13. Una mirada de reconocimiento
Desiré abrió por fin los ojos y de pronto la avalancha de luz que la cegaba quedó eclipsada. Se encontró frente a una figura oscura. No distinguió sus facciones, pero sin lugar a dudas parecía un rostro. Al percatarse de que la mujer le estudiaba, el auxiliar se apartó, azorado. No debería estar ahí. Las instrucciones eran claras al respecto. Debía abandonar el cubículo antes de que la paciente despertara. Apresuradamente dio por concluido el protocolo y se dispuso a salir con el instrumental médico.
-¡Espera, no te vayas! –rogó la mujer al auxiliar, al ver que este tenía intención de marcharse. Se sentía asustada, aunque todavía no hubiera tomado plena conciencia de lo que ocurría. Necesitaba hablar con alguien. Quiso incorporase pero no pudo. Se dio cuenta de que alguien la había inmovilizado. Entonces sintió que el terror le recorría la espina dorsal.
El sanitario se paró al escuchar su voz y giró sobre los talones, tal y como había enseñado Galean I al personal de la Sala de Recepciones. De vez en cuando era preciso desfilar ante el Gran Patriarca de la Luz y para ello se necesitaba cierto adiestramiento.
-Acércate –le pidió Desiré−, por favor. –Y acompañó las palabras con un movimiento seco de cabeza que sustituía el gesto de sus manos. El auxiliar no comprendía el significado de aquellos sonidos, pero al ver que la mujer movía el cuello con brusquedad temió por la paciente y se acercó para comprobar su estado de salud. Creyó conveniente soltarle las correas. Debería haberlo hecho antes pero la marcha de los acontecimientos había alterado su esquema de trabajo. La mujer, entonces, pudo verlo. La incredulidad superó su horror−: Eres, eres, eres un… −balbuceó Desiré al comprobar que sus facciones no eran humanas y lanzó un chillido que estremeció al Patriarca de la Luz.
Desde la sala anexa el Comandante en Jefe lo había estado observando todo. El auxiliar, sobresaltado, se asustó y abandonó a toda prisa el cuarto. Cruzó el vestíbulo corriendo para salir cuanto antes de aquellas dependencias. Nunca antes había visto a los terrícolas en estado de consciencia. Jamás había escuchado sus voces y ahora, después de haberlas oído, le parecían horribles.
Desiré había grabado en su memoria, acostumbrada a retener información relevante, aquella fisonomía. Aquel individuo mediría alrededor de metro y medio y, a pesar de ir completamente vestido, un pelo espeso, negro, sobresalía de las mangas y del cuello de la chaqueta blanca. Su cara también estaba llena de pelo y sus dos ojillos redondos eran de color oscuro, como los de Desiré, pero muy diferentes. ¿Tras aquella mirada había inteligencia o desconcierto? Desiré recordó que tenía la boca abombada, sin labios. Solo una ranura larga en el medio que se abría y dejaba al descubierto dientes grandes y amenazadores. Era una locura. ¿Quién estaba jugando con ella de esa manera? ¿Qué papel desempeñaba ella en aquella maniobra perversa?
Aunque ya no lo tenía delante seguía viendo su cuerpo compacto. Recordaba que sus extremidades superiores eran desmedidamente largas en comparación con las inferiores. También pensó que sus manazas desproporcionadas podían apresarla sin remedio. Y aquella inusual curvatura de la espalda… No había margen de error. Era un simio. Un mono la había mantenido atada y sin saber por qué razón ahora la había soltado. ¿Dónde estaba? ¿Quién la había llevado allí?
Un sudor frío brotó de su piel.
-Sé lo que estás pensando, Desiré Han, pero no te asustes. Son inofensivos y mucho más rentables que los humanos –profirió el Patriarca de la Luz, traspasando en ese momento el umbral de la puerta. No ostentaba ninguno de los atributos de su alta dignidad.