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Mordiscos literarios

Un anticipo literario es una forma estupenda de abrir boca, de degustar en las papilas lectoras una muestra de lo que, en un futuro próximo, asumirá forma de libro. Una manera también de sondear la reacción de sus hipotéticos lectores.
A la postre, no deja de ser un estímulo para continuar con el arduo trabajo de escritura que precede a cualquier creación literaria y, ¿por qué no?, también puede llegar a ser, si se cumplen los buenos presagios, una palmadita en el hombro. Sin alimento para su ego, cualquier escritor puede precipitarse hacia el abismo de la incapacidad creativa.
Por esa razón y porque me da la gana, ahí va un bocado de mi nueva novela, todavía en proceso de gestación, titulada Madre no hay más que una y mejor así.

Allí se quedó, en el asiento del conductor, con las ventanillas subidas y la vista fija en los cuatro neumáticos, con el móvil pegado a la oreja, arrullado por la melodía de la música en espera. No se largaría a casa en taxi como la última vez.

Debía custodiar su tesoro a cambio de no precarizase aún más. Había entrado en calor y bajo el influjo de los violines susurrándole en el oído, fue capaz de ordenar sus ideas. Tenía que ser aquella maldita hija de puta, solo ella podía haberlo hecho. Tenía pinta de hechicera o, lo que era lo mismo, de jefa liliputiense de una banda de mafiosos. Y mientras el resto fuera igual, hombrecillos accesibles, golpeables, a los que él intimidara, pigmeos con mala leche, aún tenía alguna opción. El último pensamiento se le mezcló con imágenes violentas, golpes bajos y armas. Su mente se tiñó de sangre y volvió a sentirse impotente. Pero, ¿dónde se había metido la mendiga? La escena presentaba demasiadas analogías con el otro día, aunque en este caso lo hubieran jodido vivo. Esperaba ser capaz de entenderse con ella, de aclarar las causas de esa sutil tortura, para la cual no encontraban ninguna explicación lógica. El violín arremetía ahora con brío y una voz melosa, pregrabada, con una pronunciación exquisita, le decía que se mantuviera a la espera. La temperatura era buena, confortable. Intentó relajarse. Para entretenerse sacó el libro que tenía pendiente: Porta Coeli: la orden de Santa Ceclina, de Susana Vallejo, una representante de la ciencia ficción “femenina”. Por lo demás, nada nuevo bajo el sol. Todavía no se había atrevido a leerlo. Sentía una especie de resistencia a abordar nuevas historias. Cada libro, un mundo nuevo. Necesitaba un tiempo de carencia, en el que digerir, asimilar la anterior lectura, antes de intimar con otros personajes, implicarse en argumentos distintos, conocer sus escenarios de los que, a priori, siempre dudaba. Aunque hubiera elegido él el libro. Aunque la crítica hubiera vertido un cántico de alabanzas. ¡Pues no le había pasado veces que tras cincuenta páginas de lectura no encontraba ningún motivo para librar al libro de turno −tanto papel inútil− de la hoguera de San Juan! El ejemplar de Susana Vallejo le proporcionaría muchas páginas por delante. Se trataba de una tetralogía. Demasiado tiempo invertido, demasiada letra malgastada, pensó. O no. Hasta que no se sumergiera en los miles de renglones de aquella autora aplicada no podría opinar. Cuando llegara a su fin le invadiría un cierto desamparo −como siempre− y, por mucho que le hubiera gustado, tendría una evidencia de que esa historia era irreal, que algo así jamás sucedería y eso era terrible. Le condenaba a una vida de tinieblas. A su propia vida. Linterna en mano, enfocando aquella portada azul con sus tres torres imponentes, no tenía muy claro si pasar página, si abrir la puerta del castillo. Desistió. Sabía que no podría concentrarse. Dejó el libro sobre el asiento del copiloto y decidió ahorrar pilas. Tal vez las necesitara para más tarde. Mejor la radio, música suave, sin quitarle el ojo a los neumáticos, sin dejar de prestar atención a los violines. Aquella bruja se las iba a pagar…

Una sustancia sin forma rebotaba en su cerebro de sien a sien, intentando encontrar acomodo, la formulación exacta que la hiciera posible. Pero el propósito le abrumó y dejó que esa sustancia pegajosa deambulara en el interior de su cavidad craneal, entregada a una búsqueda incesante, huérfana de palabras, y prefirió no pensar, caer en una nebulosa que anulaba la voluntad y que le desprendía de su propio cuerpo.

No fue la mendiga quien le despertó, sino el reguetón de tres coches  derrapando de pronto en el aparcamiento. Consultó el móvil. Desde que había llamado a la asistencia había pasado una hora. ¿Incompetentes o saturados de trabajo? ¿Las averías disparadas un viernes noche? Casi se alegró de tener nuevos compañeros de aparcamiento, inesperados, sí, pero muy ruidosos. Lo suficientemente escandalosos como para hecerle regresar. El sopor que provocaba el aire acondicionado le adormecía y lo último que quería era bajar la guardia en su improvisado puesto de vigilancia.

Entonces fue cuando ella apareció, repiqueteando sobre la ventanilla del Lancia Ypsilon. Lo que le vino a decir entre mentiras y veras, con aquella sonrisa indescifrable y un olor que confundía a Jorge, era que debía darle la agenda, que ya estaba bien de jugar al ratón y al gato, y otras cosas incomprensibles.

En ese momento los ocupantes de los coches que habían irrumpido en el aparcamiento con la música zumbando se acercaron al vehículo. La ignorancia de uno no es la ignorancia de todos, aunque eso cueste entenderlo, sobre todo cuando es uno el afectado. Al sentirse acorralado, sin posibilidad de escapar, se asustó. No era hombre de reacciones rápidas ni desmesuradas. En su vida siempre había habido más reflexiones que acción, así que tragó saliva y trató de preguntar, pero la mendiga no parecía tener ganas de aclararle las cosas.

(FRAGMENTO DE ‘MADRE NO HAY MÁS QUE UNA Y MEJOR ASÍ’, DE DOLORS FERNÁNDEZ GUERRERO)

Els Dijous del Mercantic

Aquí os dejo una de las agendas culturales más interesante del momento, la de “Els Dijous del Mercantic”, que se celebra el último jueves de cada mes en la intemporal librería El Siglo de Sant Cugat (Barcelona-España).
En el emblemático espacio de la mayor librería de viejo de Cataluña, unos cuantos conspiradores de la cultura nos reunimos por algo tan candente, vivo, inquietante y polémico como es la literatura, esa que se escribe desde las entrañas, a fuego lento, a pesar de los convencionalismos, los tabúes y la desesperanza. También para remover conciencias.
No lo dudéis, solo podía ser en el Mercantic de Sant Cugat. Allí os quiero ver.
https://entretantomagazine.com/2022/01/19/arranca-la-nueva-temporada-de-els-dijous-del-mercantic/

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Volutas

Era el imprescindible, el dueño del espejismo. Mientras las anillas de humo avanzaran perezosas y ascendieran hasta el techo, todo iría bien. Solo que aquel día, su voz ronca, de fumador empedernido, habló después de exhalar su última voluta. Ella dudó al ver cómo aplastaba el cigarrillo contra el cenicero. Cegada por el espejismo, se negó a creer y un tirabuzón gris, turbio, se marchitó en algún lugar, resuelto en humo de tabaco.