Desde octubre de 2024, cuando se anunciara el nombre de los finalistas del 73 Premio Planeta de Novela ha llovido mucho, demasiado, diría yo. Sin embargo, la lluvia, tan necesaria, es una bendición para los suelos áridos, para los acuíferos y los pantanos, para el agua de boca. Es, en definitiva, sinónimo de vida y exuberancia. Eso siempre que no lluevan chuzos de punta y el caudal caído de los cielos amase a la madre tierra con calma y delicadeza.
Desde octubre de 2024 mi Lluvia de cristal, editada por Ediciones Vitruvio, se ha hecho esperar, pero su inminencia es ya una realidad. He aquí la portada, en penumbra, como la historia que cuenta, salpicada de esquirlas de cristal que duelen y maltratan, que conjeturan hipótesis y que lavan heridas. La lluvia caudalosa, torrencial es destrucción y muerte, pero en su justa medida supone vida, renovación y esperanza. En esos márgenes, al borde apenas del desastre, transcurre mi Lluvia de cristal.
Ahora solo hace falta que la leas. Por si acaso, no salgas de casa sin paraguas.
