Halogramas: “Una nueva apuesta”

21. Una nueva apuesta

Ruleta-Parece claro que ganaré yo la partida, Artífice Supremo.
-Todavía no está decidido.
-Pues el Patriarca se acaba de saltar sus propias normas. Antes era mucho más inflexible que ahora.
-Es cierto –aseveró por fin el Artífice Supremo. Su boca emitía intermitentes haces de luz blanca-. Desde el principio creíste que renunciaría, derrotado por la soledad.
-Los humanos son seres gregarios, no lo olvides, Artífice Supremo.
-Pero ha soportado mucho, ha resistido largo tiempo, más de lo que tú imaginabas –agregó la máxima autoridad entre los Iluminadores. Las evidencias eran irrefutables−. Además, lo de sustituir a los humanos por simios fue idea suya. ¿Lo recuerdas? Solucionó el problema de los motines. ¡Admirable! Ha aplicado lo mejor de su ciencia con un increíble sentido práctico, siendo humano. ¡Y fíjate lo que ha conseguido! La Nave funciona. Es una máquina imparable. –Al llegar a este punto se detuvo. Parecía reflexionar.− ¿Has valorado que nunca le ha temblado el pulso al ejecutar a sus congéneres? Ni siquiera cuando se le ordenó procesarlos como alimento… Ni una sola muestra de insubordinación en todos estos años.
-Eso es verdad. Leal y disciplinado como pocos, aun en contra de los suyos –apostilló el Iluminador concentrándose en el tablero virtual. Después de unos instantes de silencio, aventuró-: Pero también es cierto que tenía motivos para hacerlo.
-¿Qué quieres decir? –la interrogación conllevaba la orden implícita de contestar. Un nuevo vaho de luz intensa salió despedido de su boca.
-Supongo que no habrás olvidado tu promesa… En su momento me pareció arriesgada -las palabras del Iluminador, cargadas de intención, fueron lanzadas contra el Artífice de la Luz.
-La inmortalidad para los seres humanos sería insoportable y tú lo sabes tan bien como yo. –Había reproche e indignación en el tono del líder. La luz de la estancia se volvió deslumbrante.
-Por supuesto, por eso me pareció extraño en su momento. ¡Ofrecerle semejante don! Es incongruente. Esa es una de las cuestiones que hemos estado difiriendo, pero es inútil obviarlo más. Tienes que solucionarlo. Ya viene de lejos y hace mucho que te lo está exigiendo. Su vida se acaba.
-Sí, eso es lo malo de los humanos, que tienen memoria. Son una especie curiosa y finita si no fuera por su constante renovación.
-Demasiado prolíficos, diría yo. Debemos felicitarnos por el resultado, Artífice Supremo: los nacimientos se mantienen en el mínimo sostenible. –El Iluminador cambió de tema. El sesgo que había tomado la conversación podía volverse en su contra. Consiguió arrancar una sonrisa de su líder.
-Sí, sí, es innegable que hemos reducido ese pulular constante de seres humanos. ¡Algo totalmente desproporcionado! Cuando envejecen son mucho más útiles en la Nave o en los hospitales.
-Ahora ocupan el espacio adecuado.
– Cierto. Y así debe continuar –sentenció el Artífice Supremo. Su ademán era categórico−. Hemos recuperado el equilibrio.
-De acuerdo, pero tendríamos que haber eliminado al Patriarca hace tiempo. El Consejo de los Iluminadores ya lo ha propuesto varias veces, pero tú siempre lo has vetado –y aquí el Iluminador marcó enfáticamente el vocativo. A continuación agregó el tratamiento de de respeto en tono de sumisión−:  Artífice Supremo.
-Sí, porque su experiencia en la Nave es muy valiosa. ¿Lo has olvidado? ¿Crees que los hologramas funcionarían si Él no estuviera ahí? Los coordina a todos con mano firme y la tripulación le obedece –e hizo hincapié en sus últimas palabras. El aire se cargó de un nuevo resplandor−. No, es más que eso: los simios idolatran al Patriarca de la Luz. ¿Te das cuenta de lo que eso significa?
-Tal vez los simios de la Nave, con un poco de práctica, podían haberse hecho cargo de la Nave –propuso tímidamente el Iluminador.
-Con más intervención genética tal vez, pero tampoco así es seguro.
-Podíamos haberlo conseguido y tú lo sabes –le espetó con vehemencia el Iluminador. Su líder, condescendiente,  asumió el reproche. Se quedó pensativo por un momento y luego sonrió.
Tengo que reconocer que sentía curiosidad. ¿Cómo no? Para mí el Patriarca era un experimento. Quería ver hasta dónde era capaz de llegar y debo reconocer que ha superado mis expectativas.
-Siendo así… –convino el Iluminador, distraídamente. En el tablero de juego se podía anticipar el siguiente paso del Comandante en Jefe de la Nave−.
El Artífice de la Luz fijó su atención en el mismo punto y contempló largamente la maniobra de su criatura. De un manotazo había desnudado a la mujer, aquella a la que había perdonado la vida. Tanto el Iluminador como su líder, el Artífice Supremo, comprendieron de inmediato en qué consistía la siguiente jugada. Ambos se miraron significativamente hasta que el líder asintió con un movimiento afirmativo de cabeza. Se iniciaba una nueva jugada. La apuesta seguía en pie.
Ambos recalcularon sus posibilidades, concentrados en el tablero que ocupaba el centro de la habitación. Bajo un sol que declinaba entre las nubes, el mar azotaba con furia las rocas. Levantaba sobre aquella pared indestructible su cresta de espuma, elevada varios metros sobre el nivel del mar.

El próximo capítulo: “22. En paradero desconocido”