Arde la tarde

Arde la tarde tras el cristal
y la lluvia salpica mi cara.
La hoja entreabierta
de metal frío
rechaza el agua que resbala, turbia,
hasta el quicio de la ventana.

Ligeras agujas que se remansan en balsas
como lagos en miniatura que anegan mi alma.
Torrentes que descienden a un mar soñado
son mis lágrimas, que ejecutan una lenta
y arcaica sinfonía de llanto en ascuas.

La tarde, ajada, se niega a anegarse en la vacía oscuridad embriagada
y, en su lugar, desdeña las horas en un ocaso de alba.
Pero vence la luna con su estribo de plata
desollando estrellas,
que no palidecen ante su mirada.

…Y el hombre indigente de esperanza.
…Y el niño mudo de abrazos y nanas.
…Y el terco verde-azul de nuestra sombra alargada.
…Y hasta la locura de la sonámbula
se vencen de sueño y expulsan a la tarde,
loca de destellos y ráfagas.

-Vete, tarde loca, vete día insomne,
que apacigüe mi ánimo la lluvia sorda
de esta noche sin alma.