Mi sueño es el de la plácida res,
−mirada conforme, bovina−
que no conoce el aturdimiento
de los días con sus malditas noches.
Al aire libre pasta,
como animal dócil,
desde el minuto cero de su vida.
Ese es mi verdadero yo,
vaca en un campo de bostas,
que rumia, en un relámpago de lucidez,
que a él, el innombrable Él,
no le importo una mierda.
Dicho lo cual, prácticamente
ya está todo dicho.
Podría dejar de escribir,
y acaso tú de leer,
pero la perseverancia es mi atributo
−consuetudinario, ilógico−
y en honor a este legado
voy de la col al nabo con altivez principesca.
En eso consiste ser una rancia peripatética.
Los argumentos fallan
en mis cuatro estómagos
y la premisa se me sale por el esófago.
El silogismo,
impertérrito,
se desenreda entre mis rizos,
se despereza,
bosteza
y firma con un garabato
irrisorio
su sentencia.
Pertinaz,
como mujer-vaca en sueños,
me acerco y leo
la tan razonada respuesta:
“No le importas una mierda”
y entonces, sin dar crédito,
me persigno, rumio y rezo.
Dolors Fernández Guerrero