Halogramas: “Noche en blanco”

12. Noche en blanco

Noche en blancoEl aire de la noche despejó al joven amante. Caminaba ensimismado. El regreso a casa se le estaba complicando. El encuentro con Desiré había resultado de lo más extraño.
“¿Desiré Han, con Número de Vida HK25987488NL? ¿Es usted?” Fue el saludo que profirió aquel individuo cuando irrumpió en el domicilio. A continuación acercó el lector a la muñeca casi inerte de Desiré y comprobó su identidad en la pequeña medalla que colgaba.
Realmente no es que fuera un intruso. Desiré había empezado a encontrarse mal: dolor de cabeza, náuseas. Ninguno de los dos le había dado importancia, pues era evidente su estado de embriaguez. Sin embargo, en vez de mejorar, Desiré empeoraba. Un temblor extraño comenzó a sacudirla. Tras algunos minutos el muchacho observó que tenía dificultades para respirar. Poco después perdía la visión. Asustado, decidió llamar a los servicios de urgencias.
O sea, que en sentido estricto aquel hombre de aspecto poco confiable no era una amenaza. En cambio, por alguna razón, el joven lo sentía como tal. La sensación aumentó cuando vio que dos hombres corpulentos le seguían. Se mantenían varios pasos más atrás, en la posición del que espera algo y debe reaccionar con prontitud. No ocultaban su estado de alerta. Uno de ellos portaba una especie de estuche metalizado; el otro, algo bastante más voluminoso, difícil de identificar. Los tres se movían con sigilo. Tal y como vestían, de riguroso blanco, parecían fantasmas perfectamente sincronizados. El conjunto resultaba inquietante. Entendió que su presencia no era necesaria.
La sesión de sexo con Desiré había sido potente. ¡Como para imaginarse aquel final! La tormenta se desencadenó al cabo de un rato, cuando ya estaban descansando, uno al lado del otro. La mujer, inquieta, empezó a gemir y el joven, que acababa de dormirse, se despertó. A medida que Desiré mostraba más síntomas pensó que aquel encuentro estaba tomando un cariz desagradable. Cuando por fin llegó el médico de urgencias fue como si apareciera de la nada. Franqueó limpiamente la puerta de acceso, sin molestarse en llamar. El muchacho se sorprendió. No entendía a qué podía deberse aquel comportamiento.
A la pregunta inicial la mujer se limitó a contestar débilmente: “Sí, soy yo. ¿Puede ayudarme?” Quiso continuar, pero no pudo. Los dos hombres, que hasta ese momento se habían mantenido en segundo término, avanzaron. Le aplicaron un dispositivo en el cuello y la mujer se sumió en una especie de letargo. El joven seguía acostado junto a Desiré, indeciso. No sabía si debía quedarse o salir cuanto antes. Parecían ignorarle. Entonces, como si le hubieran leído el pensamiento, uno de ellos le conminó a vestirse con urgencia y salir. Luego no volvieron a prestarle atención. En menos de un minuto Desiré Han parecía una estatua de cera.
El joven no tuvo oportunidad de girarse a mirarla. Recordaba que estaba desnuda, como él poco antes. Apenas se oía el rumor de los tres monos blancos, sus movimientos precisos. Trabajaban con rapidez. Cuando el muchacho estuvo listo abrió la puerta y miróhacia atrás. No pudo evitarlo. Habían vestido a Desiré y la colocaban encima de una camilla. Ahora sabía qué era aquel bulto compacto que le había intrigado al principio. Ni uno solo de sus mechones púrpura quedaba a la vista. Era una Desiré Han irreconocible.
El muchacho salió corriendo. Necesitaba convencerse de que no había sucedido nada raro. Unas horas antes había gozado de aquella mujer. Ella le había permitido entrar en su casa, le había invitado a pasar la noche. Hasta ahí todo bien. Cierto que le había costado acercarse a ella. Recordaba su reacción en el Augustus. Sin duda le había puesto a prueba. Sus sarcasmos, afilados, le habían hecho sentir como un zángano ante la abeja reina. Pero luego…
No obstante, no se quitaba el mal gusto de boca. En su deseo por alejarse de allí a toda prisa no iba al paso, trotaba. No se atrevía a mirar al frente. Con la cabeza hundida entre los hombros se concentraba mejor. Se esforzaba en volver a paladear los detalles más eróticos, en un intento por desechar lo que venía más tarde. No le importaba que hubiera sido ella la que marcara el ritmo, la que tomara las decisiones en la cama. Se notaba que pertenecía a una jerarquía superior y era lo normal, pero lo que sobrevino después, ya no. Con otro final se hubiera considerado un triunfador.
-¡Eh, tú, muchacho! ¿Dónde crees que vas? –le interpeló un salvador de noche. El joven no contestó−. ¡Oye, te he hecho una pregunta! –añadió con tono agrio.
Era una de esas noches sin luna, de oscuridad total. No era frecuente que alguien deambulara por la calle a esas horas. Con el propósito de velar por la seguridad ciudadana un destacamento de los Salvadores del Orden patrullaba sin cesar durante las horas nocturnas. Recorrían la ciudad en vehículos ligeros, de reducidas dimensiones, pero perfectamente adaptados a sus necesidades. Con sus dos ruedas maniobrables eran altamente eficientes, ya que podían acceder a casi cualquier lugar. Lo normal es que patrullaran de dos en dos, de pie en el interior del vehículo o apenas sentados. Los asientos les permitían descansar brevemente cuando el trayecto se hacía más monótono, sin interrupciones. En realidad eran apoyos muy livianos, con forma ergonómica, que los ocupantes podían usar ocasionalmente.
Los disturbios eran algo excepcional en la ciudad, pero para prevenirse contra pájaros de mal agüero, el Orden Gubernamental tomaba sus precauciones. Estas medidas se respetaban escrupulosamente, ya que desde la Cúpula las directrices eran muy claras.
-¿Eh, cómo? Perdón, no le había oído –el muchacho se apresuró a lanzar una disculpa−. Si quiere mi NV no hay problema. –Acto seguido extendió la mano. De su muñeca pendía un aparato electrónico de pequeño tamaño. El salvador acercó un lector con forma cónica al Número de Vida del joven y pronunció su nombre en voz alta.−: Al Benarouk –recitó haciendo un mohín con los labios−. ¿Se puede saber qué haces fuera de casa a estas horas! –y continuó leyendo el resto de los datos.
-Estoooo, ehhhh, vengo de casa de… una amiga –respondió el joven con voz nerviosa, insegura.
-¡Pues menudas amistades tienes, que te largan de madrugada por ahí! –al decirlo le sonrió con malicia−. ¿Dónde vives? Te acompañaré.
-En el Departamento  Sur –repuso con un hilo de voz.
-Venga, sube, así vigilaré también aquella zona, que visto lo visto nunca se sabe. –Al mismo tiempo que lo decía accionó el mando de la puerta y se alzó hasta quedar suspendida en el aire, formando un ángulo de 60º. El vehículo biplaza quedó al completo después de instalarse Al Benarouk. El joven  lo agradeció enormemente. Al contrario de lo que pudiera parecer, se alegraba de haberse tropezado con aquel salvador. No le venía mal en esos momentos su actitud paternal. Además, le ayudaría a olvidar.
El salvador arrancó el vehículo y de sopetón le espetó:
-Y ¿cómo se llama tu amiga? Te lo digo para no ir a su casa de noche si me la encuentro un día por ahí. No me gustaría verme en tu situación. –Tras estas palabras el agente de los Salvadores del Orden soltó una sonora carcajada.
El vehículo, de conducción automática, arrancó al activarse el contacto. Mientras, en el interior, una pantalla de visualización situada sobre el salpicadero emitía imágenes de personalidades que no hacía mucho se habían trasladado a la Cúpula. Sonreían felices y estrechaban la mano de residentes que les daban la bienvenida.
No pudo evitar volver a aquel dormitorio. Desiré Han no tardaría en estar ahí.

El próximo capítulo: 13. Una mirada de reconocimiento