Nuestras memorias

nuestras memóriasHoy, mientras mecanografiaba las memorias me he dado cuenta. Llevo tres meses tecleando sin parar vicisitudes, descripciones y reflexiones que a mi modo de ver son inconexas. Tan inconexo como verme aquí, con este viejo teclado, escupiendo palabras sobre el monitor. En cualquier casa de este elegante barrio, los cronistas, como ella, utilizan el micrógrafo. El teclado es tecnología tan antigua ya, que a punto está de considerarse obsoleto.

Tú, simplemente, hablas y el micrógrafo hace una transcripción perfecta de lo relatado. Pero ella, no. Me tiene a mí, su secretaria dactilográfica, que ni siquiera puede rechistar. Se está haciendo mayor y parece que ahora se despiertan sus ansias de inmortalidad. Por eso, supongo, lo de  sus lagunas y contradicciones. ¡No va y dice que nació en la Maternidad (donde nacen los bebés naturales) y cincuenta páginas después explica que fue en el Laboratorio Maternal! Pero yo no se lo he dicho. Si no, ¡no acabaríamos nunca!

Esta noche está especialmente inspirada. Hemos estado hasta muy tarde. Lleva unas cuantas dosis en el cuerpo. Le gusta demasiado tomar esos viales violetas que relajan el espíritu. Eso dice ella.

He estado transcribiendo su ascenso glorioso en el Consejo de Asesores hace algunos años. Su buena fortuna y la felicidad que eso le ha proporcionado. Entonces ha explicado que, a raíz de esa circunstancia, se decidió a crear un clon a su imagen y semejanza (algo que antes nunca le había convencido). La descargaría de trabajo, contaría con alguien de confianza alojado en su casa, disfrutaría con un igual a su lado. En definitiva, porque su posición lo exigía.

La oscuridad invade el despacho. Entonces lo he visto. Hoy, extrañamente, no llevo la gorra ni la barba ni el abultado traje de hombre que me obliga a usar siempre. Ella, con la mirada perdida, parece que traspasara el vidrio de la cristalera, mirando fijamente hacia el jardín. Levanto la cabeza y nos miro. Dos imágenes reflejadas en el espejo de la noche. Dos mujeres iguales. Entonces entiendo  que soy su clon.

Se ha dado cuenta de mi descubrimiento. Ha torcido el gesto, a pesar de los viales violetas.

No volveré a ponerme la gorra, la barba ni el traje masculino. Relegaré para siempre  este viejo y anticuado teclado. Lo sustituiré por el último micrógrafo del mercado. Aunque ya no hará falta, porque hemos llegado al final de nuestras memorias.