Hay momentos decisivos en la vida de cada uno de nosotros. El de Pip, uno de los protagonistas de El club del tigre blanco, es este:
“No entiendo cómo he llegado hasta aquí ni a cuento de qué. Hasta ahora mi vida era mía. De Perogrullo, pero no tanto. Desde hace una décima de segundo estoy tirado sobre el suelo de una nave industrial, en las últimas, sin que valga lo de truco o trato, sin ases bajo la manga. Lo más grave es que en un instante mi mundo se ha vuelto del revés, a la manera de las tragedias griegas. Menudo paso adelante. A esto lo llamo yo “avance con retroceso”, como en las armas de fuego.
Lo único cierto es que estoy a punto de morir, y eso me asusta. ¡No es justo! Me aferro a un clavo ardiendo. Mi vida era eso, hierro al rojo vivo, la versión cutre de algún movie road en vías de extinción. ¡Pero era mía! Y necesito recordarla ahora. De lo contrario… ¿Qué somos sin memoria? ¿Niebla? Espantapájaros del olvido.”
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