Hay un gesto de nieve
en este invierno,
un acolchado silencio
que me hilvana tenaz.
Siento en mi escalofrío
que soy pura invención,
madeja de escarcha,
costura inconsútil
perdida en el ojal
de mi abrigo.
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Abanico
El búho
La noche sepultada
conoce tu secreto.
El búho solitario
otea. Calla en
su rama
por no romper el silencio.
La melancolía
se ha prendido de su pico
y no descenderá
de su atalaya
sin un taladro de hielo.
La noche sepultada
conoce mi secreto.
La soberbia del búho
es más perfecta
que la circular línea
de sus ojos ajenos,
que penetran las verdades
sin máscara,
que rastrillan
lo que hubo antes,
lo que vendrá luego.
La noche sepultada
conoce el secreto.
¡Que alguien oculte ese búho!
Cubridlo con un
capuchón morado o negro
para que sus pupilas
no parodien el destino,
para que no maldigan el atuendo.
Así, al verlo, pensaremos
que es el signo del pecado,
la esperanza perdida de cualquier otro,
la incongruencia en procesión
entre las hojas de un árbol.
El té de las cinco
En ocasiones cuesta
poner un pie ante el otro
y avanzar.
Cuesta deslizarse
sobre el cieno.
El barro se acumula
en la suela y salpica
los cordones nuevos.
Debiéramos ser hijos
de nadie
y tatuarnos de olvido.
Siento que
en la urdimbre
del recuerdo
se retuerce el paisaje,
fermenta la hierbabuena.
En los manglares insanos
solo el despojo,
y un paso enfermo,
y un poso infame,
y un peso huérfano.
Sortea su desvarío
el carillón.
Tocan las cinco.
Tomaremos el té
en el infierno.
Hubiera dicho que no
Hubiera dicho que no
y, sin embargo,
un resquemor crujió las aristas
del sortilegio.
La falla se hundió un poco más
tras la poda
del árbol-vorágine,
del árbol-incendio,
del árbol-fénix
y las aves desplegaron las alas,
piaron histéricas
en busca de un horizonte de luz.
Sonreí solo para mí,
de fuera para adentro.
Me senté en mi sillón
de teca y plumas
y me eché a dormir.
En el porche languidecía
una tranquilidad de luto.
Ya no había trinos
y apenas croaban las ranas
en su estanque,
en lo que algún día fue fuente,
a mi pesar.
Seguí durmiendo y soñé
en mi jardín hierático y perenne,
sin sentido -pensé-.
Pero llegó la mañana trasnochada
y con ella el reverberar
de un gallo lejano.
En su desnudez,
mi árbol podado era, a lo sumo,
un fetiche insensible.
Sin flor, sin fruto,
solo su terca persistencia
me ataba a él con un hilo de vida.
Contemplé que las aristas
habían cedido
y que el hundimiento
habría de llegar,
aunque yo hubiera dicho que no.
Caí luego en aquella hondura
incompleta
pero en mi cara
aún bailaba el aire.
Cuando abrí los ojos
la brisa pura
cimbreó sus ramas.
En mi subterránea certidumbre
me alegré.
Pensé en alcanzar sus raíces,
alimentarlo,
abonarlo
hasta hacerlo, de nuevo, mío.
Quise adherirlo al mundo
en mi desesperación,
para que en su destino
se labrara mi imagen.
Y sin embargo,
hubiera dicho que no.
A un poeta nuevo
Te libraste de tu alma,
poeta,
de tus libros,
de tu casa.
Ahora solo ves
la tierra que calzas
con uñas ennegrecidas,
con la aspereza
de los callos,
con las grietas
de talones,
sin esperanza.
Pero valió la pena,
te repites como un mantra,
porque si no,
¿en qué quedará el mañana?
La tierra,
poeta,
será tu tumba de abrojos
donde ardan las zarzas,
donde, indiferente,
cante la cigarra.
Así es la vida
de cara,
sin outlets, descuentos,
ni rebajas,
inaccesible y mercenaria.
Está visto,
poeta,
que quien no corre,
divaga,
quien no pierde,
gana.
Tú vegetas, atascado
en dunas
de cañas
que te hieren
hasta las entrañas.
Calma, poeta,
claro que valió la pena
y la tierra volverá
a ser tu casa
con acento, con voz.
Un porche, una noche,
el silencio que se resquebraja
ante miríadas
de palabras.
Ahí está,
poeta,
tu alma:
aprésala y guárdala.
La nit més llarga
Durant la nit més fosca,
la darrera, la més llarga,
abans que la navalla esmolada esgarri el cel
i s’escampi el malva i el roig des de l’horitzó,
jo no pronunicaré cap paraula,
només deixaré que el meu pensament
faci l’esborrany dels mots que no haurien de desaparèixer.
No seran mots viatgers
plens de camí, de boira, de pols
ni emotives frases que s’endinsin sota la pell.
Seran, durant aquesta nit interminable,
substantivitats barrejades amb alens
que, en espera del seu destí, romandran immaculades,
com nines de porcellana que callen.
No hi haurà penediment pels estralls dels anys,
no hi haurà lament per tants petons perduts
entre l’aire de la tarda.
Simplement un dia, quan jo ja no hi sigui,
algú copsarà una idea, unes lletres, una ànima,
i aleshores es farà la descoberta del gran secret.
Perviurà l’essència de la vida si hom escolta,
en el so del silenci,
que tu i ell i jo som també esperit amb el do de la paraula.
Código de barras
Sobre mi frente
kilos de pensamientos
como el oleaje
en un día de mala mar.
Inconmensurable abismo
cifrado en un código de barras.
Las nubes
Las nubes no dejan estelas en el cielo
ni encienden hogueras en la noche.
Solo son cúmulos gaseosos
en los que intentamos,
mansamente, adivinar iconos.
Soñamos con su pureza,
blanca y mullida,
pero solo atisbamos, a veces,
en la piel, su humedad, su tacto de agua.
Nos esponjamos
en ese calabobos sereno
y nos alzamos con algo cierto,
con la llovizna de la tarde,
con su destilado aroma de amor eterno.
Urracas tendidas al sol
el asfalto y la ciudad
bajo la mirada atenta
de urracas tendidas al sol.
Son solo aves esbeltas
bajo un domingo al mediodía,
erguidas sobre cables de alta tensión.
Antiguas y sabias,
desechan el letargo del fin de semana,
la indolencia de los hombres,
manteniendo el blanco y negro
en perfecta línea recta.
Son aves que sujetan,
como pinzas incorruptibles,
el andamiaje de la mañana,
como si orearan al viento trapos sucios.
Un sueño de ropa blanca bajo rayos ejecutores
de algún venerable dios.
parecen restituir a la vida
la limpieza de los días diáfanos,
en un alarde de belleza.
La transparencia de las ventanillas
las acaba dejando atrás
y las bendice con el hisopo
del tubo de escape.
Desaparece la nostalgia
mientras miramos al frente:
tan solo un gris hollado
un millón de veces
entre líneas continuas vertidas en paralelo,
que convergen , pese a todo,
en el infinito inexistente del cero.
Displicentes, son ellas, funambulistas,
las que sujetan el cielo,
imantado de tragedia y desamor.