La tirada del tarot será fabulosa. Puedo predecirlo, y eso a pesar de no estar “tocada” por el don de la adivinación. Ni siquiera mis presentimientos suelen valer gran cosa.
Pero los poderes de Frida Lola, en cambio, son prodigiosos. Cuando la conocí –a Lola Frida- me sorprendió su nombre de culebrón y su atuendo de bruja de feria, de mercachifle de las predicciones. No podía tener un aspecto más pintoresco, ella y todo lo que la rodeaba. Su pañuelo de lunares verdes y azules anudado a la nuca, su verruga carnosa encima del labio y los descomunales pendientes de aro que le colgaban de las orejas me parecieron la viva estampa de otros tiempos, cuando la gente creía en brujas malvadas y la Inquisición de Torquemada las perseguía con ahínco.
Por eso sé que no me equivoco. Mi viaje obedeció a un deseo; mi deseo a una predestinación; y mi predestinación a la capacidad visionaria de Frida Lola.
Ya desde el principio advertí aquella esencia mágica que venía a conjurarme. Cuando Frida Lola me recibió en su caseta de adivina creí entrar en otra dimensión. Su aura quedaba preservada del exterior por un pesado cortinaje rojo con efluvios de incienso y pachuli. Resultaba embriagador. Fue verme y captar la hondura de mi problema: la falta de amor. Y es que lo clavó. Después de fulminarme con semejante vaticinio me hizo sentar frente a ella, en una silla demasiado baja e incómoda. Me destrocé las medias con el millar de diminutas esquirlas esparcidas por toda la madera, desde el respaldo hasta las raquíticas patas del asiento. Al repasar con la yema de los dedos aquel campo minado noté cómo su aspereza me lastimaba, y pensé que no podía ser casual. Pero no importaba, porque creo que todo en su conjunto, como un collage bien avenido, contribuyó a que entrara en trance; inclusive la silla, por lo que tenía de prueba de iniciación. Todo confluyó en ese momento y las cartas del tarot me hicieron ver la luz. Eran demasiados indicios los que me decían que tenía que cambiar de vida y “correr” hacia mi destino.
Frida Lola me habló del frío de mis días, del agua que purifica y del púlpito de la sabiduría, al que debía escuchar. Me dijo que ahí encontraría mi verdadero amor, el que lograría, por fin, la comunión entre cuerpo y espíritu. También me habló de los tres arcanos del tarot que me representaban en una versión ideal de mí misma. Debía aspirar a alcanzar ese equilibrio, ya que anunciaban la suma perfección en mi vida. Tres cartas para los aspectos cruciales: la Emperatriz, el Loco y los Enamorados. Lola Frida, con sus poderes, había logrado ver en esa tríada la proyección de mi felicidad. Pero lo auténticamente decisivo era el amor de un ser especial, único, nada convencional que marcaría mi destino. Inútil resistirse.
Con estas indicaciones claras y diáfanas rápidamente me formé una idea de lo que debía hacer. Desentrañar el significado oculto era impulsarme hacia adelante. Debía emprender un viaje hacia algún lugar frío, rodeado de agua y que tuviera un púlpito digno de verse. En seguida me vino a la mente “el lugar”. Era inconfundible porque solo había un sitio como aquel: Stavanger, la ciudad escandinava por excelencia, donde a las hadas que habitan las montañas las llaman fossegrim. Donde todo es posible.
Se acercaba el verano y yo no tenía aún planes para mis vacaciones. Me había recorrido diferentes ofertas en un sinfín de buscadores de viajes on line, pero a pesar de todo dudaba sin decidirme por ninguno. Ahora, con las aclaraciones de Lola Frida la elección fue sencilla. Contraté un crucero por los fiordos noruegos con la intención de recalar en Stavanger, por supuesto. Hacía tiempo que un compañero de trabajo me había hablado de esa ciudad. Me había descrito la naturaleza salvaje de los fiordos, sus maravillosas cataratas con rumor de agua viva; su verde intenso, a salvo del sol inmisericorde del Mediterráneo; su olor incontaminado de hierba fresca y lluvia; y –lo más importante- un lugar singular, extraordinario, que se elevaba a casi 600 metros sobre los brazos de mar: el Púlpito.
No podía ser casual por segunda vez. O sea, que tomé la decisión correcta y, a continuación, me fui a unos grandes almacenes para renovar el vestuario, que buena falta le hacía. No quería bajo ningún concepto decepcionar a aquel Dios del amor.
Pero no solo de sentimientos elevados vive una mujer. Por eso, cuando llegara al país del salmón, tenía planeado saborear a dos carrillos esa delicatessen. Se me hacía la boca agua pensando en aquel tierno pan de molde untado de suave mantequilla, relleno de generosas porciones del pescado más rosa que se pueda imaginar. El inequívoco gusto del ahumado armonizando con su delicado e intenso sabor. Puro placer sensorial.
Me sentía en una nube.
Cuando al fin llegó la fecha y mi crucero zarpó de Malmö, su puerto de partida en Suecia, realmente sentí que se acercaba el gran momento. Stavanger solo estaba a un día de distancia. Era ya inminente y casi lloraba de emoción pensando en el Preikestolen –como se diría Púlpito en noruego de pro, es decir, el del traductor de Google-.
Veni, vidi, vici dijo Julio César al obtener la victoria en la batalla de Zela. Siempre me gustó la historia antigua. Y más en este caso, porque sin ningún remordimiento podría apropiarme del aforismo. Nada más desembarcar en el puerto de Stavanger ahí estaba él, en forma de guía de excursiones: atento, simpático, educado, servicial, caballeroso y, además, políglota. Él, sin duda, era el Loco del tarot, el amor que me había anunciado Frida Lola. Se llamaba Guido.
Aquel día los excursionistas del crucero culminamos el Púlpito tras una ardua subida. Cómo destacaba la figura de Guido sobre todo lo demás. ¡Se veía tan majestuoso contra el cielo! Sus explicaciones resultaban conmovedoras, salpicadas de ese irresistible acento italiano, a pesar de que a veces costaba entender algunas palabras. Pero eso no importaba. Detalles superfluos. Su voz aterciopelada de barítono, su entonación cantarina trascendían el mero significado de cualquier vocablo.
Napolitano de nacimiento, se trasladó a Noruega por una mujer, como un verdadero adalid del amor, para el cual el corazón no conoce fronteras. Todo esto me lo confesó Guido desde el Púlpito, mientras yo le escuchaba con fervor –así como otras turistas que formaron corro en torno suyo para escuchar mejor la prédica-.
Me he prometido a mí misma volver a los fiordos cuando Lola Frida –mi tarotista- me descubra las cartas de la felicidad. Será la última y definitiva tirada, la de la confirmación de nuestro amor. Aparecerán, seguro: la Emperatriz, el Loco y los Enamorados. Porque somos nosotros, Guido y yo. La otra, la noruega Gunilla -o como sea que se llame- ya está perdiendo consistencia en su alma. Puedo sentir su cuerpo anestesiado por nuestros besos debidos.
Recuerdo como si lo estuviera viendo hoy la cara asombrada de Guido cuando me declaré. Era la expresión de una alegría súbita, apenas controlada, a pesar de su contenida virilidad. Yo estoy convencida de que volveré al Púlpito para gritarle al mundo entero mi amor por él. Y no me cabe ninguna duda de que Guido está esperando para entregarse a nuestra causa.
Solo falta la última tirada de Frida Lola, la que le dé el pistoletazo de salida a mi corazón.