De entrada, debo decir que Barras paralelas (Ed. Parnass, 2021), de Antonio García Lorente, es un libro que seduce, un poemario estimulante y original, una especie de ejercicio de gimnasia poética donde su autor busca el equilibrio entre el yin y el yang, entre el amor y el deseo, entre la lujuria y la devoción, entre el fetichismo y la mística, hasta hacer del amor su religión.
Como el propio autor dice: «Me encuentro entre dos barras paralelas. / Una es de adoración, la otra de lujuria». Y como reza en una de las citas al comienzo del libro, firmada por Nietzsche:
La predicación de la castidad es una incitación pública a la contranaturaleza. Todo desprecio de la vida sexual, toda impurificación de esa vida con el concepto de impuro, es el auténtico pecado contra el espíritu santo de la vida.
La declaración de principios no podía ser más clara ni su punto de partida más determinante.
La metáfora de las barras paralelas
De modo que las «barras paralelas», el título del poemario, esas que en geometría «jamás llegarán a converger en el mismo punto», según recoge Silvia Rins en el bello prólogo que lo precede, se alzan como metáfora de la pareja —del hombre y de la mujer en este caso—, vistos en su vertiente erótica, sexual, amorosa. No obstante, ese determinismo geométrico que condena al desencuentro de las líneas paralelas es resuelto poéticamente a través de la fusión, de la unión mística, del cumplimiento del deseo erótico como misión sagrada de la vida.
Y al sacralizar la erótica, esa parte inherente de nuestra psique según Freud, Antonio García Lorente resitúa el tema en nuestro imaginario poético y lo dota de un sentido que entronca con filosofías orientales como el tantra; de tradición persa como el sufismo; con la mitología griega; o con la mística «más humana que divina» de excelsos referentes en lengua castellana, como San Juan de la Cruz o Santa Teresa de Jesús: «Rezo por una nube / donde seamos palomas que en la noche levitan».
Aspectos formales
¿Y cómo se alcanza poéticamente esa eucaristía de los amantes a través de la pasión amorosa? Pues mediante un conjunto de poemas eclécticos.
Unos, sonoros, rítmicos y llenos de color, en los que se hace gala de un derroche formal que no escatima recursos retóricos. La raigambre barroca, ahí, está muy clara.
Otros se mueven dentro de un canon más actual de poesía contenida, que economiza recursos expresivos, que se ciñe a un lenguaje más conceptual, donde los silencios son fundamentales.
En todos ellos, sin embargo, late la misma exaltación amorosa y sensual, la misma pasión por la vida.
Trovadores y petrarquismo
En definitiva, de algún modo, Antonio se convierte con Barras paralelas en un trovador que glorifica a la amada confiriéndole el estatus de Diosa, pero al mismo tiempo sin negarle su cuerpo de mujer: de mujer-deseada y deseante, de mujer-generadora de vida.
Pero como no hay ciencia exacta que pueda explicar el fenómeno del amor, de la atracción sexual y sus aledaños, Antonio nos dice:
Porque este itinerario al ser tan íntimo
sólo puede seguirse
con mapas de locura.
Lejos queda el canon petrarquista que idealiza a la mujer, la sitúa en un nivel superior e incorpóreo, como utopía del amor. Lejos también quedan los románticos, para los cuales la mujer es una Annabel Lee (la amada de Edgar Allan Poe), un ser inalcanzable o perdido, y eternamente añorado.
Por el contrario, el autor de Barras paralelas contempla a la mujer y le dice:
Tu pelo ondea como un suave mar
y yo quisiera ser un buceador
en tu mundo de huesos, piel y sangre.
Lujuria y fetichismo
Recordemos que el poeta hace equilibrios entre lo divino y lo humano, de modo que en Barras paralelas también hay lugar para el fetichismo:
y entre tus muslos juntos
−que acariciaban medias de rejilla−
Y también para la actualidad, en connivencia con elementos del pasado, con lo religioso, con lo esotérico: «Ritmos de rock había en mi memoria / cuando encontré un viejo códice».
O en estos otros versos:
Llueve un filtro de amor en el solsticio
de verano. ¿Quieres que nos postremos
abrazados ante un menhir de piedra?
La religión del amor
En conclusión, creo que Antonio García Lorente rinde tributo a la figura de la mujer y vuelvo a las páginas previas de Barras paralelas, a una de las citas escogidas, esta vez de Borges: «Enamorarse es crear una religión cuyo dios es falible».
A lo que el propio poeta responde, en un diálogo metaliterario con uno de los escritores que mejor ha sabido plasmar paradojas y aporías: «…Pero la Diosa es acogedora».
Esta es su respuesta, esta es la conclusión que dimana de Barras paralelas y que apriorísticamente se nos presenta.
En definitiva, para mí Barras paralelas es un poemario que tiene una voluntad muy clara: la de reivindicar la experiencia amorosa, el éxtasis, como lugar ubicuo, plenipotenciario, de trascendencia y máxima significación humana. De ahí que pueda tener diferentes contextos físicos, anímicos y culturales.
Por eso, a la postre, Barras paralelas es un poemario que seduce, exalta y libera.
Antonio García Lorente: Barras paralelas ǀ Parnass Ediciones ǀ Barcelona, 2021 ǀ 76 págs. ǀ 12€