Quemar las madrugadas

No quemes, mujer, las madrugadas
ni la guirlanda de flores rojas
allá en tus cumbres.

Hay que blandir espadas de espuma,
nadar en medio de la desnudez,
yacer sobre el musgo ardiente
para entender cómo se hace
el pan de cada día,
para saborear tu amargo café.

La piedra angular
que habita en la cúspide de tu ombligo
se ríe a sus anchas
sobre los edificios desahuciados.
Es por ti que los balcones
se abren como en días de fiesta
con sus mejores galas,
pero las ofensas son rejas
y rugen recias, rojas, rancias
repletas de encías como sierras,
afilados dientes sobre tu vientre.

Hoy, mujer, luces la guirlanda de flores
y es la vida quien te abraza
y te salpica la espuma de agua
y descansas sobre el musgo
y amasas el pan
y aspiras del café el aroma.

A aunque sé, mujer, que no es bastante,
y lo siento en esta madrugada que arde,
deseo mirarte como nunca, como nadie,
y será mi reclamo
quien te hable
lo suficiente, lo justo.
Solo.
Amante.

Dolors Fernández Guerrero