Ajuste de cuentas

Era matemático por convicción, sociólogo de corazón y reumatólogo por conveniencia. La encrucijada mental donde se movía quedó resuelta el día en que visitó aquella isla. Todo un hallazgo.

En aquel lugar idílico no conocían la división de poderes ni la metafísica cotidiana. Tampoco la ciencia de los bailes de salón. Así que decidió instalarse y experimentar con aquel pueblo virginal, heredero de Rousseau.

Tras seis meses de estancia, las cuentas no le salían: los “buenos salvajes” habían perdido su inocencia y sus articulaciones se resentían a causa del clima, endiabladamente húmedo. Desde que había llegado, se había organizado un Consejo de Hombres Buenos, un Tribunal Imparcial y un Séquito Justiciero. Al frente de todo, se había autoproclamado un Monarca Absoluto con autoridad sacerdotal y el noventa y ocho por ciento de la población bailaba el chachachá.

Decidió que era el momento de marcharse, asombrado por el resultado de su experimento. No obstante, el Consejo de Hombres Buenos resolvió que el abandono subvertía la moral de la isla. El Tribunal Imparcial lo juzgó y lo condenó, sentando así jurisprudencia, y el Séquito Justiciero lo mantuvo prisienero por fanático e infame en la torre construida exprofeso. Todo bajo la magnánima aquiescencia del Monarca Absoluto.

Las matemáticas ahora le ayudan a llevar la cuenta de los días, con la sociología ha conseguido atemperar la fiereza de sus guardianes y la reumatología le permite constatar la gravedad de su estado.

Aun así, las cuentas no le salen.

Dolors Fernández Guerrero