Archivo de la categoría: Poesía existencial

A un poeta nuevo

poeta

Te libraste de tu alma,
poeta,
de tus libros,
de tu casa.

Ahora solo ves
la tierra que calzas
con uñas ennegrecidas,
con la aspereza
de los callos,
con las grietas
de talones,
sin esperanza.

Pero valió la pena,
te repites como un mantra,
porque si no,
¿en qué quedará el mañana?

La tierra,
poeta,
será tu tumba de abrojos
donde ardan las zarzas,
donde, indiferente,
cante la cigarra.

Así es la vida
de cara,
sin outlets, descuentos,
ni rebajas,
inaccesible y mercenaria.

Está visto,
poeta,
que quien no corre,
divaga,
quien no pierde,
gana.

Tú vegetas, atascado
en dunas
de cañas
que te hieren
hasta las entrañas.

Calma, poeta,
claro que valió la pena
y la tierra volverá
a ser tu casa
con acento, con voz.

Un porche, una noche,
el silencio que se resquebraja
ante miríadas
de palabras.

Ahí está,
poeta,
tu alma:
aprésala y guárdala.

La nit més llarga

Durant la nit més fosca,
la darrera, la més llarga,
abans que la navalla esmolada esgarri el cel
i s’escampi el malva i el roig des de l’horitzó,
jo no pronunicaré cap paraula,
només deixaré que el meu pensament
faci l’esborrany dels mots que no haurien de desaparèixer.

No seran mots viatgers
plens de camí, de boira, de pols
ni emotives frases que s’endinsin sota la pell.
Seran, durant aquesta nit interminable,
substantivitats barrejades amb alens
que, en espera del seu destí, romandran immaculades,
com nines de porcellana que callen.

No hi haurà penediment pels estralls dels anys,
no hi haurà lament per tants petons perduts
entre l’aire de la tarda.
Simplement un dia, quan jo ja no hi sigui,
algú copsarà una idea, unes lletres, una ànima,
i aleshores es farà la descoberta del gran secret.
Perviurà l’essència de la vida si hom escolta,
en el so del silenci,
que tu i ell i jo som també esperit amb el do de la paraula.

Las nubes

Las nubes no dejan estelas en el cielo
ni encienden hogueras en la noche.
Solo son cúmulos gaseosos
en los que intentamos,
mansamente, adivinar iconos.
Soñamos con su pureza,
blanca y mullida,
pero solo atisbamos, a veces,
en la piel, su humedad, su tacto de agua.
Nos esponjamos
en ese calabobos sereno
y nos alzamos con algo cierto,
con la llovizna de la tarde,
con su destilado aroma de amor eterno.

Urracas tendidas al sol

Un vehículo surca a la carrera
el asfalto y la ciudad
bajo la mirada atenta
de urracas tendidas al sol.
Son solo aves esbeltas
bajo un domingo al mediodía,
erguidas sobre cables de alta tensión.

Antiguas y sabias,
desechan el letargo del fin de semana,
la indolencia de los hombres,
manteniendo el blanco y negro
en perfecta línea recta.

Son aves que sujetan,
como pinzas incorruptibles,
el andamiaje de la mañana,
como si orearan al viento trapos sucios.

Un sueño de ropa blanca bajo rayos ejecutores
de algún venerable dios.

Ellas sí, en un acto de valor,
parecen restituir a la vida
la limpieza de los días diáfanos,
en un alarde de belleza.

La transparencia de las ventanillas
las acaba dejando atrás
y las bendice con el hisopo
del tubo de escape.

Desaparece la nostalgia
mientras miramos al frente:
tan solo un gris hollado
un millón de veces
entre líneas continuas vertidas en paralelo,
que convergen , pese a todo,
en el infinito inexistente del cero.

Displicentes, son ellas, funambulistas,
las que sujetan el cielo,
imantado de tragedia y desamor.

Un maravedí por tu alma

Un maravedí por tu alma, que me da aliento.
Un sol por la de aquel niño,
sucio y harapiento,
bajo otro sol sediento
de pieles y anhelos.

Medio dólar por aquel mendigo,
fugitivo del techo suicida,
guarecido por la inclemencia
de una dádiva pía
hermanada con la indiferencia.

Ni un euro por mi cuerpo,
eternamente ligado a las paredes y al lecho,
al triste sustento
de una escudilla dorada,
que es mi abrevadero.

De metal y fuego
debiéramos estar hechos,
y no de frágil barro,
para no deshacernos en llanto
ni, resecos y atónitos, resquebrajarnos.

Y es que falta la alquimia de algún demiurgo
que transmute este mundo.
El sueño fútil de una caverna
en pos de valiosas criaturas forjadas a fuego lento,
como renegados de carne y hueso.

Pobre de mí, carezco de oro y plata,
solo tengo, en la cueva que me habita dentro,
un sueño de ángeles encadenados al lamento,
desposeídos, sin alas,
por ese maravedí que tú me has devuelto.

Si el ayer fuera hoy

Si el ayer fuera hoy, como en un acto de secesión,
incendiaría el aire para escudriñar los valles,
para que la noche no me robase con el sueño
los cálices que prenden las teas del firmamento.

Si el ayer fuera mañana, me poblaría de besos,
lánguidos de vino tinto, tan locos y tan cuerdos.
Saltaría muros con el ansia de una bacante,
hollando con mis pasos su perímetro de piedra.

Haría la ginkana de las horas resabiadas:
lo de antes ahora; lo que sucedió, solo misterio.
Tal vez entonces pudiera convertirme en simiente,
y en un bucle de mi pelo enredarme con el tiempo.

¿Quién descorchará mis silencios?

¿Quién descorchará mis silencios
como paloma blanca
con rama de laurel?
¿Quién espumará en mis oídos
mentiras y verdades a medias
en un alarido de Munch?
¿Quién mirará las burbujas de mi copa
y tenderá hacia ella su mano
sin llegar a romper el cristal?
¿Quién recordará mi nombre
antes de que lo ahogue el olvido,
en su ovillo deshilachado?
¿Quién tañirá con voz de plectro
la miel de mis tendones
hasta reconocer el algoritmo de mi ser?
¿Quién guardará mis tesoros
en un alambique
que destile piedras, barro, desatino?
¿Quién dirá en el último momento:
“Yo te vi en las sombras
y te conozco a tu pesar”?

Oasis

Erótica del poder,
excombatientes
en la cuerda floja
sin antes o después.
Triste moneda de cambio,
tránsfugas de lo real.
Herederos de arena
en oasis de muerte.
Lamento de Eros.
Erótica del dolor.

Andamiaje de excombatientes
en la cuerda floja.
Triste moneda de cambio,
tránsfugas de la realidad.
Solamente tú y yo.

No se trata de justicia

No se trata de justicia, sino de percepciones.
No es por hablar de razón, solo de malabares.

Porque la vida ni es justa ni razonable,
más bien una realidad inasible, equívoca,
una nube de sueños que jamás mira hacia atrás.

El mañana, algo opaco y fútil,
un oráculo de escepticismo y humo
para quien espera leer en inexistentes renglones
los frutos de su tesón.

Pero no se trata de justicia o razón,
ni siquiera de laureles o bacanales,
sino de crear pasarelas de cristal
que no oculten el ocaso de la tarde.

Solo es por hablarle a las caracolas del mar.