Se oyeron dos golpes más. A lo largo de la mañana había ido sucediendo a intervalos de 10 minutos más o menos. Sin embargo, el aluvión de lectores le había distraído y no le permitía concentrar su atención en la procedencia del sonido. Había vendido bastantes libros, eso significaba cientos de firmas con dedicatoria.
-Toc, toc, toc; toooc, toooc, toooc; toc, toc, toc.
Volvía a oírlos. Sin duda sonaban muy cerca. Eran tres golpes rítmicos con trasfondo metálico. Curiosa ironía. Llevaba toda la mañana en el estand con los libros de Abelardo Nosferatu, su seudónimo como escritor de novelas de terror y ahora empezaba a sentir una extraña inquietud.
Siguió atento y durante unos minutos el silencio fue total. Luego solo el eco de pisadas y retazos de conversaciones a su alrededor. Al cabo de 10 minutos, otra vez, toc, toc, toc; toooc, toooc, toooc; toc, toc, toc.
Cuando finalizó la feria y se desmontaron los estands una de las tapas de registro de la compañía de teléfonos, situada justo bajo la mesa donde firmaba el escritor Alberto Nosferatu, fue arrancada. Al intentar colocarla de nuevo en su lugar, los operarios advirtieron que en el interior había algo: un hombre inconsciente y una jaula con un canario. El hombre, con el mono verde de Telefonistel, fue rápidamente trasladado a un hospital. Allí se recuperó de sus dos días de abandono, de la mandíbula y una tibia fracturadas. Se había quedado encerrado sin poder moverse ni hablar.
Suerte del canario amaestrado. Aunque su función era otra: detectar posibles bolsas de gas en las cámaras de registro antes de que los empleados de Telefonistel accedieran a su interior. Sin embargo, nunca había ocurrido y el hombre había acabado por encariñarse con el pájaro, hasta el punto de enseñarle algunas palabras, a su manera, en un lenguaje que salvo ellos dos muy pocos eran capaces de entender.
Alberto Nosferatu no fue telegrafista antes que escritor, como el empleado de Telefonistel. Si no, habría descifrado aquel SOS desesperado, percutido contra la pesada tapa de registro. En ese caso quizás el canario hubiera vuelto a cantar.