Archivo de la categoría: Poesía amorosa

Guerra perdida

Emprendo a veces,
sin querer saberlo,
a contrapelo,
guerras de antemano perdidas.
Yo lo sé
y los desgarrones en mi piel
dan fe de la contienda
y de mi tesón inútil.
Cuando la línea roja se traspasa
y el trampantojo
adquiere la cualidad líquida del deseo
la brecha se hace ascuas.
Un batir de alas,
una hoguera,
el ave fénix se desangra.

Emprendo a veces,
sin querer saberlo,
a contrapelo,
guerras de antemano perdidas
y en el quebranto de mis noches
se alza la pesadilla de mi espada.
Debería acometer la conquista de otros mundos,
más allá de esta luz cegadora,
sumergirme, insumisa,
en las grutas de la certidumbre,
hacer del fósil mi estandarte
más inane.

Emprendo a veces,
sin querer saberlo,
a contrapelo,
guerras de antemano perdidas.
No ha lugar para la deserción,
la traición es un tabú en la garganta
y un reto salvaje.
Al toque de la corneta,
acomete la hecatombe.
El viejo me acompaña,
me enseña sus encías sin labios,
irradia el hedor
que declara mi derrota
y yo bajo la espada,
el mundo se descerraja.
En el pasadizo de rocas
vislumbro el vacío,
y aun así…

Emprendo a veces,
sin saberlo,
a contrapelo,
guerras de antemano perdidas
y, sin embargo,
no puedo,
no quiero,
no sé,
retroceder acaso,
huir,
rogar por una aministía,
dejar de empeñarme,
maldecir,
ser,
ciegamente
arrasar mi mundo
ya sin vida.

Dolors Fernández Guerrero

La telaraña

A ras de suelo, en mi telaraña,
urdo con hilos tercos
la untuosa voz de los secretos.
Hieren con voz de cristal,
falsos, quebradizos,
espejismos percutores
a los que solo cabe enfrentarse
a pecho descubierto.
El tiempo es un toro que embiste impasible
y arremete contra el recuerdo,
agigantando la invención
de un dolor sin paradero.

Un tiro en la sien dolería menos:
sería un final sin dilemas,
sin duelos ni padrinos,
a sangre fría,
un consuelo
sin vestigios,
sin testigos,
sin herida,
solo un cuerpo en su mortaja,
cadáver inmortal
que en el no ser resucita.

Mata la muerte
postergada,
el abanico de tus pestañas
y las palabras adivinadas,
las omitidas, las deliberadamente
calladas,
las que no ensucian
el olvido inexcusable,
el aroma del eucalipto,
la paloma mensajera,
el agua clara,
la nada.

Esta tarde solo sé
que cruje la telaraña.

Dolors Fernández Guerrero

Memoria de la piel

La memoria de la piel es un aserradero
cuando la arena del reloj estalla,
cuando las gaviotas huellan la playa
en busca de una presa
verde mar,
tras un ejército de hormigas,
atentas a sus renglones torcidos.

El amor es un bastardo sin hospicio,
lo sabes, yo también.
Pero se acerca la hora
y al otro lado de la ventana
las gaviotas, blancas,
afilan su chillido
y azuzan el hambre
con su vuelo rasante.
Cierro los ojos.
Tú me miras desde tu abismo,
desde él yo te miro.

El silencio es inmortal
en este desmoronamiento
de balbuceo sin vocales,
apenas una consonante.
Me desahucian los besos
rotos ante el espejo,
las hormigas hundidas en el vaso
casi vacío,
su líquido oscuro
derramándose,
atravesando fosforescente
mis pulmones
como un desafío.

Nada tiene sentido
y, sin embargo,
ahí está,
ahí estoy,
sin ti, conmigo,
inerte, materia que estalla,
arena disuelta,
piel con memoria.
Las gaviotas son testigo.

Dolors Fernández Guerrero

Loca

Giro en la rotonda,

que tu amor no me interesa.

¡A la redonda, a la redonda!

Que no te lo crees ni tú,

que el alma me hiela

un martillo

de golpe frío y azul.

Giro en la rotonda,

que tu amor ya no me llama.

¡A la redonda, a la redonda!

Que no me lo creo ni yo,

que el silencio de esta casa

me susurra

con trampa y sin cartón.

Giro en la rotonda,

que tu amor solo son brasas.

¡A la redonda, a la redonda!

Que no se lo cree ni él,

el amante de mi insomnio

que toca

tangos lentos sin cuartel.

¡A la redonda a la redonda!

De tus labios me alimento,

venme ya a buscar,

que soy uva sin racimo,

inútil sin vendimiar.

Giro y giro…

¡A la redonda, a la redonda!

Que quiero ser vino en tu boca,

bébeme ya,

que el deseo de una loca

no hagas más esperar.

¡A la redonda, a la redonda,

ya no dejo de girar!

Dolors Fernández

A Pablo Milanés

No sé cuándo fue
pero escuchaba a Pablo Milanés.
Anochecía en la cocina
mientras ungía guisos
bajo palio -la campana extractora-.
La encimera me prestaba su calor.

Ya no recuerdo
colores, aromas,
el sabor de posibles humedales.
En cambio, sé
que el tiempo
hervía en ollas a fuego lento.

Pablo Milanés cantaba
a Yolanda, aquella mujer,
y era el momento
quien mecía
mi mano adulterada
por una cuchara de madera.

Sí, recuerdo que Pablo
amaba a Yolanda
y que ella le colmaba.
Aún guardo su tacto
grave, cálido
entre mis dedos.

Hoy mi mano
desea regresar con Pablo
a la epifanía de su voz.

Globos de helio

arte-peruano

Cuando la devastación del sueño
aligere los contrapesos
será más fácil contar
los “me gusta” o los “te quiero”
de los que en una pantalla
te llaman compañero de viaje.

Hasta entonces eres un iconoclasta
enfebrecido de imágenes
y la última copa en otro bar
te volverá un poco más ciego,
más lerdo, más lento.

Tu realidad se ha vaciado
como un globo de helio.
Ha caído sin ligereza sobre tus hombros,
ha cargado contra tu espalda
y tu perfil se ha vuelto mucho más convexo.

El tintineo del hielo adelgaza
su propia materia
y en última instancia deja de ser.
Pero tú bebes,
aunque no compartas con nadie
el elixir de tu charco noctámbulo.

Porque eres un orfebre
que apura la copa.
Temeroso del cristal
relames la última gota
so pena de recitar
la declinación de tu deseo:
luna, lunae; luna, lunera.

Se derretirán palacios tras la mirada
de una rubia pretenciosa
o de una morena
sin clavel para tu ojal.
Así, sin más, se acabará
y la sustancia de la noche
será un bumerán que siempre regresa.

Notas un frío de fósil húmedo,
reblandecido,
de arenque sin sal.
Solo un reclamo de voces
avisa que es la hora.
Claudicáis tú, el garito y el alcohol.
Tan lejos la casa,
el salvoconducto de la cerradura,
el nudo de la sábana
contra el colchón.

Luna lunae, no te mueras,
eres, sola tú en la noche,
-hermosa, menguante-
la que muerde con saña,
con rabia, con pasión.
El resentimiento se ha vestido de sed
en las copas afiladas
que revelan la fotografía de un instante.
Él aún espera un “me gustas”,
un abrazo urgente,
la ubicuidad de alguien
aunque jamás pronuncie “te quiero”.

A pesar de la nieve

NevadaA pesar de la nieve,
lenta almohada de la tarde,
mi amor de contrabando
amanece en su blancura.
Aún estás por llegar
y nadie sabe a ciencia cierta
la espesura que a tu paso
bate el aire.
El horizonte deslumbra
y en el suelo solo cabe un residuo,
la huella sucia de los pies.
Diminutas pisadas
que desbrozan el sendero,
interminables pasos a la fuga,
tan absurdos como
la nieve que cae,
lenta, durante esta tarde.