Raudo pararrayos,
alegre espantapájaros,
bendito esparadrapo
que tejes mezcolanzas
de yodo y vendas blancas.
Sanó mis heridas
el lento cucú del tiempo
y con madreselva y olvido
restañé la sangre podrida
que latía sin sentido.
Inmarcesible ante las eras
de los viles segundos,
el frío bipolar de la espera
traspasó mi mundo:
conato de columna certera,
hilo conductor sin rumbo.
Pero carraspean en mi garganta
el helor y las dunas del desierto,
ese fuego de miedo y hielo
que envenena la esperanza.
¡Maldito diablo y maldita su danza!
¡Ojalá fenezca con mis lágrimas!