Siento que una sombra
me mira a lo lejos
desde aquel desfiladero.
Reviste su asombro
con un traje negro
y paga la salvación de su alma
con los gemelos
de su camisa blanca,
con el nácar de un camafeo.
Siento su presencia,
aunque apenas lo distinga
bajo la cornisa de su sombrero.
Me inquietan los ojos
que no veo,
la débil sonrisa,
si acaso algún día
supieron trazarla con tiralíneas
sus resecos dedos.
Siento que me acecha
con la calma
de quien no se esconde.
Siento que perpetra su intento
con infinita paciencia,
como ave rapaz
que espera el sacrificio,
mi transustanciación
en cordero.
Siento que el futuro
se difumina
tras una pantalla,
fallida ficha de dominó
sin reflejo.
Rebasa mi conciencia
y no quiero asomarme
a su cara desdibujada,
aunque me atrape el misterio.
Siento que soy
becerro de oro.
Siento que no puedo
darle la espalda
porque solo me espera
-por delante blanco,
por detrás negro-
la profunda garganta
del desfiladero.