Felicidad versus plenitud

¿Qué hombre feliz
sopesa y calibra
su plenitud escueta
y en los platillos de la balanza
observa, mide y pesa?

Un perfil escurridizo
es ser feliz,
el que se asoma a tientas
por las rendijas,
perdiéndose a cada paso
entre algaradas y risas.

Paradoja y vida,
pura ilusión,
y en el punto de mira
una bifurcación de caminos:
el de vuelta y el de ida.
Es así como las noches llenas de ráfagas
se suman a nuestros días
en un camino dual que nunca acaba.

Desoyendo a Dios en pos de la razón
ha quedado sin criterio nuestra conciencia
como un niño perdido en una gran feria.

La utopía de una vida, inefable y plena,
se ha girado, soberbia,
y se burla del hombre con lengua obscena.
En balde nuestro interior busca las huellas
de ese sendero que hemos de pisar
sin contradicción ni vergüenza,
en aras de una meta,
de un verdadero yo
que nos sirva de gurú y mecenas.

Aristóteles, en lengua griega,
Hablo de “eudaimanía”,
que constituía la bondad suprema,
la tríada de virtud, bondad y belleza.

Así despreció
a su hermana felicidad,
pobre aspirante de desidia y pereza,
absurda,
perecedera,
centella de los sentidos
con la que nunca saldamos cuentas.

Pero yo, que soy poeta,
entre juglar y exégeta,
prosigo con mi quimera
para desvelar el sentido,
para mantener el timón,
para de nuevo forjarnos
con el ahínco de la voz.

Un anhelo,
áspero infierno, sereno cielo,
que dore nunestra existencia
y adore nuestro ser propio
porque Dios, simplemente, ya es otro.

Somos polvo dolorido y seco
si tan solo nos quedamos con nociones
de adición y resto,
cosas contadas hasta el infinito
que se escurren entre nuestros dedos.

Y decidme, pues, como a Bécquer,
de qué modo resolver este enredo:
si tiene alma el poema
o si es vida,
un millón de dioptrías,
pura mentira,
la poesía.

Sumidos en lo racional,
tras la puerta que abrió Descartes,
en la era tecnócrata
no paramos de contar
el cuento de la lechera,
el querer y no poder,
el eterno insatisfecho
de tantas cosas que el dinero da…

Miro al frente y te veo:
mi sueño, mi daño, mi dueño,
a ti me entrego.
deseo con Machado
ausente, en la verde vereda,
contemplar el camino recorrido,
el que está por llegar,
con plena certeza,
en el confiado abismo de la verdad.

Te veo,
dualidad en uno,
lo infinito rastrado al segundo,
inconmensurable galimatías
que sustenta nuestro mundo.

….Y sigo ese tragaluz,
el de la poesía,
porque
poesía
eres tú.