El pozo

El pozo

Un cubo, una cuerda,
un brocal.
Era solo un niño.
Lancé con fuerza falsa,
robada a la luna llena,
el cubo al agua.
Bueno, al agujero
con forma de boca infecta
que despedía olor a moho,
a vida ilícita,
a subterfugio de existencia.

La luna, tan oronda y repleta,
me asistió para que con mi impulso
aquel cubo chapoteara con el eco
del metal herido.
Me asustó el estruendo
y mi voz se volvió ruido.
Busqué refugio
tras los gruesos muros
de mi antigua casa.
La luna llena ya no me miraba.

Hoy he vuelto a la casa del pozo.
El nivel del agua se ha elevado,
podría mojarme la cara.
Lo normal tras meses de lluvia.
Se han borrado las huellas
de mi paso de niño.
La luna llena ha dejado de esperarme
y yo añoro su desvarío.
Será necesario que me invente un destino
antes de que casa y pozo
desaparezcan con el frío.

Me he asomado, como antes,
a su brocal húmedo,
medio cuerpo fuera
-he crecido-
pero el cubo no está,
se ha desprendido de su cuerda.
Indago en la circularidad
de las aguas quietas, lo busco,
pero no lo consigo.
Ahora escucho, creo, su alarido de metal
¿o es solo el tiempo, su quejido?

El pozo ha desahuciado
a su huésped arrojadizo.
Me he ido antes de que la luna llena
me pida explicaciones.
Ya he dejado de ser niño.