Halogramas: “La mariposa azul”

15. La mariposa azul

maripsa azulEl gran abejorro pasó zumbando. Volaba a una altura media, a dos metros aproximadamente sobre las cabezas más altas. Con esa distancia de seguridad podía controlar lo que sucedía en el amplio espacio del zoco. Debía escudriñar a todos los visitantes. Aquel prototipo permitía identificar a cualquier persona, puesto que descodificaba su Número de Vida, lo procesaba en décimas de segundo y, llegado el caso, contactaba con los Servidores del Orden. Si lo anterior ocurría, el individuo sorprendido en falta podía pasar una larga temporada de aislamiento. El estigma social era lo peor para cualquier habitante de la Tierra.
El gigantesco insecto debía velar por el orden y por el cumplimiento de la ley. Estaba programado para detectar el más mínimo movimiento sospechoso, por imperceptible que resultara al ojo humano. Lo habían diseñado como dron de vigilancia.
-No me digas que vas a volver a contármelo, Al.
-Es que me cuesta creerlo.
-No, otra vez no –repuso la joven que acompañaba a Al Benarouk-. Deberías olvidarlo. Si a la tipa esa le dio un ataque, no es culpa tuya –añadió queriendo zanjar la cuestión.
-No es tan fácil, Glen. –El dron zumbó en su oído derecho a menos de dos metros de distancia.
-¿Por qué no? Se trata de no repetirlo constantemente. Eso ayuda, ¿sabes?
-Tal vez tengas razón –reconoció Al, pensativo.
En ese momento la megafonía anunció descuentos sin igual en la tercera planta, en la sección de deportes.
-¿Has oído, Al?
-¿Qué?
-Pues lo que acaban de anunciar –le replicó la joven con un punto de impaciencia-. Hay descuentos en Deportes. ¿No te querías cambiar la raqueta? Venga, vamos. –Y empujó a Al Barouk hacia los ascensores.
-Glen, ahora no tengo ganas de comprar…-rezongó el joven, deteniéndose ante la escalera.
-Lo que nos faltaba: al señor no le apetece. Dos meses lavándome el cerebro con lo de tu raqueta, que si está vieja, que no me extraña que pierda los partidos, que a ver cuándo encuentro una que esté bien, ¡y ahora no quieres subirte en el ascensor! Si ya  estás aquí. ¿Qué te cuesta?
-Es que…
-Nada, vamos, que así cambias de tema. Ya estoy un poco harta de tu Desiré. –Sin que Al Barouk estuviera del todo convencido, se dejó llevar hasta el ascensor. Era más fácil que oponer resistencia, más aún cuando un grupo de personas  empujaba desde atrás, ajeno a sus dudas.
Al llegar a la tercera planta se abrieron las puertas y Al Barouk, resignado, siguió a Glen. La megafonía anunciaba, otra vez, la oferta de la sección deportiva.
El abejorro pasó zumbando. No había manera de saber si era el mismo u otro diferente. Por la forma de volar parecía barrer la zona. La vista aérea permitía controlar, mejor que de cualquier otro modo, los intentos de robo o infracciones. El dron, como el abejorro auténtico, estaba provisto de una visión excepcional pero a diferencia del insecto, este tenía la cualificación más alta y nunca cometía errores.
Las pantallas en aquel momento emitían imágenes de los recién llegados a la Cúpula. Se mostraban contentos y locuaces mientras saludaban a los miembros más eminentes de la comunidad terrícola. Estos a su vez les daban la bienvenida con igual semblante. Todo parecía fácil allí arriba. Pensó que en el momento menos pensado vería a Desiré, tan enigmática como cuando se conocieron, pero mucho más feliz. Llevaba días buscándola por todos los monitores pero no era capaz de reconocerla. Tampoco había vuelto a aparecer por el Augustus. Tal vez su enfermedad la tendría fuera de juego durante días o semanas. No contaba con datos para predecirlo.
Había una cosa, sin embargo, que desconcertaba a Al Barouk. Días atrás había ido al hospital para interesarse por Desiré y, sin embargo, nadie había sabido darle ni una sola explicación. Ni siquiera tenían constancia de su ingreso. ¡Qué misterioso era todo lo que envolvía a esa mujer! Se sacudió de encima un mal presagio y prefirió pensar que cuando menos lo esperara Desiré Han aparecería, tan orgullosa como siempre, fantástica con su cabello púrpura.
Desiré se había esfumado dentro de un mono blanco. Recordó las lecciones de Historia Ancestral, las menciones al Antiguo Egipto, con sus momias y sus procesos de embalsamamiento. Un escalofrío le recorrió la espalda.
-Al, venga, vamos a mirar tu raqueta. –Glen le hizo reaccionar y le obligó a avanzar por aquel pasillo hasta los artículos deportivos.
En un recoveco de la tercera planta se había recreado un jardín tropical lleno de lianas y altos troncos. En su espesura destacaban las orquídeas con sus voluptuosas formas y sus pétalos carnosos. Todas eran diferentes en forma y color. No obstante, en algo eran iguales. Constituían un todo omnipresente que embriagaba la vista. Una mariposa azul revoloteaba en libertad. Milagrosamente no traspasaba los márgenes de su pequeño microcosmos. El aire en ese rincón era el de siempre, no transportaba los aromas de la selva, solo se dejaba admirar. Pese a todo, en su majestuoso aleteo, la mariposa azul transmitía a quien la contemplara la emoción de volar, pero Al Barouk no estaba allí para verlo.

El próximo capítulo: 16. Una partida tediosa