solo hubiera visto sus brazos y hubiera oído su voz).
Corazón tan blanco es, en definitiva, una novela ensayística o un ensayo novelado. Su protagonista no rehúye en su función de narrador en primera persona un valor polisémico de alto voltaje poético. Por un lado, está claro que su voz en la dimensión narrativa representa a Juan, el protagonista; pero asimismo es la de Javier Marías, el autor de la obra, la voz reflexiva, equidistante, filosófica que subyace y que ve realzadas sus atribuciones omnímodas. Esta es, en última instancia, la que marca el rumbo de la historia y  de sus personajes.
Semejante imbricación, que puede resultar extraña, incluso anómala, es el modo en que el novelista Javier Marías nos hace llegar su Corazón tan blanco. Amarlo o no es decisión del lector.

Marías, Javier: Corazón tan blanco, Ed. Círculo de Lectores S.A. Barcelona, 1992