UN IMPERATIVO HUMANO CONTRA EL RUIDO Y LA DEFLAGRACIÓN
DE JULIO HARDISSON GUIMERÀ
Mi reseña sobre una obra tan singular e inclasificable como Costa del Silencio inicia su andadura por la red en la revista Vallejo & Company. Animo a los lectores de paladar exquisito a leerla y meditar. La belleza y el sentido de todas las cosas está a nuestro alrededor y en nuestro paisaje interior.
Todo marino sabe que hay navegaciones tranquilas y mares procelosos, y en la poesía pasa igual. Por mi parte, me identifico con aquella que sin ambages nos conecta con nuestra soledad, contradicciones, dudas, miedos, con ese dolor profundo −a menudo irreparable− que nos acecha. Mis versos miran en derredor y se vuelven críticos, incluso cáusticos; indagan entre la insatisfacción permanente y el deseo, en la irreconciliable pugna entre lo racional y lo irracional, entroncan con el yo más primitivo e irreverente, ese que se resiste a los cauces civilizados, necesarios y convenientes de nuestra sociedad. Construyo mi discurso con metáforas y alegorías muy diversas, donde la geografía, los elementos atmosféricos, los animales encarnan esa oscuridad intrínseca del yo poético. Sus personajes son seres que transitan por la sociedad con su carga de desazón y tristeza. Se sobreponen solo cuando son capaces y a través de su voz recreo una parte de mí, porque su mensaje es universal. Bajo estas premisas, considero que mi poesía es ciertamente nihilista porque pone el foco, el énfasis, en esos sentimientos hondos, negros, duros, desesperanzados, que constituyen el núcleo duro de mis percepciones personales, de mi raciocinio. Pero también es cierto que la expresión poética propicia y desencadena, con fuerza arrolladora, conclusiones que incluso a mí me superan. No obstante, el autor no es su obra, sino su destilación y la poesía es ficción literaria con alma. Por tanto, no cabe, como estrategia de interpretación crítica, la arqueología biográfica. Fuera de la poesía, mi visión sobre la existencia no es lastimosa ni mucho menos. Soy razonablemente optimista y sociable. No pesan sobre mí ninguna tragedia ni vileza que hayan marcado mi itinerario vital, aunque mi faceta poética colisione con cualquier optimismo a la carta. En la vida, como en la literatura, nunca hay que tomar la parte por el todo, pues supondría incurrir en una metonimia reduccionista que falsearía nuestro verdadero ser. Mi propósito en poesía es que se establezca una conexión inexpugnable entre pensamiento, emoción y sentimiento, y para ello es preciso diseccionar la realidad, contemplarla desde diferentes perspectivas, ya que nuestras percepciones son falibles y nuestra inteligencia a menudo pretenciosa. Esa simbiosis es la base de mi planteamiento dual de la existencia. Al hacerlo, en ese nudo denso, en permanente tensión entre realidad y deseo, fealdad y belleza, nacen mis poemas. Y, ¿por qué no? Las palabras, los poemas, a veces también pueden llegar a ser hostiles, escocernos, hurgar en las heridas. Vivir, para mí, es así y escribir solo es su consecuencia lógica. Ahora debes ser tú, navegante, quien decida si desea surcar este mar, si no va a sucumbir bajo su oleaje.
Hay una distancia que mis manos no abarcan, que sujetan el recuerdo al silencio, alas polvorientas que se abaten sin imán en fronteras desvaídas.
Mientras, el rocío me cala como gotas de aguanieve, con su ácido corrosivo, sin sentido, desubicado en un nosotros que al instante se vuelve hielo.
No sé por qué abracé la lluvia pues solo hallé mis miembros empapados en soledad, asidos a la ropa de un mendigo. A través de sus ojos vidriosos me miró, intrigado, y no había un cómo ni un porqué más allá de mi delirio.
Lo inconcebible de tus labios serpentea entre mis sueños, sin sentido pero sin tregua, y el deseo lacerante oxida un anillo tenaz alrededor de mi lengua.