Te vi partiendo nueces
a la sombra de aquel
enorme árbol.
Era un día de verano
pero las hojas te cubrían
como un manto.
Eras solo un niño,
intentabas averiguar
qué escondía aquel fruto
de piel empecinada,
por qué se manchaban
de verdín tus manos.
Acuclillado, buscabas
piedras romas con peso
que te sirvieran de mazo.
Tenías que ahuyentar
un aburrimiento de cántaro
y tardes de siesta.
Aún no habías encontrado
en lo profundo de tus ojos
el deseo licuado de tu sexo,
de nuevo el latido
de unos pechos entre los labios.