2. El brillo púrpura
Para Desiré Han la puntualidad era vital, imprescindible. Por el contrario, la impuntualidad reiterada, aunque se tratara del trabajador más ejemplar, era un indicio claro de negligencia y un acto irresponsable. Le parecía una falta de respeto hacia los compañeros que cumplían escrupulosamente con el horario establecido y una tomadura de pelo para la empresa, a la que se escatimaban horas y horas de laboriosidad.
Desde luego, mientras ella fuera la Directora de Recursos Humanos, no toleraría una falta de esa índole en ninguno de sus empleados. O eso quería creer mientras practicaba ante el espejo con un rictus de preocupación que subrayaba sus palabras. Había fruncido el entrecejo y apretaba los maxilares con fuerza. Creía que así ilustraba de un modo más efectivo su intransigencia. Pero eso no bastaba. Por más que reivindicara la importancia del cumplimiento inflexible de los horarios, el caso era que las faltas de puntualidad a la entrada de la factoría se sucedían con alarmante frecuencia.
Ante sus superiores siempre alegaba que el tema estaba en vías de solución. Tal vez con esa moratoria los podría apaciguar durante un tiempo, pero de ningún modo conseguía engañarse a sí misma. Eso la desesperaba. Solo un cambio de destino sería capaz de mejorar su situación. Deseaba que su permanencia en la planta de reciclaje de papel y producción de abonos llegara a su fin. Y que fuera pronto, porque en su opinión el ingreso en la Cúpula comenzaba a peligrar.
Por edad y méritos propios era lo que le correspondía. Durante su trayectoria laboral había recorrido un buen número de centros de trabajo y se había dedicado a tareas diversas. Como Jefa de Producción en la industria textil del Atlas o con los envasadores de fruta en la cuenca del Mediterráneo; liderando a los fabricantes de vehículos en el sudeste asiático; o en calidad de técnico experto en la Polinesia; siempre había desempeñado una labor impecable. Asimismo, había ejercido de mediadora laboral en los altercados de la mayor planta potabilizadora de la Nación en Somalia y en la de tratamiento de residuos en el desierto del Gobi. En todos los casos su actuación había sido irreprochable, cumpliendo con creces las tareas encomendadas. Y siempre aportando soluciones creativas. La eliminación de residuos tóxicos sin ir más lejos suponía un quebradero de cabeza en los diferentes departamentos gubernamentales, pero Desiré Han lo había solucionado del modo más limpio, económico y original. Un vórtice en el espacio, inducido en un punto próximo a la Antártida, servía de basurero radiactivo planetario. El agujero de gusano creado a tal fin permitía la absorción inocua de los terribles desechos.
Ella, Desiré Han, había estudiado, había trabajado con ahínco desde el compromiso y la lealtad. La penitencia estaba llegando a su fin. Lo que a partir de muy poco tendría ante sí sería una vida de reconocimientos y éxito.
Porque lo sabía, Desiré miraba hacia lo alto intentando vislumbrar la Cúpula. A veces, en las noches más claras, se imaginaba que podía verla. Allí se ubicaban los órganos del poder, las más altas instancias de la Nación, suspendidas sobre la Tierra, como en el zenit de una catedral gótica.
El transmisor acababa de emitir una señal. Al instante proyectó un haz de luz con una imagen: el punto de encuentro, el bar Augustus. Era una cita. La estaban esperando.
Le gustaba aquel nombre con sus resonancias exóticas. Y le gustaba también compartir esos momentos con amigos o -¿por qué no?- con atractivos desconocidos. El Augustus era un local exquisito, apto para gente como ella. Su ambiente, la música, las performances eran de lujo.
Cuando acabara de rasurarse las cejas y las pestañas estaría lista. Su melena corta, lisa, lucía como a ella le gustaba. Formaba un bloque de cabellos perfectamente adiestrado. Con una longitud a medio camino entre el mentón y los hombros, tenía el movimiento compacto de un cortinaje pesado. Se había peinado a conciencia y el brillo púrpura que despedía realzaba la claridad de su piel y sus ojos oscuros. Cuando hiciera su entrada en el Augustus sería el momento de olvidarlo todo durante unas horas. Las que faltaban hasta la salida de un nuevo sol.