No sé cuándo fue
pero escuchaba a Pablo Milanés.
Anochecía en la cocina
mientras ungía guisos
bajo palio -la campana extractora-.
La encimera me prestaba su calor.
Ya no recuerdo
colores, aromas,
el sabor de posibles humedales.
En cambio, sé
que el tiempo
hervía en ollas a fuego lento.
Pablo Milanés cantaba
a Yolanda, aquella mujer,
y era el momento
quien mecía
mi mano adulterada
por una cuchara de madera.
Sí, recuerdo que Pablo
amaba a Yolanda
y que ella le colmaba.
Aún guardo su tacto
grave, cálido
entre mis dedos.
Hoy mi mano
desea regresar con Pablo
a la epifanía de su voz.