Archivo de la categoría: Poesía amorosa

Rosa negra

La rosa negra de mi desvarío
atiende tu llamada y se deshoja,
decide que no es libre su albedrío,
se vuelve oscuridad y se le antoja

que solo vuela el pájaro radiante
venciendo con su canto la tristeza,
que solo corre el agua galopante
saltando entre las rocas con fiereza.

Gorjeo del jardín anochecido,
aroma que embalsama la memoria,
mi flor de luto, tú, sin el vestido

que alfombra los senderos de mi historia,
renace en tu furor enaltecido
y cubre con rubor la esquiva gloria.

El bufón en el espejo

¿Qué sentido tiene la dignidad
cuando el bufón
con su cuerpo de peonza
mira socarrón al otro lado del espejo?

Un giro, una pirueta descontrolada
convocan un duelo
sin esgrima,
gotas de acíbar entre destellos
de tierra mojada
y sus ojos como terrones marrones y secos
son el alimento de la distancia.

¿Qué sentido tiene yacer boca abajo
desdibujada en el enigma
de un boceto no resuelto?
Duele el color gris,
el tósigo corriendo por las venas,
el suspenso del ser
sin alas,
perdido el pie en cada quiebro.

¿Qué sentido tienen
todos los cascabeles de un gorro,
su apretado arcoíris,
zascandiles del tintineo,
risa loca del bufón
al otro lado del espejo?

Solo rueda
y con su cuerpo de peonza rueda,
mientras a su alrededor
−esperpento sin sombra−
un lazo invisible
en su bucle lo aprisiona.

¿Qué sentido tiene la dignidad
cuando nada valioso ni insigne
interrumpe tu perfil
al otro lado del espejo?

Dolors Fernández Guerrero

Incendios

Clama el incienso

porque prendieron la llama

y el fuego de las arbitrariedades

se ha disuelto en la trifulca

de las medianoches.

El arrebato solo alcanza

el bate de béisbol

con tornasoles de molinete.

Yace el ocaso

entre las tinieblas.

Tu nombre junto al mío

no bastan para completar

el abecedario.

Allá lo inconcluso y parirán las lechuzas

en nidos de cañas y barro

oscuros polluelos

de piar abisal.

No dejes que llegue

NADIE,

no dejes que NADIE

con su ojo de cíclope

te lastime,

una vez más.

Dolors Fernández Guerrero

Amado desamor

Del amor no tolero el desamor
de aquel al que absurdamente amo,
por más que me agasaje sin temor
con los ojos enturbiados del gamo.

No confundir la voz de su reclamo
con la vana hojarasca y su rumor
evita que me arrodille en su páramo
y que me invada voraz su tumor.

Amar sin ser amada es un dislate,
es cantar al desamor y al gemido,
hacer oídos sordos donde late

el corazón que muerde descosido.
Hoy en el desahucio que me abate
siento el gamo, el asta y mi alarido.

Dolors Fernández Guerrero



Guerra perdida

Emprendo a veces,
sin querer saberlo,
a contrapelo,
guerras de antemano perdidas.
Yo lo sé
y los desgarrones en mi piel
dan fe de la contienda
y de mi tesón inútil.
Cuando la línea roja se traspasa
y el trampantojo
adquiere la cualidad líquida del deseo
la brecha se hace ascuas.
Un batir de alas,
una hoguera,
el ave fénix se desangra.

Emprendo a veces,
sin querer saberlo,
a contrapelo,
guerras de antemano perdidas
y en el quebranto de mis noches
se alza la pesadilla de mi espada.
Debería acometer la conquista de otros mundos,
más allá de esta luz cegadora,
sumergirme, insumisa,
en las grutas de la certidumbre,
hacer del fósil mi estandarte
más inane.

Emprendo a veces,
sin querer saberlo,
a contrapelo,
guerras de antemano perdidas.
No ha lugar para la deserción,
la traición es un tabú en la garganta
y un reto salvaje.
Al toque de la corneta,
acomete la hecatombe.
El viejo me acompaña,
me enseña sus encías sin labios,
irradia el hedor
que declara mi derrota
y yo bajo la espada,
el mundo se descerraja.
En el pasadizo de rocas
vislumbro el vacío,
y aun así…

Emprendo a veces,
sin saberlo,
a contrapelo,
guerras de antemano perdidas
y, sin embargo,
no puedo,
no quiero,
no sé,
retroceder acaso,
huir,
rogar por una aministía,
dejar de empeñarme,
maldecir,
ser,
ciegamente
arrasar mi mundo
ya sin vida.

Dolors Fernández Guerrero

La telaraña

A ras de suelo, en mi telaraña,
urdo con hilos tercos
la untuosa voz de los secretos.
Hieren con voz de cristal,
falsos, quebradizos,
espejismos percutores
a los que solo cabe enfrentarse
a pecho descubierto.
El tiempo es un toro que embiste impasible
y arremete contra el recuerdo,
agigantando la invención
de un dolor sin paradero.

Un tiro en la sien dolería menos:
sería un final sin dilemas,
sin duelos ni padrinos,
a sangre fría,
un consuelo
sin vestigios,
sin testigos,
sin herida,
solo un cuerpo en su mortaja,
cadáver inmortal
que en el no ser resucita.

Mata la muerte
postergada,
el abanico de tus pestañas
y las palabras adivinadas,
las omitidas, las deliberadamente
calladas,
las que no ensucian
el olvido inexcusable,
el aroma del eucalipto,
la paloma mensajera,
el agua clara,
la nada.

Esta tarde solo sé
que cruje la telaraña.

Dolors Fernández Guerrero

Memoria de la piel

La memoria de la piel es un aserradero
cuando la arena del reloj estalla,
cuando las gaviotas huellan la playa
en busca de una presa
verde mar,
tras un ejército de hormigas,
atentas a sus renglones torcidos.

El amor es un bastardo sin hospicio,
lo sabes, yo también.
Pero se acerca la hora
y al otro lado de la ventana
las gaviotas, blancas,
afilan su chillido
y azuzan el hambre
con su vuelo rasante.
Cierro los ojos.
Tú me miras desde tu abismo,
desde él yo te miro.

El silencio es inmortal
en este desmoronamiento
de balbuceo sin vocales,
apenas una consonante.
Me desahucian los besos
rotos ante el espejo,
las hormigas hundidas en el vaso
casi vacío,
su líquido oscuro
derramándose,
atravesando fosforescente
mis pulmones
como un desafío.

Nada tiene sentido
y, sin embargo,
ahí está,
ahí estoy,
sin ti, conmigo,
inerte, materia que estalla,
arena disuelta,
piel con memoria.
Las gaviotas son testigo.

Dolors Fernández Guerrero

Loca

Giro en la rotonda,

que tu amor no me interesa.

¡A la redonda, a la redonda!

Que no te lo crees ni tú,

que el alma me hiela

un martillo

de golpe frío y azul.

Giro en la rotonda,

que tu amor ya no me llama.

¡A la redonda, a la redonda!

Que no me lo creo ni yo,

que el silencio de esta casa

me susurra

con trampa y sin cartón.

Giro en la rotonda,

que tu amor solo son brasas.

¡A la redonda, a la redonda!

Que no se lo cree ni él,

el amante de mi insomnio

que toca

tangos lentos sin cuartel.

¡A la redonda a la redonda!

De tus labios me alimento,

venme ya a buscar,

que soy uva sin racimo,

inútil sin vendimiar.

Giro y giro…

¡A la redonda, a la redonda!

Que quiero ser vino en tu boca,

bébeme ya,

que el deseo de una loca

no hagas más esperar.

¡A la redonda, a la redonda,

ya no dejo de girar!

Dolors Fernández

A Pablo Milanés

No sé cuándo fue
pero escuchaba a Pablo Milanés.
Anochecía en la cocina
mientras ungía guisos
bajo palio -la campana extractora-.
La encimera me prestaba su calor.

Ya no recuerdo
colores, aromas,
el sabor de posibles humedales.
En cambio, sé
que el tiempo
hervía en ollas a fuego lento.

Pablo Milanés cantaba
a Yolanda, aquella mujer,
y era el momento
quien mecía
mi mano adulterada
por una cuchara de madera.

Sí, recuerdo que Pablo
amaba a Yolanda
y que ella le colmaba.
Aún guardo su tacto
grave, cálido
entre mis dedos.

Hoy mi mano
desea regresar con Pablo
a la epifanía de su voz.