Insubordinación

InsubordinaciónAdvertí que el gato había dejado de maullar. Salí al recibidor. Me extrañó no verlo con la cola en alto, como siempre. Me giré de nuevo sin darle importancia y continué con mis abluciones matutinas. Iba tarde, pues en tres minutos –máximo- estaría el café. En la cocina, antes de sorber, mi taza favorita me señaló una nota bajo el azucarero: “Hace tiempo que no escuchas. Te has vuelto sordo.” Firmado: “Tu exgato.” Acto seguido, la taza descabalgó de mis dedos, la cafetera lanzó un bostezo torrefacto y ambas desaparecieron juntas, caminando despacio. Desde entonces he desterrado el desayuno.