Torre de Babel

torre babel

Me consume el calor de invernadero
de esta torre de Babel,
donde no se distinguen las voces
ni la geometría de su murmullo.

Desde el sótano se elevan
los gritos del Greco,
su ascético deseo.
Suplican, parece, la lluvia,
cuando sus almas son un receso de aguacero.
Reclaman, creo, las nubes,
pero ningún rayo de sol
proyecta sombras
bajo sus pestañas de ojos lentos.

Otras veces oigo ecos,
frases amortiguadas,
carentes de forma,
ausentes, sin peso.
Me llegan de todas partes:
de arriba, donde aspiran
a apuntalar el cielo;
de abajo, donde pretenden
horadar los pasadizos del miedo.

Los habitantes de Babel
son autómatas programados,
oriundos del grito anclado
en los límites del destiempo.
Invaden mi mente,
desarticulan mi pensamiento
hasta que maldigo
esta torre de Babel
que es prevaricación y es veneno.

Y siempre es los mismo:
susurros que recorren
sus escalones helicoidales,
que emulan la sonoridad de su nombre,
que se encadenan sin perder jamás
el eslabón ni su engarce.

La torre de Babel
está en el aire,
es el zumbido que me invade
mientras el musgo de sus muros
exteriores arde.