Archivo de la categoría: Poesía existencial

Bajo el sombrero

sombrero

Siento que una sombra
me mira a lo lejos
desde aquel desfiladero.
Reviste su asombro
con un traje negro
y paga la salvación de su alma
con los gemelos
de su camisa blanca,
con el nácar de un camafeo.

Siento su presencia,
aunque apenas lo distinga
bajo la cornisa de su sombrero.
Me inquietan los ojos
que no veo,
la débil sonrisa,
si acaso algún día
supieron trazarla con tiralíneas
sus resecos dedos.

Siento que me acecha
con la calma
de quien no se esconde.
Siento que perpetra su intento
con infinita paciencia,
como ave rapaz
que espera el sacrificio,
mi transustanciación
en cordero.

Siento que el futuro
se difumina
tras una pantalla,
fallida ficha de dominó
sin reflejo.
Rebasa mi conciencia
y no quiero asomarme
a su cara desdibujada,
aunque me atrape el misterio.

Siento que soy
becerro de oro.
Siento que no puedo
darle la espalda
porque solo me espera
-por delante blanco,
por detrás negro-
la profunda garganta
del desfiladero.

El pozo

El pozo

Un cubo, una cuerda,
un brocal.
Era solo un niño.
Lancé con fuerza falsa,
robada a la luna llena,
el cubo al agua.
Bueno, al agujero
con forma de boca infecta
que despedía olor a moho,
a vida ilícita,
a subterfugio de existencia.

La luna, tan oronda y repleta,
me asistió para que con mi impulso
aquel cubo chapoteara con el eco
del metal herido.
Me asustó el estruendo
y mi voz se volvió ruido.
Busqué refugio
tras los gruesos muros
de mi antigua casa.
La luna llena ya no me miraba.

Hoy he vuelto a la casa del pozo.
El nivel del agua se ha elevado,
podría mojarme la cara.
Lo normal tras meses de lluvia.
Se han borrado las huellas
de mi paso de niño.
La luna llena ha dejado de esperarme
y yo añoro su desvarío.
Será necesario que me invente un destino
antes de que casa y pozo
desaparezcan con el frío.

Me he asomado, como antes,
a su brocal húmedo,
medio cuerpo fuera
-he crecido-
pero el cubo no está,
se ha desprendido de su cuerda.
Indago en la circularidad
de las aguas quietas, lo busco,
pero no lo consigo.
Ahora escucho, creo, su alarido de metal
¿o es solo el tiempo, su quejido?

El pozo ha desahuciado
a su huésped arrojadizo.
Me he ido antes de que la luna llena
me pida explicaciones.
Ya he dejado de ser niño.

La noche más larga

Van Gogh

Durante la noche más honda,
la postrera, la más larga,
antes de que la navaja
desgarre el cielo
y el horizonte malva
y rojo se derrame,
yo no pronunciaré ni una palabra.
Solo dejaré que mi mente
bosqueje los nombres
que algún día fueron ciertos.

No serán nombres viajeros
llenos de camino,
de polvo,
de miedo
ni frases que penetren la piel.
Serán, durante esa noche interminable,
presencias amasadas con alientos
en espera de su destino,
hermosas, inmaculadas,
como muñecas de porcelana que callan.

Durante la noche más larga,
la que ha de llegar
con la precisión de un escalpelo,
se revelará el secreto.
Una idea sin voz, un atisbo del alma,
la nota aislada de un aroma
y mediará el silencio.
La noche infinita nos rescatará
porque tú y él y yo
somos espíritu,
como las verdaderas palabras,
eternos.

Aletargados

LetargoHay un sonido de refugio
en esta tarde macilenta.
Gris es el metal que
arrojamos al aire
y esquivos son los brazos
que vienen a buscarme.
Fuego y tinta diluidos
en la cansina retahíla
de súplicas y oraciones.
No habrá descanso
ni colofón de ocaso
cuando hoy cierre los postigos
y esconda la cara
entre los bostezos del letargo.

El escriba

escriba03Hoy he visto en la pirámide invertida
la fragilidad del no puedo o no sé.
En su estigma, el precipicio hondo del miedo,
el ardid de arena bajo el ala oscura
contra el pico corvo, contra el ojo turbio.
He visto la pirámide del escriba.
Un ave rayaba el suelo del revés.

El búho

búhoLa noche sepultada
conoce tu secreto.
El búho solitario
otea. Calla en
su rama
por no romper el silencio.
La melancolía
se ha prendido de su pico
y no descenderá
de su atalaya
sin un taladro de hielo.

La noche sepultada
conoce mi secreto.
La soberbia del búho
es más perfecta
que la circular línea
de sus ojos ajenos,
que penetran las verdades
sin máscara,
que rastrillan
lo que hubo antes,
lo que vendrá luego.

La noche sepultada
conoce el secreto.
¡Que alguien oculte ese búho!
Cubridlo con un
capuchón morado o negro
para que sus pupilas
no parodien el destino,
para que no maldigan el atuendo.

Así, al verlo, pensaremos
que es el signo del pecado,
la esperanza perdida de cualquier otro,
la incongruencia en procesión
entre las hojas de un árbol.

El té de las cinco

bella_arte_de_mary_cassatt_del_te_de_cinco_en_postal-rdeaabecdb8454c8ba64c221ae13a036b_vgbaq_8byvr_324En ocasiones cuesta
poner un pie ante el otro
y avanzar.
Cuesta deslizarse
sobre el cieno.
El barro se acumula
en la suela y salpica
los cordones nuevos.

Debiéramos ser hijos
de nadie
y tatuarnos de olvido.
Siento que
en la urdimbre
del recuerdo
se retuerce el paisaje,
fermenta la hierbabuena.

En los manglares insanos
solo el despojo,
y un paso enfermo,
y un poso infame,
y un peso huérfano.
Sortea su desvarío
el carillón.
Tocan las cinco.
Tomaremos el té
en el infierno.

Hubiera dicho que no

autorretrato-fridaHubiera dicho que no
y, sin embargo,
un resquemor crujió las aristas
del sortilegio.
La falla se hundió un poco más
tras la poda
del árbol-vorágine,
del árbol-incendio,
del árbol-fénix
y las aves desplegaron las alas,
piaron histéricas
en busca de un horizonte de luz.

Sonreí solo para mí,
de fuera para adentro.
Me senté en mi sillón
de teca y plumas
y me eché a dormir.
En el porche languidecía
una tranquilidad de luto.
Ya no había trinos
y apenas croaban las ranas
en su estanque,
en lo que algún día fue fuente,
a mi pesar.

Seguí durmiendo y soñé
en mi jardín hierático y perenne,
sin sentido -pensé-.
Pero llegó la mañana trasnochada
y con ella el reverberar
de un gallo lejano.
En su desnudez,
mi árbol podado era, a lo sumo,
un fetiche insensible.
Sin flor, sin fruto,
solo su terca persistencia
me ataba a él con un hilo de vida.

Contemplé que las aristas
habían cedido
y que el hundimiento
habría de llegar,
aunque yo hubiera dicho que no.
Caí luego en aquella hondura
incompleta
pero en mi cara
aún bailaba el aire.
Cuando abrí los ojos
la brisa pura
cimbreó sus ramas.

En mi subterránea certidumbre
me alegré.
Pensé en alcanzar sus raíces,
alimentarlo,
abonarlo
hasta hacerlo, de nuevo, mío.
Quise adherirlo al mundo
en mi desesperación,
para que en su destino
se labrara mi imagen.
Y sin embargo,
hubiera dicho que no.