-Nef, siempre pensé que serías así. Eres mi alma gemela.
-No deberías decir esas cosas. Todavía no me conoces.
-Hay cosas que se saben desde el principio. Siento que te conozco desde hace mucho. En cuanto te vi lo supe. Ven aquí. –Y con su gesto intenta atraerla hacia sí, como si los brazos extendidos pudieran obrar el prodigio de la telequinesis. Ella, en cambio, sale corriendo. Por un momento el hombre, sorprendido, se queda quieto. Luego la sigue.─ ¡Nef, Nef! ¡No te vayas! ¿Dónde vas, Nef? Espera, espérame, que puedes perderte –“y perderme”, piensa el hombre, contrariado.
Las citas a ciegas a veces pueden complicarse, aunque “Batman” es un hombre experto en ese tipo de encuentros. Nef se escabulle tras una verja negra, abierta a medias. Un segundo pasadizo se abre en aquel inmenso garaje con voluntad de laberinto. No puede ser un sitio más extraño para encontrarse con alguien.
El suelo de cemento gris se confunde con las paredes y el techo, mal iluminados. El efecto óptico crea en Batman una ilusión de túnel. Ni siquiera él, con sus superpoderes, alcanza a ver más allá del punto en que convergen todos sus sentidos: aquella sombra negra que se pierde, que se aleja. “Nef, curioso nombre”, piensa. Tan desconcertante como ella misma. ¿Qué hace alguien como él corriendo tras una muchacha siniestra? Cuando ya cree que la pierde sin remedio Nef se detiene, se vuelve hacia él y le sonríe. Sus comisuras, estiradas al máximo, dejan al descubierto su magnífica dentadura. Es como un foco de luz y Batman se encamina hacia él.
En ese instante desea besarla, pero sabe que no va a ser fácil. Tendrá que meterse en la boca del lobo o renunciar. Entonces se avergüenza de su propia cobardía y se convence a sí mismo de que el pasillo tiene fin, que no está tan oscuro, que se acaba donde Nef le espera. Para él es así. Cuando llegue recibirá su recompensa.
Batman no lo piensa más y echa a correr. En pocos minutos cree que la alcanzará.
Dolors Fernández