Ataque terrorista en Barcelona: la palabra activa

Ante la barbarie del atentado de ayer (17/08/17) en Barcelona,  es fácil caer en el tópico de que “no hay palabras para describirlo”.  Y hasta cierto punto es verdad, pero solo un poco.

En casos como el del atentado de Barcelona se evidencia el poder de la imagen. La visualización de gente herida, sangrante, el llanto, las expresiones de dolor, los muertos sacuden infinitamente más nuestra conciencia que cualquier palabra, por bienintencionada o efectista que sea. Pero eso ya lo tiene clarísimo el periodismo clásico y cómo contradecirlo hoy en día, inmersos como estamos en la era de la imagen. Por ambas razones quedarse ahí sería simplificar demasiado la realidad y yo quiero ir más allá.

Por mi parte, creo en el poder de la palabra, en cuanto a materialización de ideas, sentimientos, proyectos. Creo que es un agente potencial  de realización, un resorte de la acción, ya que estructura el pensamiento, le da una forma verbalizable  y nos permite difundir su contenido. A partir de ahí -que no es poco- debemos ser capaces de actuar en consecuencia. Pero al llegar a este punto nos topamos con algo muy duro y ahí nos quedamos, inermes.

En relación al atropello masivo de más de un centenar de personas en la Rambla de Barcelona, hay que reinvindicar el poder de las palabras, porque solo ellas podrán ser las intermediarias entre un pensamiento colectivo difuso y una serie de propuestas reales y concretas. Dense por aludidos los servicios de inteligencia de los diferentes países, los cuerpos de seguridad, los gobiernos y todos aquellos que estén de algún modo vinculados con el tema.

Millones de personas esperamos con impaciencia que esta furia terrorista acabe. Que a estas alturas tengamos que usar las palabras para recordarlo es, en cierto sentido,  devaluarlas, porque la ineficacia comunicativa que supone es -ni más ni menos- una auténtica tragedia.