Al alba de acero
le robaré el rubor
para hacer sin pudor
la daga arrojadiza
que asaetee tu corazón.
Clavada en tu pecho
te abrasará por dentro
para que sientas la ardiente
plegaria de mis manos
fundidas a ti a fuego lento.
Amor, sólo lamento
no haber dado antes contigo,
en este eterno recuento
de calles y mares,
de vida sin latido.
De haberte conocido,
todo en un suspiro,
me hubiera clavado en el suelo,
sin dudas, sin miedo,
para decirte: te quiero.