Halogramas: ¿Truco o trato?

23. ¿Truco o trato?

mujer-siniestra-fondo-escritorio-172233-Hacía mucho tiempo que no tocaba un cuerpo así. Casi no me acordaba. Eres blanca y suave –pronunció el Patriarca de la Luz, y se quedó maravillado al observar que los pechos de Desiré reaparecían, pequeños, con la superficie enrojecida tras la presión de sus dedos. Los pezones, por el contrario, le seguían apuntando, desafiantes, sin alterar su tonalidad. Oscuros y erectos, se atrevían a cuestionar el derecho de aquellas manos sobre ellos.
Desiré se los tapó, en  un acto instintivo de protección.
-¿Cómo te atreves? ¿Quién te has creído que eres? –gritó la mujer, tan humillada que sintió cómo se ruborizaba violentamentesin poder evitarlo.
-¡Yo soy el Patriarca de la Luz! –bramó. No podía tolerar aquel desacato.- ¡Aquí soy yo quien dicta las normas! ¿Comprendes, mujer? –continuó vociferando, colérico.
-Pero ¿qué es esto? –Desiré suplicó con la voz y retrocedió. Luego se agachó despacio para recoger la bata tirada en el suelo. Su tacto áspero la reconfortó. Se tapó con ella y continuó hablando−: ¿Me lo puedes explicar, Patriarca de la Luz? –con estas palabras intentaba un acercamiento hacia aquel hombre. En unos segundos había tomado conciencia de quién era la figura dominante y del rol que le tocaba si quería continuar con vida.
La mansedumbre de su voz tranquilizó a Milan Radokis.
-Creo que podremos entendernos –contestó el Patriarca de la Luz con tono conciliador−. Por algo te elegí a ti, Desiré –y en un amago de amistad tendió las manos hacia la mujer, con intención de depositarlas sobre sus hombros. Sin embargo, Desiré las esquivó y las manos asieron el aire. MilanRadokis se sintió molesto. Torció el gesto.
-Lo haces difícil, Desiré –quiso razonar−, pero deseo contar contigo para un proyecto.
-¿Un proyecto? ¿A qué te refieres, Milan? –Desiré recordó de súbito su nombre de pila. Al utilizarlo esperaba ganar el terreno perdido.
-Te propongo una alianza. Tú y yo juntos, inmortales.
-En La Cúpula todos somos inmortales. ¿Qué clase de trato es ese? Quiero ir a La Cúpula, es mi destino natural, lo que  merezco. –Desiré sintió impotencia. Las lágrimas le resbalaron por las mejillas pero el Patriarca de la Luz no se inmutó.
-Lo que tú llamas Cúpula es esto, mi Nave. Y la función de la Nave es precipitar la muerte de los que llegan. Lo que veis en la Tierra solo son hologramas, proyecciones en movimiento. Registramos y almacenamos los hologramas de cada uno de vosotros al llegar. Luego los procesamos y manipulamos. Pero en realidad vuestro destino es morir. Sin excepciones. Los Iluminadores lo disponen todo. Con las imágenes crean una realidad fabulosa, una realidad que os encanta. Desde la Tierra os aferráis a ella con todas vuestras fuerzas, y en contra de cualquier lógica. Eso es lo que veis en la Tierra.
-¡Qué me estás diciendo? –explotó Desiré−: ¡Eso es mentira, eso es mentira! ¿Oyes? ¡Eso es una mentira asquerosa!¡Cómo te atreves? –la mujer sintió que la realidad descendía sobre ella con un peso insoportable. El ataque de histeria podía más que cualquier ejercicio de autocontrol.
Milan Radokis no comprendía la reacción de Desiré. Habían transcurrido demasiados años desde que abandonara su casa en el planeta azul. Entonces era joven y el Artífice Supremo le había prometido prosperidad, vida eterna. Sus sueños, como los de Desiré Han, también se habían derrumbado, pero Él era el Patriarca de la Luz y las reacciones primarias suponían debilidad. Ya ni siquiera las recordaba. Su persona era ajena a aquellas demostraciones irracionales.
Llegados a este punto, Milan Radokis consideró que ya había sido bastante comprensivo con la mujer. Iba siendo hora de imponer su autoridad. El tiempo era valioso y no podía perderse en preámbulos inútiles.
-Te estoy dando una oportunidad. Tú eres la excepción, Desiré. Me gustas, ¿lo entiendes, mujer? –El Patriarca de la Luz, ahora sí, sujetó con ambas manos los hombros de Desiré Han, la inmovilizó y la miró directamente a los ojos.− Pero no puedo copular contigo. Tampoco te he traído para eso. Mi cuerpo ya no responde. –El horror asomó a la expresión de la mujer.− Pero haré algo mejor: te ocuparé con mi cerebreo y viviré hasta que el Artífice Supremo me conceda la inmortalidad –esas últimas palabras retumbaron como un oráculo en algún lugar de la Tierra. El líder de los Iluminadores y su compañero de juego habían reanudado la partida.
Desiré Han intentaba soltarse, pero Milan Radokis la sujetaba con más fuerza que antes. Sus manos la apresaban con el poder de dos garfios. En ellos se concentraba la espera de tantos años, la firmeza de sus objetivos, su instinto de supervivencia. Estaba aturdida, sin comprender lo que había escuchado. No obstante, una idea de base percutía en su mente: estaba en manos de aquel loco y otros seres superiores, desconocidos, regían el destino de todos, allí, en aquel lugar, y en la Tierra. La idea le pareció monstruosa.
-Será extraordinario, ya lo verás, Desiré –añadió el Patriarca de la Luz sin soltar a la mujer.

El próximo capítulo: 24. La fusión