Josep Anton Soldevila y su “nudo” que no aprieta

El nudo, de Josep Anton Soldevila, es una novela de trama detectivesca y trasfondo filosófico.
Publicada en 2001, el tema de esta obra de ficción no es otro que el “tiempo” en su dimensión más trascendental y significativa para el ser humano, en su complejidad intrínseca como dimensión fundamental de la naturaleza humana.
El autor aborda esta ambiciosa novela tras una larga trayectoria poética (La frontera de cristal, Les paraules que no has après a dir, El llibre dels adéus, Des del desert, El mur de Planck, entre otros).
En paralelo con su poesía plantea la noción de tiempo como uno de los grandes enigmas de la vida, indescifrable tanto para Soldevila como para su alter ego en El nudo, su personaje protagonista, Fran Renard.

No nos hallamos ante el clásico tempus fugit o ante su evolución renacentista, carpe diem. Otro es el propósito que guía a J. A. Soldevila al escribir El nudo, aunque los tópicos anteriores, omnipresentes en la cultura occidental, impregnen el pensamiento del autor en ciertos momentos y reconozcamos sus trazas a lo largo de la novela. El propósito que le mueve sería, en boca del profesor Renard, físico y filósofo humanista: “formular matemáticamente una función que definiera psicológicamente a un ser humano. (…)  A la variable tiempo (t) se le asignarían diferentes valores con la finalidad de obtener perfiles psicológicos.” Nada más y nada menos.
Como se puede colegir, para lograr tal objetivo es obligatorio recurrir al método científico. La temática que aborda Soldevila a través del profesor Renard está inextricablemente ligada a la teoría de la relatividad y a la física cuántica, pero entroncada a su vez con el pensamiento filosófico, ya que aspira a una universalidad trascendente. En este sentido, nótese que uno de los libros más emblemáticos de Soldevila, ganador del premio Octubre de poesía en su 41ª edición, ha sido El mur de Planck (El muro de Planck), en clara alusión a la teoría sobre mecánica cuántica del científico alemán Max Planck.
La expresión de este complejo pensamiento ocupa la mente del profesor Fran Renard, narrador en primera persona de una historia que conjuga las digresiones científico-filosóficas con el misterio. A partir de un diario se suscita una intriga y la lectura e interpretación de sus enigmáticas páginas serán las llaves maestras que despejen la incógnita.
Para hacerlo, el autor se sirve de un lenguaje sin ornato, ágil, fluido y tremendamente eficaz. Los diálogos son verosímiles y aunque no rehúyen el discurso reflexivo, ético, incluso filosófico hacia el final del libro, se adaptan al registro de cada personaje, de modo que el contenido siempre queda supeditado a la trama principal. Nunca se tiene la sensación de desvarío o dispersión, presente en muchas novelas, algunas de ellas de inmerecida fama –a mi modo de ver−. El resultado final es el de un potente vehículo literario, expresivo y dinámico.
Como pilares fundamentales de la novela, dos personajes femeninos: Cora y Hortensia, que actúan como partenaires y a la vez como contrapunto del protagonista. Cora es el motor de la historia. Más que una joven es un fantasma que pulula a lo largo de todas las páginas de la novela sin hacer acto de presencia prácticamente en ninguna de ellos. El diario que inexplicablemente entrega al profesor Renard es el punto de partida y el hilo conductor para los hechos que irán  acaeciendo. Este diario acabará convertido en un tótem para Fran Renard y en consecuencia mantendrá con él una especie de relación fetichista.
Hortensia aporta un carácter más intimista a la historia desde el momento en que Fran y ella inician una  relación sentimental. Al mismo tiempo, es una intermediaria que lo vincula con Carlos, un personaje poliédrico, sobre cuyos hombros recae el desenlace de la novela.
El tema de los personajes es de vital importancia en esta obra, ya que su estructura se sustenta sobre una galería de individualidades que interactúan estrechamente entre sí. Son los personajes de unas tertulias exclusivas y elitistas organizadas por el escritor Miguel Samano, otro de los personajes fundamentales.  Fran Renard comienza a frecuentarlas con el objeto de esclarecer el misterio que rodea a Cora. Los integrantes de estas tertulias son personalidades de la política, del arte y de la cultura en general relacionadas con la muchacha de algún modo. Sobre ellos también se cierne una sombra de duda, puesto que cada uno a su manera parece tener algo que ocultar. Como contrapunto a este elenco de personajes escogidos el inspector Samper nos devuelve a la cotidianidad, revelándose como un policía con instinto de sabueso.
Es decir, el componente inquietante, el secreto que hay que descubrir y que planea sobre todos los personajes, es el material con el que Josep Anton Soldevila construye El nudo. El escritor lo maneja con soltura y maestría, dosificando la información hasta el punto preciso, no dejando que perdamos el hilo, pero manteniendo en todo momento el interés.
En este aspecto El nudo podría inscribirse en el género policíaco. No llega, sin embargo, temáticamente a pertenecer al género negro. El positivismo científico del protagonista (y del autor) que emana de sus razonamientos acerca del tiempo, su tono ecuánime y mesurado pese a la intensidad cada vez más acuciante de la novela, lo impiden. Estos factores restan a la historia el pesimismo imprescindible, ese naturalismo literario que lo abocaría irremediablemente hacia una oscuridad total. Aunque algunos de los hechos que se relatan puedan resultar amorales, el tono de fondo es más  gris que negro.
El final de la obra sin duda sorprende. Es, en cierto modo, revanchista, un acto de justicia de la mano de Fran Renard. No en el sentido común del término, que precisa de una garantía jurídica, de  un reconocimiento público; sino que se trata del modo particular en que el protagonista se resarce del cinismo, del maquiavelismo y del diletantismo artístico existentes en nuestra sociedad.
Quiero precisar que esta novela no está construida sobre un eje del mal, ya que todos sus personajes tienen una cierta carga de ambigüedad en su pasado, en sus intenciones . Solo al final cada uno de ellos muestra su auténtica cara, mucho más perfilada, cierto, pero tan llena de claroscuros que resulta muy difícil encasillarlos en alguno de los arquetipos clásicos de “buenos” y “malos”.
Por último, el epílogo/introducción que J. A. Soldevila añade como colofón a El nudo es un ejercicio de metaliteratura, en el que el protagonista explica pormenorizadamente las razones que le han llevado a querer contar su historia en primera persona, aunque para ello haya preferido que otro sea el narrador efectivo  de la novela, el “escribiente” por decirlo de un modo más gráfico. En este texto, fuera del relato narrado, pero igualmente obra de ficción, Fran Renard se reafirma en lo hecho. No hay asomo de arrepentimiento o duda. Este dato, que testimonia tanto la acción como la reacción del protagonista, es determinante. Si en la novela negra los personajes no pueden sustraerse a su destino -presidido por la ley de Murphy− El nudo permite a Fran Renard obrar a su libre albedrío y saldar viejas cuentas pendientes entre la sociedad y ciertos individuos todopoderosos y depredadores.
En resumen, desde mi punto de vista, el alter ego de Josep Anton Soldevila, Fran Renard, muestra una visión clarividente, mesurada y profunda sobre la naturaleza humana. Para hacerlo su mejor intérprete es un profesor de física y el mejor escenario, el que nos ofrece en el imbricado mundo de El nudo.
No dejen de leer esta novela. Hasta el último momento no imaginarán qué es lo que puede suceder. Mientras tanto, disfrutarán con ella.

 

Soldevila, Josep Anton: El nudo, Parnass Ediciones, Barcelona, 2023.